Hay pocos sobrevivientes de la Revolución del 9 de abril de 1952 aunque en la actualidad hay un número considerable de seguidores de ese partido que compartieron tareas de gobierno a lo largo de varias décadas del pasado siglo.
Mi pariente espiritual nacida en Quillacollo sabe muy poco de la revolución movimientista y al hablar de aquel hecho me dijo como buena cochabambina: “sólo guardo en mi memoria el nombre del Dr. Wálter Guevara Arze de quien mi marido (Que En Paz Descanse) me dijo que fue el político cochabambino más inteligente que conoció”.
Mi comadre quiso saber si yo fui movimientista alguna vez, respondiéndole que nunca lo fui pero que reconozco la importancia de aquella revolución que no se comió a sus hijos como otras revoluciones, pero que engendró pequeños monstruos que no aprendieron aún a leer.
No vaya a creerse que la cholita cochabambina por ser joven carecía de juicio político para juzgar aquella revolución, pues me dijo: “hace bastante tiempo, compadrituy, que usted me dijo que la política es una ciencia, un arte y una virtud, y me parece que muchos políticos de entonces y de ahora ejercen su actividad olvidándose de la virtud, desconocen la ciencia e ignoran el arte…”
Manipulando su computadora de bolsillo, la cholita me dijo que cuando se produjo la Revolución del 9 de abril de 1952 yo estaba cercano a cumplir mis 25 años, pidiéndome que le relatara mi actuación personal en una fecha tan memorable. Tuve que contarle que yo tenía que participar del histórico golpe revolucionario con mis camaradas de Falange Socialista Boliviana y que a última hora mi jefe don Óscar Únzaga de la Vega decidió no participar del golpe, por lo cual me quedé en mi casita y no me arrepiento.
Mi comadre me abrazó luego de escuchar mi confesión y me pidió repitiera sólo para ella las estrofas de un tango que ella había escuchado cuando era una niña y que yo las había escrito un 9 de abril, lo cual hice acompañado de mi guitarra que guardaba en el ropero:
“Te acordás, hermano qué tiempos aquéllos; veinticinco abriles que no volverán: No se conocían Coca Weisse, ni Chichina, los muchachos de antes no usaban gomina, ni tampoco cocaína…”
Ella me pidió que volviera a colgar mi guitarra en el ropero y bailamos un tango contándole en la oreja que Hernán Siles Zuazo era un machote y que Lidia Gueiler era rubia y hechicera, sin olvidarme de los Campos de Concentración yo escribía esta última columna en el periódico mientras coleccionaba centenares de fotografías de una señora llamada Chichina que era Embajadora de Bolivia en el Reino Unido, mientras el Dr. Víctor Paz Estenssoro aprendía a fumar en pipa.