¡Qué poco cuidado tenemos a veces con lo que decimos! Mentimos, o somos injustos, o nos dejamos llevar por el momento, y nos excusamos diciendo que siempre decimos lo que pensamos. Como si pensar mal del otro justificase que le hagamos daño con nuestras palabras.
Jesús pasó haciendo el bien, diciendo el bien de los demás, amando con su presencia, llenando las carencias del corazón. Su amor se hizo encuentro. No ofendieron sus palabras ni sus gestos fueron hirientes. Al ser golpeado perdonaba, ante los insultos guardaba silencio. Desde la cruz pedía el perdón para los que lo mataban.
Existe una oración de consagración a María en la que se le entrega «nuestra lengua». Es verdad que el amor asemeja y transforma, logra sacar lo mejor de nosotros. Decía el Padre Kentenich: «Si realmente quiero a una persona, no sólo caminaré con ella sino en ella. Si mi caminar con María tiene esta característica, también la tendrán las demás vinculaciones sobrenaturales. El hecho de que yo esté vinculado a una persona garantiza el efecto de la ley del traspaso. La vinculación mariana no sólo entraña una fuerza unitiva, sino también una fuerza asemejadora».
Cuando amamos de verdad a María, su amor nos irá cambiando, nos hará más como Ella, hará que sus sentimientos sean los nuestros. María transforma cuando nos dejamos amar por Ella en el Santuario. Es la fuerza transformadora del amor. María nos enseña a perdonar, porque solos no podemos.
Queremos pedirle a María que nos enseñe a bendecir, a alabar a otros, a decir cosas buenas del otro, a animar. Que nos enseñe a guardar silencio cuando tengamos que hacerlo pero también a hablar cuando el otro lo necesite. Como hacía Jesús.
¿Cómo son las palabras que decimos y escribimos? ¿Dan vida? ¿Sostienen a otros? ¿Los levantan en sus caídas? Nuestras palabras pueden dar vida a muchos. Pero también podemos herir y destruir con ellas. Pueden quitar la vida cuando no las usamos con delicadeza y cuidado.
Puede ocurrir que nuestras conversaciones no sean constructivas. ¿Qué tipo de conversaciones son más frecuentes en nuestras reuniones familiares? ¿Compartimos lo más puro que tenemos en nuestro interior? ¿O nuestras conversaciones se centran en los demás, en lo que deberían cambiar los otros, en lo que no hacen bien aquellos que nos incomodan? A veces tenemos conversaciones superficiales, hablamos sobre temas sin importancia.
¡Qué importante es lo que decimos! El otro día celebrábamos la fiesta de Santa Escolástica, la hermana de San Benito. Una vez al año se reunían los dos hermanos y mantenían conversaciones espirituales durante horas. Hablaban de Dios, de lo que le amaban, de cuánto les amaba Él. A veces pienso que me gustaría tener más conversaciones de este tipo.