En la alegría, el gozo y la esperanza de ser cristianos nos reunimos en el nombre del Señor para celebrar su día, participando de la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, en este domingo 24º del tiempo ordinario.
PRIMERA LECTURA. El segundo Isaías nos presenta el tercer cántico, que bien podría ser entendido de manera sencilla como el sufrimiento y la confianza del siervo de Yahvé, que no se reserva nada para sí y lo ofrece todo en humildad admirable. «Yo no me resistí ni me eché atrás… El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes». Su entrega es total, generosa y confiada en Aquel que lo envía y sostiene en su misión.
Desde los primeros siglos de nuestra era cristiana, se ha interpretado y atribuido esta profecía a Jesús, como el enviado por el Padre a salvar a la humanidad. Mas no todos aceptaron su misión como redentor, así sufrió el rechazo, el escarnio y la condena hasta derramar su sangre desde la cruz.
SEGUNDA LECTURA. El apóstol Santiago continúa iluminándonos con sus sabias enseñanzas. Reflexionamos hoy un tema fundamental para la vida cristiana en sí, que se manifiesta viva y operante desde la unidad entre vida de fe y obras de caridad; en concreto desde la vivencia de la verdadera caridad. «¿De que le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar?».
Unificar la fe y la vida cotidiana es el gran desafío de nuestro ser cristianos y católicos. ¡Cuánto entusiasmo demostramos al proclamar nuestra fe, pero cuánto vacío hay en nuestras obras de caridad! ¡Cuánta incoherencia hay entre lo que profesamos y lo que hacemos como creyentes! El llamado del apóstol a los primeros cristianos también es válido para nuestro tiempo, para vivificar la fe de la Iglesia, para que sea operante, dé frutos de verdadera caridad y solidaridad, sobre todo con los más necesitados y carentes de oportunidades.
EVANGELIO. Jesús es el Maestro y Señor de la historia. Él nos ayuda a clarificar nuestro pensar, sentir y conocer los designios y el plan de Dios, de manera colectiva y personal. La pregunta que realiza Jesús a los discípulos de camino hacia Filipo, sobre el pensar de la gente es fundamental, es como el termómetro que mide la temperatura sobre el conocimiento del tiempo presente que está viviendo Israel ante la llegada del Mesías.
La gente sigue a Jesús, participa de los signos y predicación, está admirada de su proceder y enseñanza, pero no reconoce en Jesús la presencia salvadora de Dios, como el enviado del Padre. Lo confunden con un simple profeta. «¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos contestaron: unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas». Esta situación de confusión es muy común dentro de nuestra propia Iglesia. Ante la confusión y el error está Pedro, cabeza de los apóstoles, hoy representado en el Papa, cabeza de la Iglesia en comunión con todos los obispos, colaboradores y fieles, a quienes Jesús nos devuelve la pregunta. «Y ustedes, ¿qué dicen, quien soy? Pedro le contestó: Tú eres el Mesías».
Pidamos al Señor la gracia de comprender mejor el plan de salvación, de saber aceptar la cruz como parte de nuestra vida y apostolado, para poder llegar a la gloria de la resurrección.
Chaguaya 16-09-2018