Análisis

P. Pedro Rentería: “Sé bienvenida, amiga imperfección”

Elogio de la imperfección

De la serie: “A ti, joven campesino”

Los años nos van enseñando a los mayores, después de tantos y tantos esfuerzos por conseguir los ansiados sueños, que más allá de resultados positivos -que ciertamente no faltan- lo que importa es aceptar que no lo sabemos todo, que no abarcamos todo, que no entendemos todo…”

Rita Levi-Montalcini, Premio Nobel de Medicina, escribió un sugestivo libro en el que defiende cierta imperfección en la vida y en el trabajo, subrayando que eso de la imperfección es lo que más se ajusta a la naturaleza humana.

Su obra tiene como título: “Elogio de la imperfección”. Rita nació en 1909 en Turín, en el seno de una familia judía. Se licenció en Medicina, especializándose en neurocirugía. Obligada a dejar la Universidad a causa de las leyes raciales, fue en Estados Unidos, ya después de la Segunda Guerra Mundial, donde desarrolló su carrera científica descubriendo el llamado «factor de crecimiento nervioso» (NGF), que le valió el Nobel de Medicina en 1986.

Creo que, como Rita, también encuentro atrayente la idea de la imperfección. Los años nos van enseñando a los mayores, después de tantos y tantos esfuerzos por conseguir los ansiados sueños, que más allá de resultados positivos -que ciertamente no faltan- lo que importa es aceptar que no lo sabemos todo, que no abarcamos todo, que no entendemos todo, que en todo no somos expertos… En fin, que la imperfección nos acompaña y, quiero creer, lo hace como una buena amiga.

Quienes vivimos con gozo la Fe, traducida en confianza plena en un buen Papá-Dios, intuimos que ya desde los albores del tiempo, la libertad, el libre albedrío -absolutamente necesario para ser y llamarnos personas-, nos ganó limitación, mediocridad, desajuste e imperfección. Ahí está el pecado original, respuesta del ser humano a la libertad, con toda su estela de violencias, abusos, corruptelas, desencuentros, venganzas y demás demonios.

Pero, nosotros, padrecito, queremos, necesitamos, sueños. Que nuestra adolescencia y juventud tengan un horizonte de proyectos, ilusiones, ideales, como usted tantas veces nos dice… -siempre estáis a punto, queridos chicos del hogar-internado, con vuestras puntualizaciones, para que queden claras. Os lo agradezco.

Es verdad. Y también he repetido hasta la saciedad que los sueños son duros, difíciles, muy exigentes. Cualquier buena idea profesional o vocacional que albergue vuestra mente y corazón, nunca caerá del cielo, así, ya resuelta. Necesitará harta disciplina, noches en vela y el superar un montón de inconvenientes e incluso incomprensiones en vuestros ambientes.

No, no os quiero desanimar, Dios me libre. Al contrario. Aterrizad en suelo firme. Porque tanta exigencia esconde, cómo no, fuertes dosis de felicidad, de satisfacción, de misión cumplida. Pero también de imperfección. Y así enlazo con lo escrito arriba. Con la experiencia de Rita, la científica.

Porfa, changuitos, buscad esfuerzo, arrojo, energía, y no tanto perfección. Bien lo sabéis: después de mucho entrenamiento en la cancha, la pelota no entra en el arco. Después de toda una noche estudiando, el examen se desbarató por una “mente en blanco”. Después de preparar con mimo el diálogo con papá, este llegó en pésimas condiciones “y me regaló un sopapo”. Y así más y más vivencias que compartimos en los ratos de diálogo confiado.

Otro “porfa”, chicos: buscad resistencia ante el derrumbamiento. Fortaleza ante la adversidad. Sentido común cuando parece que el mundo pierde la cabeza. Y siempre, siempre, intentando esa sonrisa -aún infantil- que se hospeda en vuestro corazón. A los viejitos nos encantan esas sonrisas.

La respuesta de Dios al mal en el mundo, al sufrimiento, a la violencia, al pésimo uso de nuestra libertad, es la imagen de un hombre bueno, confiado, llenito de amor que supo regalar a raudales…

Voy terminando. Nuestra cultura, aquí y allá, se inclina por el sentimiento -a veces grotesco sentimentalismo- y por relaciones tipo sodita sin azúcar. Muchos pretenden conseguir un futuro muelle, donde el vivir bien esté alejado de aprietos y conflictos. Luchan años y años, utilizando todo tipo de técnicas humanas y sobrehumanas, para alcanzar la absoluta armonía. Quieren olvidar el pasado porque solo importa el presente, dicen. Dan mil vueltas en su cabeza a no sé qué apuros. Etcétera. Quizá la palabra “aceptación” no entra en su diccionario.

Y desde el aceptar… ¡transformar!

Gracias, chavales, por aguantarme una vez más. ¡Ah!, casi se me olvida. La respuesta de Dios al mal en el mundo, al sufrimiento, a la violencia, al pésimo uso de nuestra libertad, es la imagen de un hombre bueno, confiado, llenito de amor que supo regalar a raudales. Un hombre sensato y paciente. Un hombre que aceptó la cruz para resucitar, para transformar. Y los siglos siguen viviendo de su experiencia única.

Gracias, Rita, por su Premio Nobel y por su “Elogio de la imperfección”.

 

(P. Pedro es Comunicador Pastoral)

{Imagen: contemplativosactivos.wordpress.com]