Análisis

SI TUVIÉRAMOS MAR

Mi pariente espiritual y gerente financiera en ciertas ocasiones pues está comprobado que no hay un periodista rico que no tenga a su lado una mujer inteligente, hoy vino a recordarme que mañana es el Día del Mar.

Acepté con entusiasmo su invitación a participar de algunos actos oficiales que se realizan tradicionalmente aunque me resistí a vestir de marinerito como lo hacía cuando era niño y a cortarle el servicio de agua a la residencia del Cónsul General de Chile, como lo hacía cuando era un hualaycho.

Me gustó más la propuesta de mi comadre Macacha de imaginar que ya habíamos reconquistado el mar y que hoy y mañana trataríamos de llegar a nuestra playa para remojar nuestros calcañares en agua salada luego de izar nuestra tricolor en la torre de un castillito de arena.

Mi transportadora oficial lavó mi motocicleta Harley Davidson y me dijo que me trasladaría a Puerto Choquehuanca que así había sido bautizado nuestro puerto soberano, aunque hasta la fecha no habían podido construir un puerto de verdad ni tampoco nos hacía falta porque tampoco teníamos barcos aún, porque el dinero boliviano había sido dispuesto para construir un nuevo Palacio de Gobierno para Evo, un mamotreto de muchos pisos con helipuerto en la azotea.

La cholita cochabambina me dijo con solemnidad: “Respetado compadre y venerable periodista: la moto está lista y será usted conducido a las playas del Pacífico recientemente conquistadas por Bolivia y que se encuentran junto al Puerto Choquehuanca”.

Recorrimos unas cuantas calles en mi poderosa máquina embanderada con la tricolor y fuimos detenidos por una multitud que en vez de gritar “Viva la Fuerza Naval Boliviana” y glorificar al héroe Eduardo Abaroa gritaba irreverentemente “¡Viva el ingenio azucarero Bermejo!”, multitud ciudadana que detuvo nuestra entusiasta marcha hacia el mar.

La heroica conductora Macacha sorteó hábilmente a los bloqueadores bermejeños y me acercó unas cuadras más hacia el mar cuando chocamos con otros manifestantes que bloqueaban las calles paceñas al grito de “¡Queremos mil ítems para profesores de las escuelas de El Alto!” Como la causa era justa, saludamos a los bloqueadores con la esperanza de llegar algún día al puerto y playas bolivianas.

Cuando quisimos llegar a la urbe alteña, el asunto se puso más grave porque los bloqueadores y los manifestantes se multiplicaron, pues unos quemaban vivo a un raterillo vestido de cholita y otras protestaban contra los buses que habían elevado sus tarifas en los pasajes.

Aquellos bloqueos no pudieron ser vencidos por la heroica conductora de mi motocicleta, la señora Macacha, quien en vano trató de explicar a los alborotados manifestantes que nos dirigíamos hacia el mar recientemente recuperado gracias a las gestiones del canciller Choquehuanca y su jefe el señor Evo Morales.

Volvimos resignados y al depositarme en mi morada, la cholita cochabambina me dijo invitándome a la reflexión: “Nunca podremos llegar al mar porque los caminos están obstruidos por millones de bloqueadores”.