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Reflexión dominical: Con Jesús ¡hagamos las cosas bien!

La imagen de un niño sirio, aparecido muerto en las costas de Turquía, recorría ayer el mundo entero. Con el evangelio de este domingo en la mano, sólo me cabe una exclamación: ¡Qué mal lo hacemos todo! Esta frase es el vivo contraste con el comentario de la gente ante la curación del sordomudo realizada por Jesús: ¡Qué bien lo ha hecho todo! En este mundo globalizado no se pueden aguantar hechos como el que revela esta imagen u otros parecidos. No olvidemos que son miles de niños los que mueren diariamente por causas que podríamos evitar los humanos si tuviéramos voluntad firme para ello. El sistema que lo impide es el del imperio del dinero en sus múltiples y mortíferas manifestaciones, como por ejemplo, la compraventa de armas y el tráfico de drogas.

El domingo anterior planteaba la carta de Santiago en qué consiste la verdadera religión y concluía que, frente a una religiosidad inoperante y muerta, la religión auténtica consiste en la escucha de la palabra de Dios y en la atención a los huérfanos y a las viudas, los cuales eran prototipo, desde el Antiguo Testamento, de todos los marginados e indefensos (cf. Sant 1, 27). Estrechamente vinculado a estos sectores más pobres de la sociedad antigua aparece también la figura del extranjero o inmigrante, particularmente en las tradiciones del Deuteronomio. Éste ocupa un puesto primordial en el desarrollo de las legislaciones bíblicas, en las cuales se alcanza el reconocimiento de todos sus derechos en régimen de igualdad con los nativos de un lugar.

El fragmento dominical de la Carta de Santiago en la iglesia católica continúa afrontando la cuestión de la pobreza y muestra que la fe en Jesucristo lleva consigo una indiscutible opción personal a favor de los pobres. Santiago vapulea con vehemencia a los creyentes y entra en el problema de las relaciones humanas y sociales marcadas por los favoritismos. Con un ejemplo típico (Sant 2,2-4) describe una situación muy concreta de la vida para criticar el comportamiento habitual: la atención preferente a los ricos y el menosprecio de los pobres. El autor es tajante en esta cuestión: la acepción de personas en virtud de su riqueza económica es incompatible con la fe en Cristo. La exhortación se convierte en una apelación de carácter teológico (Sant 2,5-7): ¿No eligió Dios a los pobres según el mundo, para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino?…, y en una constatación crítica: ¡Pero vosotros, menospreciáis al pobre! Esta antítesis contrapone el valor que el pobre tiene ante Dios y la minusvaloración de que es objeto por parte de algunas personas, incluso creyentes. El favoritismo es pecado porque va contra el mandamiento principal de amor al prójimo (Prov 14,21) y constituye una trasgresión de la ley de Dios.

Por su parte el Evangelio de Marcos relata la curación del sordomudo en la Decápolis (Mc 7,31-37), es decir, fuera de los límites de la Palestina judía en la época de Jesús. Con ello se destaca una vez más en el evangelio la ruptura de fronteras nacionales por parte de Jesús para hacer presente la cercanía del Reino de Dios a través de los milagros así como la función mediadora de quienes ponen ante Jesús los problemas acuciantes de todo ser humano necesitado de salvación. El contacto con Jesús abre el oído de los sordos, capacita la expresión de los sin voz, suscita la palabra correcta y otorga la plena libertad a las personas, porque en él empieza una nueva humanidad, ante la cual surgen unas palabras finales de admiración paralelas a las del libro del Génesis tras el relato primero de la creación del ser humano: ¡Qué bien lo ha hecho todo!

Los fenómenos sociales de las migraciones y de la marginación deben ser reconsiderados desde los principios bíblicos que sostienen las culturas de origen cristiano y deben ocupar la atención preferente de todas las instancias sociales, políticas, empresariales, educativas y eclesiales en nuestros países. El problema de los movimientos migratorios por causa de las guerras o de la pobreza puede recibir una iluminación desde estas consideraciones bíblicas y debe ocupar la atención preferente de todas las instancias sociales, políticas, empresariales, educativas y eclesiales. Asimismo todo cristiano tiene en estos textos un tesoro de la tradición bíblica para revisar y corregir las actitudes y comportamientos que generan, apoyan o defienden criterios racistas, xenófobos o marginadores. Desde la perspectiva cristiana no son compatibles con la fe ni el menosprecio de los pobres, ni el favoritismo hacia los ricos. La salvación de Jesús ha roto todas las fronteras y se hace presente también en el mundo pagano y de los incrédulos haciendo posible la nueva creación, realizando las utopías y los sueños proféticos de liberación de los seres humanos, especialmente de los que no tienen ni voz, ni voto, ni derechos, sobre todo cuando éstos hayan sido acallados, eliminados o conculcados.

Los creyentes, miembros de la comunidad eclesial debemos ser mediadores del encuentro con Jesús, un encuentro salvador para los pobres, los inmigrantes y los refugiados,  y debemos aportar al mundo y a la sociedad actual con un sentido auténticamente misionero la fuerza de la palabra de Dios, creadora de una realidad nueva de fraternidad y de igualdad sin barreras ni fronteras.

Creo que la tradición cristiana cuenta con un mensaje primordial desde sus orígenes, como queda reflejado en la carta de Santiago que hoy leemos en la Iglesia. Se trata de la prioridad de los pobres que constituye un aspecto fundamental del Evangelio de Jesús y de la vida de las comunidades del Nuevo Testamento. En nuestro tiempo ha sido recuperado especialmente por parte de la Iglesia Latinoamericana que lo ha formulado en Aparecida como “la opción preferencial y evangélica por los pobres”. Ante la situación actual marcada por la gran crisis económica y sistémica mirar la realidad del mundo poniendo en el primer plano a los pobres, a los inmigrantes y a los refugiados debe ser el principio generador de otro mundo posible. Como Santiago argumenta y como el evangelio de Marcos nos narra, los creyentes hemos de ser mediadores para propiciar el encuentro con Jesús a través de su palabra que nos impulsa articular mecanismos de comunión y solidaridad en el interior de las estructuras económicas internacionales y sociales que permitan lograr los grandes objetivos que se presentan como cotas mínimas de igualdad en el planeta, de modo que el hambre y las guerras queden absolutamente erradicados y los seres humanos alcancen la dignidad de vivir según la riqueza que Dios ha concedido para todos, es decir para compartirla entre todos, pues el gran soberano de toda la tierra es el único Dios vivo y verdadero. Con Jesús, ¡hagamos las cosas bien!

José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura