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REFLEXIÓN DOMINICAL: LA SEÑAL DEL PAN PARTIDO Y EUCARÍSTICO

De la misma manera que el pan y el agua ofrecidos reiteradamente por el ángel del Señor a Elías constituyeron el alimento y la fuerza necesarios para que el profeta pudiera llevar adelante su misión de conducir a su pueblo al culto al Dios vivo y verdadero, y al mismo tiempo eran la señal de que Dios estaba con él incluso en medio de su angustia y de su desesperación (1Re 19,4-8), así el pan ofrecido por Dios a la humanidad en la persona de Cristo es pan de vida para la vida del mundo y señal de su Alianza permanente con el hombre.

El pan partido y compartido por Jesús y los discípulos con la multitud constituye una de las grandes señales que el evangelio de Juan presenta como anuncio y realización anticipada de la hora de la gloria de Dios en nuestro mundo. Hace varios domingos leíamos este relato admirable y milagroso. Su fuerza espiritual y transformadora trasciende las fronteras del mundo religioso cristiano y se convierte en un relato portentoso de una actualidad palpitante, pues ante los escalofriantes datos de la pobreza en nuestro planeta a causa de la injusticia y de la desigualdad en el reparto de los bienes de la tierra, esa “señal” es la lección magistral de la sabiduría divina, accesible a la inteligencia humana, capaz de revelar, en los gestos antológicos de Jesús con el pan disponible, la gran verdad que da vida al mundo y que convierte aquel reparto de pan en la señal por excelencia de la manifestación de la gloria de Dios en Jesucristo para el género humano.

El discurso del pan de vida que prosigue en el evangelio de Juan ayuda a comprender la fuerza de aquella señal (Jn 6,23-59). El pan es la señal de la hora de la entrega de la vida. Jesús mismo será el verdadero pan partido en la cruz, cuyo sacrificio como víctima de la injusticia humana en la entrega de su vida por amor da al mundo la vida definitiva y eterna. En Juan no hay narración histórica de la institución de la Eucaristía en la última cena como ocurre en los evangelios sinópticos, pero sí está presente toda la fuerza de la Eucaristía en el reparto del pan y su explicación subsiguiente en el discurso del pan de vida.

El primer aspecto contenido en los gestos eucarísticos de “tomar el pan y dar gracias” es el de ser un don gratuito del Padre. En el discurso del pan de vida Jesús dice también: mi Padre os da el pan del cielo; el verdadero, el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo (Jn 6,32-33). Jesús sabe muy bien que el don que él hace viene del Padre. Él da gracias al Padre porque es el Padre quien le da la capacidad de transmitirlo.

El segundo aspecto eucarístico del discurso del pan de vida es la finalidad del don para la vida del mundo. El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo (Jn 6,51). La Eucaristía es un don para la vida del mundo. Al decir en cada Eucaristía: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19), Jesús no sólo piensa en los allí presentes, sino en toda la multitud. La acción de gracias de la institución eucarística es el origen de un nuevo reparto de pan entre los muchos que forman la multitud que incluye a todos de los seres humanos.

Jesús se da como pan de vida eterna y esa donación y entrega de la vida se convierte en una partición más admirable e importante que la que tuvo lugar en el lugar desértico. El fin último del reparto del pan no era sólo saciar el hambre de miles de personas, sino más bien prefigurar como señal el reparto mesiánico del pan eucarístico hasta constatar la sobreabundancia de los pedazos partidos sobrantes para que todos tengan una vida abundante. Las tradiciones evangélicas ponen de relieve este vínculo entre el milagro y la Eucaristía por el uso de las mismas palabras en la descripción de los gestos de ambos relatos: Jesús toma el pan, pronuncia la bendición o da gracias, lo parte y lo da a repartir entre la muchedumbre.

El tercer aspecto es la Alianza. La Eucaristía, sacramento de la Nueva Alianza, antes de ser un don generoso de Cristo, es un don maravilloso del Padre celeste, que regala su amor generador de Vida eterna. Es un don irreversible y universal. En el discurso del pan de vida Jesús dice: Quién come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Esta amistad de Jesús hacia nosotros es la alianza más profunda en la comunión íntima con él, por ser nueva, eterna y universal. En efecto, nos conduce definitivamente hasta el Padre, es una alianza que conlleva para siempre el perdón de todos los pecados,  y se proclama para toda la humanidad, pues como dicen los profetas: “Todos serán discípulos de Dios. Y es eterna, porque el participa de este pan “vivirá para siempre”.

La carta a los Efesios (Ef 4,30-5,2) invita a vivir el dinamismo del amor que se traduce en perdón y comprensión hacia los demás desterrando todo tipo de amargura, ira, enfados e insultos para vivir en el Espíritu que va operando en nosotros la liberación hasta su manifestación total. Cristo nos amó y se entregó por nosotros para que nosotros hagamos lo mismo por los demás y en su mismo amor, que se renueva constantemente en la Eucaristía.

José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura