El arzobispo de Santa Cruz, Sergio Guaberti, se pronunció sobre los asentamientos en las tierras de la Chiquitania que han generado confrontación las últimas semanas y pidió evitar estos hechos que van en contra de la paz y democracia del país.
“Expulsar los ‘demonios’ de nuestra sociedad, las injusticias, discriminaciones, amenazas y los avasallamientos, hechos que atentan a la convivencia pacífica y democrática (…) Nuestro país parece ser el hogar solo para los que llevan una determinada camiseta y no para todos sus habitantes”, dijo el arzobispo ante la tensión que se vive por los asentamientos.
Gualberti indicó que el anunció del evangelio debe ser acompañado de una praxis liberadora de todo lo que, física y espiritualmente, esclaviza a la persona y degrada la dignidad humana. Añadió, que esto implica el compromiso de expulsar, con el poder de Cristo y de su palabra, a los “demonios” personales, como los odios y los rencores presentes en nuestra vida y que disgregan a las familias y rompen las relaciones con el prójimo.
Es así, que en la homilía de este domingo el arzobispo exhortó a dejar a un lado los avasallamientos que han generado enfrentamientos los últimos días en el departamento cruceño. Asimismo, Pidió una convivencia democrática que beneficie a todos los bolivianos, sin importar su partido político.
Fuente: El Deber
Arzobispo exhorta a expulsar los “demonios” de nuestra sociedad, las injusticias, discriminaciones, amenazas y los avasallamientos, hechos que atentan a la convivencia pacífica y democrática
Desde la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir Catedral, el Arzobispo de Santa Cruz, Monseñor Sergio Gualberti exhorta a expulsar a los “demonios” de nuestra sociedad, como las injusticias, las discriminaciones, las mentiras, las amenazas y los avasallamientos, hechos que provocan enfrentamientos, atentan a la convivencia pacífica y democrática y hacen que nuestro País parezca ser el hogar solo para los que llevan una determinada camiseta y no para todos sus habitantes.
Así mismo el prelado afirmó que, “Estamos llamados a anunciar, con alegría, fidelidad y valentía, el Evangelio en nuestra vida y a dar testimonio de nuestra fe en Dios”.
El anuncio del Evangelio necesariamente debe ser acompañado de una praxis liberadora de todo lo que, física y espiritualmente, esclaviza a la persona y degrada la dignidad humana. Esto implica el compromiso de expulsar, con el poder de Cristo y de su Palabra, a los “demonios” personales, como los odios y los rancores presentes en nuestra vida y que disgregan a las familias y rompen las relaciones con el prójimo.
Pero, implica también expulsar a los “demonios” de nuestra sociedad, como las injusticias, las discriminaciones, las mentiras, las amenazas y los avasallamientos, hechos que provocan enfrentamientos, atentan a la convivencia pacífica y democrática y hacen que nuestro País parezca ser el hogar solo para los que llevan una determinada camiseta y no para todos sus habitantes.
Amós y los apóstoles hoy nos han recordado que los cristianos, por naturaleza, somos misioneros allí donde nos encontramos, llamados a anunciar, con alegría, fidelidad y valentía, el Evangelio en nuestra vida de cada día y a dar testimonio de nuestra fe en Dios, de manera que quienes nos vean puedan quedar cautivados por Él y por su amor.
En especial, este es el augurio que dirijo hoy a los diáconos permanentes de nuestra Arquidiócesis aquí representados, que celebran siete años de su ordenación*. Oremos para que ellos y los demás diáconos sean siempre servidores fieles de la palabra de Dios y de los pobres.
Acojamos todos con gratitud y apertura de corazón la misión que el Señor nos ha encomendado, con la confianza que nunca nos va a faltar su ayuda, como se ha proclamado en el salmo: “El Señor promete la paz para su pueblo y sus amigos”.
La liturgia de la Palabra hoy nos presenta testimonios vivos de misioneros: el profeta Amós y los doce apóstoles. Amós en persona nos habla del llamado sorpresivo de Dios mientras está trabajando al cuidado de su ganado y al cultivo de árboles frutales. El profeta tiene que ir a Israel, el reino del Norte de la tierra prometida, para denunciar su infidelidad a las exigencias de la Alianza estrechada con Dios.
El evangelio nos presenta a Jesús que elige y designa a los doce apóstoles “para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar”. Los Doce constituyen los cimientos del nuevo pueblo de Dios, al igual que las “doce tribus de Israel” habían sido la base del pueblo elegido.
Los Apóstoles, en su mayoría, son pescadores pobres y sin mucha formación intelectual, hombres que no cuentan en la sociedad. Sin embargo, Jesús elige justamente a esos hombres sencillos y humildes para que sean sus discípulos y los envía a anunciar la Buena Noticia del reino de Dios y a dar testimonio de su poder que transforma y salva al mundo. Estos desposeídos de la sociedad, ahora lo poseen todo ya que han recibido la gracia y la potencia del Reino “les dio poder sobre los espíritus inmundos”.
Jesús nos enseña que el éxito de la misión no está en el despliegue de la ciencia, de los poderes humanos y de los medios económicos y tecnológicos sino en el poder del Evangelio.
Con el envío de los Doce, Jesús nos enseña que el éxito de la misión no está en el despliegue de la ciencia, de los poderes humanos y de los medios económicos y tecnológicos sino en el poder del Evangelio, la palabra eficaz de Dios que hace grandes cosas en nuestra pobreza y limitaciones.
Este mandato de Jesús sigue vigente también para nosotros sus discípulos que, por el bautismo, hemos sido constituidos misioneros con el mandato de dar testimonio de nuestra fe en Dios en todo momento de nuestra vida y en todo ámbito de la sociedad, confiados en la fuerza de su Palabra y no en los medios y seguridades humanas.
El trabajo misionero, para dar frutos, tiene que pasar por la cruz, al igual que Jesús
Jesús sabe, por experiencia propia, que el anuncio de la Buena Noticia encuentra obstáculos, indiferencia, rechazo y persecución, por eso advierte a los apóstoles: “Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí sacudan el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos”.
El misionero tiene que ponerse en camino, salir de sí mismo y sus seguridades, para proclamar y testimoniar, con sencillez y humildad, la alegría y la fuerza transformadora del Evangelio, llamando a la conversión del corazón y de la vida.
Homilía de Monseñor Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
/11/07/2021
La liturgia de la Palabra hoy nos presenta testimonios vivos de misioneros: el profeta Amós y los doce apóstoles. Amós en persona nos habla del llamado sorpresivo de Dios mientras está trabajando al cuidado de su ganado y al cultivo de árboles frutales. El profeta tiene que ir a Israel, el reino del Norte de la tierra prometida, para denunciar su infidelidad a las exigencias de la Alianza estrechada con Dios.
La llamada de Dios es irresistible; Amós deja su trabajo en el campo y va a predicar en el santuario de Betel, mostrando las fatales consecuencias de la traición a la Alianza: injusticias y desigualdades en la sociedad, opresión de los pobres, religión aliada de los poderosos y vida política marcada por la corrupción, el engaño y la indiferencia ante los sufrimientos del pueblo humilde.
Su palabra profética provoca enseguida la reacción de los poderosos de Israel, como se constata en la intervención de Amasías, sacerdote de dicho santuario. Él acusa a Amós de poner en peligro la estabilidad y la paz del reino y, con el pretexto que Amós no es originario de la región y tampoco es un profeta al servicio del rey, lo expulsa del santuario. “Vete de aquí, vidente… refúgiate en el país de Judá… No vuelvas a profetizar en Betel, porque éste es un santuario del rey, un templo del reino”.
Palabras trágicas: el santuario, “casa de Dios” y el pueblo elegido ya no pertenecen al Señor sino al rey. De este modo, Dios es expulsado de su pueblo y su palabra, anunciada por boca del profeta, es rechazada. Amós responde con firmeza a Amasías: “No soy profeta, ni hijo de profetas”. Él no es un “profesional” de la profecía, como los falsos profetas alcahuetes del rey, que predicaban su propia palabra y no el mensaje de Dios.
En cambio, Amós profetiza para cumplir su misión de portavoz de Dios y no para ganarse la vida, ya que se sustenta con su labor en el campo.
El profeta además, con total libertad y valentía, denuncia que las autoridades, al tomar esa decisión, no se oponen a su persona sino a Dios mismo, sustrayéndose a su autoridad, faltando a la Alianza y actuando como un pueblo pagano. Lo que da fuerza y legitima la intervención del profeta es el llamado y mandato de Dios: “el Señor me tomó y me ordenó que dejara el rebaño diciéndome: – vete y profetiza a mi pueblo Israel –”; por eso, se ha dedicado a hablar del Señor y en nombre del Señor.
El evangelio nos presenta a Jesús que elige y designa a los doce apóstoles “para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar”. Los Doce constituyen los cimientos del nuevo pueblo de Dios, al igual que las “doce tribus de Israel” habían sido la base del pueblo elegido. Jesús, en total libertad, los llama personalmente uno a uno por su propio nombre y, después de haberlos preparados y compartido su vida con ellos, los envía a la misión, no singularmente, sino de dos en dos, para dar más credibilidad y eficacia a la palabra que anuncian.
Los Apóstoles, en su mayoría, son pescadores pobres y sin mucha formación intelectual, hombres que no cuentan en la sociedad. Sin embargo, Jesús elige justamente a esos hombres sencillos y humildes para que sean sus discípulos y los envía a anunciar la Buena Noticia del reino de Dios y a dar testimonio de su poder que transforma y salva al mundo. Estos desposeídos de la sociedad, ahora lo poseen todo ya que han recibido la gracia y la potencia del Reino “les dio poder sobre los espíritus inmundos”.
Con el envío de los Doce, Jesús nos enseña que el éxito de la misión no está en el despliegue de la ciencia, de los poderes humanos y de los medios económicos y tecnológicos sino en el poder del Evangelio, la palabra eficaz de Dios que hace grandes cosas en nuestra pobreza y limitaciones. Por eso Jesús ordena a los apóstoles que, “aparte de un bastón para el camino, no lleven pan, ni provisiones, ni dinero, solo un par de sandalias, pero no dos túnicas”.
Este mandato de Jesús sigue vigente también para nosotros sus discípulos que, por el bautismo, hemos sido constituidos misioneros con el mandato de dar testimonio de nuestra fe en Dios en todo momento de nuestra vida y en todo ámbito de la sociedad, confiados en la fuerza de su Palabra y no en los medios y seguridades humanas. Por eso, para ser verdadero misionero, todo cristiano debe estar dispuesto a recibir antes que dar, como dice Jesús: “Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir”.
Jesús sabe, por experiencia propia, que el anuncio de la Buena Noticia encuentra obstáculos, indiferencia, rechazo y persecución, por eso advierte a los apóstoles: “Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí sacudan el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos”. El trabajo misionero, para dar frutos, tiene que pasar por la cruz, al igual que Jesús.
“Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión”. El misionero tiene que ponerse en camino, salir de sí mismo y sus seguridades, para proclamar y testimoniar, con sencillez y humildad, la alegría y la fuerza transformadora del Evangelio, llamando a la conversión del corazón y de la vida. “Expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos”. El anuncio del Evangelio necesariamente debe ser acompañado de una praxis liberadora de todo lo que, física y espiritualmente, esclaviza a la persona y degrada la dignidad humana. Esto implica el compromiso de expulsar, con el poder de Cristo y de su Palabra, a los “demonios” personales, como los odios y los rancores presentes en nuestra vida y que disgregan a las familias y rompen las relaciones con el prójimo.
Pero, implica también expulsar a los “demonios” de nuestra sociedad, como las injusticias, las discriminaciones, las mentiras, las amenazas y los avasallamientos, hechos que provocan enfrentamientos, atentan a la convivencia pacífica y democrática y hacen que nuestro País parezca ser el hogar solo para los que llevan una determinada camiseta y no para todos sus habitantes.
Hermanos y hermanas, Amós y los apóstoles hoy nos han recordado que los cristianos, por naturaleza, somos misioneros allí donde nos encontramos, llamados a anunciar, con alegría, fidelidad y valentía, el Evangelio en nuestra vida de cada día y a dar testimonio de nuestra fe en Dios, de manera que quienes nos vean puedan quedar cautivados por Él y por su amor. En especial, este es el augurio que dirijo hoy a los diáconos permanentes de nuestra Arquidiócesis aquí representados, que celebran siete años de su ordenación. Oremos para que ellos y los demás diáconos sean siempre servidores fieles de la palabra de Dios y de los pobres. Acojamos todos con gratitud y apertura de corazón la misión que el Señor nos ha encomendado, con la confianza que nunca nos va a faltar su ayuda, como se ha proclamado en el salmo: “El Señor promete la paz para su pueblo y sus amigos”. Amén
Fuente: Campanas – Iglesia Santa Cruz