Análisis

“OS CONVIENE QUE YO ME VAYA” (Jn 16, 7)

El cuarto evangelio, también conocido como el evangelio de Juan, el discípulo amado, relata con minuciosidad las palabras de Jesús en la sobremesa de la última cena con sus apóstoles. Estas palabras, conocidas también como el discurso de despedida, forman uno de los pasajes literarios más emotivos en la literatura universal.

Jesús, el Señor y el Maestro, consciente de la cercanía inminente de su muerte y del consiguiente trauma que convulsionará a sus discípulos, se esfuerza una y otra vez en consolarles y darles recomendaciones para que no se derrumben y abandonen la obra comenzada.

Una vez que Judas el traidor abandonó el cenáculo, Jesús abre su corazón y se muestra ante sus apóstoles no simplemente como el Señor y el Maestro que les envía a predicar el evangelio con la promesa de la recompensa, sino también como el Amigo que les quiere con un amor tan grande que dará la vida por ellos. “Ya no os llamo siervos, sino amigos” (Jn 15, 13-16).

Pero más profundamente Jesús considera que esta comunidad de amigos constituye una verdadera familia en la cual Él se identifica con el Padre Dios: “Quién me ve a mí ve al Padre” (Jn 14, 9). Por eso les llama “hijitos” (“teknía”, en griego), una expresión familiar cariñosa que los traductores se resisten a emplear por considerar que suena demasiado extraña en un círculo de varones adultos (Jn 13, 33).

Jesús se esfuerza en desvelar el gran misterio divino trinitario que apenas pudo revelar en su predicación pública, dada la estricta impronta monoteísta de la religión judía. De hecho el principal argumento jurídico por el que Caifás y el Sanedrín condenaron a Jesús fue de ser blasfemo por hacerse Hijo de Dios (Mt 26, 63-66).

Él sabe que sus hijos quedarán en una situación de orfandad y por eso les consuela: “No os dejaré huérfanos” (Jn 14, 18). Con ello claramente indica que alguien vendrá a asumir ese papel paternal-maternal. ¿De quién se trata? Jesús se refiere al “Paráclito”, expresión griega, en latín “Advocatus” o sea Abogado, llamado a defenderles, previendo la difícil situación en quedarán los hijos.

El mundo va ser hostil y el mismo Satanás les tentará para hacerles caer en el pecado (Lc 22, 31). Por eso es urgente la venida del poderoso Auxiliador, que en la revelación bíblica es el “G´oel”, el protector y redentor de los débiles e indefensos, institución tan profundamente arraigada en la sociedad israelita, para frenar el abuso de los prepotentes (Sal 19, 15).

Pero en concreto, ¿quién es esa persona? Jesús indica que enviará a la “Rúaj” (Espíritu) de la Verdad, que procede el Padre (Jn 15, 26). Si bien en su predicación Jesús mantuvo cierta reserva sobre la identidad de la Rúaj Santa, llega el momento en que los mismos discípulos descubrirán su identidad cuando renazcan de ella con la iluminación de la misma Sabiduría (Jn 3, 5).

Pero la promesa de Jesús se fue cumpliendo progresivamente. Ya en la cruz dejó a Juan como Madre a la Virgen María, santificada con el agua, la sangre y la Rúaj de Jesús que la eleva a la categoría de la nueva Eva, Esposa del nuevo Adán y Madre de la naciente Iglesia (Jn 19, 26-27).

El mismo día de su resurrección Jesús insufló su Espíritu a sus apóstoles para darles la Paz (Jn 20. 22). Pero seguirá preparándoles para que a los 50 días renazcan espectacularmente de la “Rúaj” Santa, como Madre divina poderosa que vivifica a cada uno de ellos y les unifica para formar la Iglesia, como la comunidad santa, la Esposa del Señor, llamada a cumplir su misión de predicar a toda la humanidad para constituir la familia de los hijos de Dios.

Jesús sabe que todo esto será beneficioso para sus discípulos, ya que aun siendo el Hijo de Dios, en cuanto hombre frágil y mortal en su misión de ser el Siervo del Señor, está limitado y humillado y culminará su vida en la cruz redentora (Flp 2, 5-8). Por eso les indica a sus discípulos que conviene que Él se vaya, porque si no, no vendrá la Rúaj Santa de la Verdad y de la Caridad, que inhabitará en los creyentes (Jn 14, 16, 26; 16, 8). Queda por dilucidar por qué Jesús afirma que si Él no se marcha al Padre, no vendrá a su Espíritu (Jn 16, 7). Con ello inicia a sus discípulos en el misterio de las relaciones dentro de la familia trinitaria que la inteligencia humana apenas llega a vislumbrar.