Dentro de un mes, el día 9 de Julio, en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra el Papa Francisco, en su visita apostólica a Bolivia, inaugura el V Congreso Eucarístico Nacional que se celebra en la ciudad de Tarija y convoca a toda la Iglesia católica de este país para contemplar, profundizar, avivar y celebrar la centralidad de la Eucaristía en la vida cristiana bajo el lema “Pan partido para la vida del mundo”. Dicho lema expresa también lo que la Iglesia celebra en este domingo del Corpus, aunque en Bolivia se celebró ya el jueves, que es el día que le corresponde.
La celebración fue extraordinaria en las principales ciudades de Bolivia. La de Santa Cruz de la Sierra congregó a unas treinta mil personas que, presididas por el Arzobispo, monseñor Sergio, y acompañadas también por el cardenal Julio Terrazas, por Mons. Estanislao y por gran parte del presbiterio de la arquidiócesis, celebraron con entusiasmo y devoción la presencia del Señor en la Eucaristía, tanto en el estadio como en la procesión hasta la catedral. Fue una tarde de alegría y de acción de gracias por la presencia del Señor en el pan eucarístico que nos convoca a fortalecer la caridad, la comunidad y la solidaridad. Para ello todos debemos convertirnos en aquello que recibimos: un pan partido por amor a los hermanos, especialmente a los que sufren, que constituye el culmen de nuestra alegría cristiana.
Y es que la celebración del Corpus Christi recapitula en un día de fiesta extraordinario la trascendencia de la Eucaristía en la vida de la Iglesia y el dinamismo del pan partido como sacramento que proclama y exalta la presencia del Señor Jesús, el cual se entrega a la humanidad para ser compartido como un don y signo decisivo del Reinado de Dios. En la fracción del pan, según Marcos, se dice: “Y, estando ellos comiendo, tomando pan, bendiciéndolo, lo partió y se lo dio y dijo: Tomad, esto es mi cuerpo” (Mc 14,22). Toda acción simbólica expresa en un lenguaje sublime y sinérgico la identidad, el espíritu y los valores de una comunidad humana.
La fracción del pan es una acción comunitaria. Comer es necesario para subsistir, pero comer con otros es mucho más que alimentarse, es compartir las alegrías y las esperanzas, las angustias y las tristezas de los otros. En la Eucaristía la Iglesia se siente solidaria con la humanidad al compartir, sobre todo, las preocupaciones y problemas de los pobres y afligidos, que se cuentan por millones en la mesa de los hambrientos de nuestro mundo.
En esta mesa Jesús también es compañero de camino, pero él es protagonista de los gestos primordiales que pueden hacer de la humanidad una verdadera fraternidad. Además de compartir, Jesús realiza y enseña lo que hay que hacer en la vida para transformar el mundo en un hogar para la familia humana. Al tomar el pan, Jesús acoge la espiga triturada y el pan amasado en el dolor, abraza el cansancio y las fatigas de los que sufren y asume en su amor inmenso los problemas de la humanidad atrapada en un sistema social que parece un callejón sin salida y en un pecado capital, la codicia, que parece no tener redención. Este pan, ya amasado y hecho, entre injusticias y desigualdades, entre corrupción y violencia para la comida no compartida entre los opulentos y los hambrientos, este pan que sólo sirve para la subsistencia es el que Jesús toma en sus manos para hacer una última acción definitiva y transformadora de la realidad humana. Jesús bendice el pan porque lo recibe como un don de Dios, porque siente que todo lo humano es un lugar de Dios y motivo de alabanza y de encuentro con Dios.
El gesto determinante de Jesús sobre el pan es el de partirlo. Al partirlo, lo vincula estrechamente a su trayectoria de amor y de servicio liberador que culminará con su muerte injusta y violenta en la cruz. Cuando parte el pan, éste ya no es el mismo pan sino un cuerpo, el Cuerpo de la nueva humanidad, de la que Jesús es la cabeza. El pan partido es el cuerpo del que iba a ser crucificado, pero antes de su muerte, proclama la victoria del amor que resucita. La entrega por amor hace del cuerpo y del pan un don de Dios para la vida. No es ya sólo un pan, sino un pan al que le ha ocurrido algo trascendental. Se trata un pan partido. Sobre este pan troceado es sobre el que Jesús declara las palabras: “Esto es mi cuerpo”. Ese pan, ya partido, prefigura lo que será su muerte como expresión de la vida que se entrega por amor. Pero no sólo la prefigura sino que proclama su fuerza vivificadora, pues el pan partido es ya mucho más que pan. Es palabra y sacramento que revela el amor hasta la muerte de Jesús. Es sacramento de la humanidad redimida que transparenta y hace visible aquel amor. Es cuerpo que suscita en quienes lo comparten el dinamismo existencial de la entrega de la vida como prójimos de los que sufren y de los más necesitados. Ese pan partido es el Cuerpo de Cristo, vencedor del pecado y de la muerte. Al participar en esa comida los creyentes formamos parte de ese pan, alimentamos nuestro espíritu y estamos llamados a vivir su mismo dinamismo de entrega, de sacrificio y de amor, proclamando la inmensa alegría que suscita en nosotros la Eucaristía.
Celebrar y exaltar hoy la fracción del pan como cuerpo de Cristo no puede consistir sólo en hacer una procesión con el Cuerpo Eucarístico de Cristo, ni participar de una celebración hermosísima y multitudinaria, sino que debe consistir en seguir abriendo un camino eucarístico en la lenta marcha de la historia para que todos los cuerpos rotos del mundo, los de los enfermos y desahuciados, los de los pobres y desheredados, los de las prostitutas y de los inmigrantes, los de los niños de la calle y maltratados, todos los cuerpos dañados de las víctimas encuentren en el Cuerpo de Cristo, partido por amor y compartido por su Iglesia, la esperanza de la liberación de este sistema y de la redención de toda persona humana.
José Cervantes Gabarrón es sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura