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NUESTRO EDITORIAL: CUANDO LAS CIFRAS DUELEN…

Aquí radica el riesgo de las frías cifras dolorosas: nos acostumbramos a ellas y después de reclamar un poco nuestra atención, pasamos página en busca de noticias más alentadoras. ¿Será por miedo a afrontar las consecuencias que nos comprometen de alguna manera?. 

Son muchas las ocasiones en que las crónicas de los medios -prensa, radio, televisión, internet- se alimentan de cifras que son resultado de ponderados estudios estadísticos sobre lo que acontece aquí o allá. En los últimos días hemos sido testigos de toda una lluvia de datos que merecen nuestra atención y reflexión. En especial aquéllos referidos a nuestro entorno. Veamos.

Un informe de la Organización de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (Onudi), recientemente difundido, da cuenta de que Bolivia se mantiene firme en el penúltimo lugar en Latinoamérica por delante sólo de Panamá, y ocupa el lugar 107 entre 118 países que son evaluados a nivel mundial. El lugar de vanguardia lo ocupa Brasil y el nuestro es el país menos competitivo de la región.

Al hilo de de los conflictos reinantes -la COB, los médicos, los tarijeños y chuquisaqueños, la nueva marcha de la CIDOB, el caso Rózsa que vuelve a la palestra, el transporte que amenaza- los datos actuales del Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (Ceres) muestran que durante la administración del presidente Evo Morales, hasta diciembre de 2010, se habrían registrado 2.973 eventos, es decir, 50,4 conflictos por mes. En 2011 y los primeros meses de 2012 los conflictos acumulados están cerca de 1.500. A la fecha tendría en su haber algo así como 4.473 conflictos. Que nadie piense que con el presidente Evo, por ser un Gobierno de los movimientos sociales, la conflictividad tendería a disminuir. Los conflictos aumentaron significativamente.

Y como estamos en Abril, mes dedicado tradicionalmente a repensar las alegrías y penurias de nuestros niños, no podemos silenciar las cifras más dolorosas que llegaron de la mano de UNICEF. Aunque hayan pasado de puntillas a lo largo de la realidad nacional. Tomen nota los lectores.

A pesar de los indudables avances macroeconómicos de Bolivia, la situación de pobreza y disparidad que afecta a muchos niños, niñas y adolescentes, aún no se ha revertido: 9 de cada 10 niños están enfrascados en la extrema pobreza en las áreas rurales. En las ciudades el panorama no es más alentador: la miseria alcanza a 6 de cada 10.

El 29,2 % viven en hogares donde no hay servicios de saneamiento. Las privaciones en educación alcanzan el 10,6 % y en salud el 8,1 %. Además muchos son víctimas de abandono, negligencia y vejaciones aún peores, como la explotación laboral y la violencia sexual, que dejan en ellos severas consecuencias en su desarrollo presente y futuro.

El 83 % de las niñas, niños y adolescentes quedan expuestos a sufrir violencia en sus propios hogares, a través de la práctica del castigo físico como método educativo y disciplinario.

Necesariamente debemos ilustrar estas cifras con otras, de carácter internacional, sobre la situación de la infancia y adolescencia. El arzobispo Silvano M. Tomasi, observador permanente de la Santa Sede ante Naciones Unidas en Ginebra, las dio a conocer. El prelado deploró que 300.000 niños estén implicados en más de treinta conflictos en el mundo. Son reclutados “brutalmente” -denunció- como combatientes, mensajeros, cocineros, guardias y para relaciones sexuales forzadas. Y 115 millones de los 215 millones de niños trabajadores en el mundo son utilizados en trabajos peligrosos.

Con este panorama no nos extrañan las palabras del Cardenal Julio Terrazas en su homilía del pasado domingo, segundo de Pascua, en las que afirmaba que estamos expuestos fácilmente a encerrarnos por miedo; estamos expuestos a hacer de nuestras sociedades, sociedades que no oyen, no miran, que no sienten el clamor de aquéllos que buscan libertad y vida.

Aquí radica el riesgo de las frías cifras dolorosas: nos acostumbramos a ellas y después de reclamar un poco nuestra atención, pasamos página en busca de noticias más alentadoras. ¿Será por miedo a afrontar las consecuencias que nos comprometen de alguna manera?

El evangelio es claro, mis hermanos -sigue proclamando el Cardenal-. Los discípulos estaban encerrados, todos juntos pero encerrados, con las puertas cerradas, dice el evangelio, por miedo (…) El grupo, cualquiera sea su nombre, cuando se encierra por miedo, difícilmente abre su puerta para el otro y se encierra en su egoísmo y su maldad.

Que el dolor no dé paso al miedo. Miedo individual y miedo colectivo. No vivimos tiempos para la indiferencia y sí para el compromiso. No nos cansaremos de repetir en esta tribuna: es hora de la acción decidida y fecunda. Cada uno desde su familia, trabajo, partido, sindicato, asociación… Y, como creyentes católicos, desde el convencimiento de nuestra Misión de ser sembradores de la Buena Noticia del Resucitado con todos sus matices e implicaciones.

Para que un día, ojalá cercano, las cifras duelan algo menos.