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NUESTRO EDITORIAL: LA SEMANA QUE CAMBIÓ AL MUNDO

Designar a la Semana Santa como la semana que cambió al mundo -expresión que tanto le gusta a uno de nuestros Prelados- es introducirse en un prudente proceso de reflexión, a propósito de cuanto nos rodea.

Porque necesariamente, desde nuestro ser cristiano católico, destilamos la íntima seguridad de que la Resurrección de Jesucristo -que tuvo como antesala un lamentable proceso lleno de ambigüedades y mentiras y que culminó con su muerte en la Cruz- nos ganó una nueva visión de la vida, un nuevo estilo de afrontar la penosa realidad que, tarde o temprano, nos salpica, nos zarandea y nos complica la existencia.

Pero una gran parte de nuestros contemporáneos, especialmente quienes peor lo están pasando por sus dificultades económicas, o por la enfermedad que llega sin avisar, o por los conflictos familiares de todo tipo, quisieran corregir el título que motiva estas líneas. Dirían además, no sin razón, que el mundo sigue igual de mal que ayer y no tiene intención de mejorar mañana. Que si el siglo XX fue pródigo en guerras y holocaustos malditos, no hubo siglos anteriores que resultaran menos nocivos para la humanidad. Y este siglo XXI transita por similares derroteros.

Dirían, aterrizando en el escenario boliviano, que nuestro entorno no es precisamente un llamado a la tranquilidad. Se suceden las peleas por límites departamentales o tenencia de campos gasíferos. Los profesionales de la medicina mantienen un serio pulso con el Gobierno en reclamo de sus reivindicaciones. La inseguridad ciudadana provoca miedos en la población y gritos enardecidos a favor de ese disparate que es la pena de muerte. El narcotráfico termina con la inocencia de adolescentes y jóvenes, además de destruir familias enteras y afrentar el medio ambiente.

Dirían que se prodiga la división entre hermanos bolivianos. Que se busca más la confrontación que el diálogo y la reconciliación. Que se pasan facturas muy infladas por pensar de maneras distintas. Que nuestros gobernantes entienden -y así lo manifiestan sin reparos- que ya es hora de que la Iglesia asuma sólo el quehacer espiritual y deje de inmiscuirse en urgencias a ras de tierra.

Llegó esta Semana Santa y quizá nos ha sorprendido con el semblante -medio irónico, medio desencantando- de quien piensa que las cosas no pueden ir a mejor. Difícil actitud ésta para entonar salmos de confianza y canticos de esperanza.

Por eso nuestro reto como creyentes católicos se ha convertido en ardua tarea: desenmascarar mentiras e intimidaciones, prevenir futuros comportamientos antisociales y actitudes violentas en la educación de nuestros niños y jóvenes, atender fríos y hambres, acercar a los contrarios, pedir la rehabilitación -más que la condena- de los malos ciudadanos, procurar la salud de tantos…

Hacer todo eso -y más- y vivir por ello, es hacer efectiva la Resurrección del Señor. Es alcanzar la nueva visión de la vida y el nuevo estilo para afrontar la penosa realidad. Es comprometerse, como opción preferencial de la Iglesia, por los más desfavorecidos.

Sabemos que las muchas y variadas ideologías que marcaron los ritmos de las civilizaciones han fracasado. El Papa Benedicto XVI lo ilustró en su pasado viaje a Cuba comentando sobre la inutilidad del marxismo o del capitalismo salvaje. En el mismo saco no podemos meter nuestra Fe cristiana, aunque muchos así lo intenten. Si es verdad que seguimos a una Persona y no a una ideología, debemos tener claro que nuestros afanes de hoy se revestirán de plenitud en el Reino futuro. En el encuentro festivo con la dimensión personal y triunfante del Resucitado.

Es el “ya sí, pero todavía no” que garantiza esos sudores de hoy. Sudores sobrellevados con Fe y Esperanza, y con el bálsamo de la Caridad. A lo largo de la historia cristiana, sólo las recias virtudes de los grandes hombres y mujeres, les consiguieron el ánimo y la alegría suficientes para poder superar dificultades y fracasos y atreverse a intentarlo una y otra vez.

Y todo ello con la mirada puesta en el cielo y las botas bien clavadas en la tierra. Aunque esto les pese a nuestros gobernantes.

Así que el Monseñor tiene razón: es la Semana que cambió al mundo. Vivámosla buceando en sus múltiples significados para llenar de sentido nuestra vida.

¡¡ FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN A TODOS NUESTROS LECTORES Y COLABORADORES !!