Análisis

Homilía para el Segundo Domingo de Cuaresma: ¿Ciudadanos del cielo?, ¿o del infierno?

segundo domingo de cuaresma

Homilía para el segundo domingo de cuaresma, por monseñor Robert Flock

Presentamos el texto de monseñor Robert Flock en este Segundo Domingo de Cuaresma – 17 de marzo de 2019

¿Ciudadanos del cielo?, ¿o del infierno?

Queridos hermanas y hermanos.

Últimamente se ha producido en Bolivia varios casos de violación grupal, algunos implicando a jóvenes, otros a policías. Los agresores no dudan en filmar su propio crimen.  En el último caso revelado, se habla de un novio, mayor de edad, que drogó y emborrachó a su “novia” una niña de 14 años, y además de violarla él, se la entregó a su hermano de 17 años y a otros 4 amigos. Posteriormente amenazaron matar a ella y a su familia si les denunciara, pero como la dejaron embarazada, no se pudo esconder el hecho.

¿Qué clase de personas cometen semejantes barbaridades?

Obviamente no son ciudadanos del cielo. ¿Qué educación habrán recibido en su hogar y en el colegio? Ojalá no hayan recibido el Sacramento de la Confirmación, porque habiendo sellado su fe con el don del Espíritu Santo, su crimen es también un sacrilegio contra el Señor. Peor aún, cuando sacerdotes ordenados para el ministerio sagrado, cometen abusos a menores.

Aunque estos casos cobran fama, no son tan aislados. Me han informado que en San Ignacio se ha denunciado 78 casos de abuso sexual solo en lo que vamos de este año; es aproximadamente uno por día. Esto indica una realidad que va más allá de las fallas morales y crímenes individuales. Significa que tenemos una cultura, no sólo de promiscuidad, sino de violación. Es una cultura acompañada y apoyada por las industrias de alcohol, droga, pornografía y aborto provocado.

San Pablo denunciaba algo similar en nuestra 2ª Lectura hoy:

“Hay muchos que se portan como enemigos de la cruz de Cristo. Su fin es la perdición, su dios es el vientre, su gloria está en aquello que los cubre de vergüenza, y no aprecian sino las cosas de la tierra.”

San Pablo escribe sobre esto, nos dice, llorando. La vida cristiana, pues, supone superar ese reino de vicios, ya que somos “ciudadanos del cielo”. Dios es misericordioso y perdona toda, pero de nada sirve si nos quedamos enfangados en el pecado y la perversión.

Nuestra primera lectura hoy nos recuerda la alianza entre Abraham y Dios. Con un solemne rito, Dios mismo, representado por la antorcha, pasa en medio de los animales sacrificados, jurando cumplir su promesa, caso contrario, que se quede como estos animales descuartizados.

La historia de Abraham empezó cuando el Señor le dijo: “Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición” (Gn 12,1-2).

¿Por qué tenía que dejar su tierra natal? Para apartarlo, pues, de la cultura perversa, idolatra y pecaminosa de Babilonia, para formar un pueblo nuevo con nuevos valores. Es vino nuevo en odres nuevos. Dios le promete una tierra prometida para sus descendientes, pero el proyecto es crear un pueblo que pertenece a Dios y que refleje la dignidad de los hombres y mujeres creados en su imagen y semejanza.

Algo similar sucedió con los Israelitas liberados de la esclavitud en Egipto. Tenían que pasar 40 años en el desierto, para purificarlo de las actitudes, creencias y perversiones que habían interiorizado en el país de su opresión, antes que pudiera entrar en la tierra prometida.

Cuaresma es lo mismo. Es entrar al desierto con Jesús para apartarnos de la sociedad anti cristiana y apartarnos de Satanás y sus engaños.   Cuaresma es subir a la montaña con Jesús para gozar de una experiencia espiritual más profunda, y así compartir el sueño de Dios para nuestra salvación. Jesús invitó a Pedro, Santiago y Juan, para que pudieran contemplar su gloria divina, para comprender la misión de Jesús en continuidad con la de Moisés y la de Elías. Y los llevó sobre todo para que oyera la voz insistente del Padre celestial: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo».

¿Quién escucha a Jesús? ¿Quién construye su casa sobre la roca de su Palabra? Obviamente no es el caso de los cometen violaciones y otras maldades. Ellos son como los soldados que flagelaron a Jesús y lo llevaron a la cruz. “En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo. … Amados míos, perseveren firmemente en el Señor.”