Análisis

Monseñor Roberto Flock: “Desatar al burro… porque el Señor lo necesita”

Domingo de Ramos – 14 de abril de 2019

“Desatar al burro… porque el Señor lo necesita”



Queridos hermanos,

Hace unos días me comentaron la historia de un arquitecto que tenía que firmar los papeles para certificar que unos condominios que forman parte de las viviendas solidarias en Santa Cruz fueran construidos según lo especificado en el contrato. Pero al inspeccionar los edificios, se descubre que todas las habitaciones tienen un metro menos de lo correspondiente, lo que implica ahorros millonarios; por lo que dijo que no podía firmar. Entonces le ofrecieron inicialmente cien mil dólares para que firmara, pero dijo no. Le dijeron que si no firmara sería despedido, y luego subieron la coima a 150 mil dólares; pero igual no firmó y de acuerdo a la amenaza fue despedido del programa. El dijo, “aunque no tengo trabajo fijo, prefiero así para no tener problemas y para no comprometer mi integridad”.

Si no me equivoco, en Bolivia, a una persona así le dice “burro”, por no aprovechar la oportunidad de enriquecerse. En cambio, a las personas que llevan paquetes de droga les dice “mula”.

En el evangelio previo a la Procesión de Ramos, escuchamos que Jesús pidió un burrito para entrar a Jerusalén. «Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: “¿Por qué lo desatan?”, respondan: “El Señor lo necesita”.».

Así es hermanos. El Señor necesito burros, pero no necesita mulas. El burrito es un humilde animal de carga y servicio. La mula es más fuerte, pero estéril, una aberración de la naturaleza.

Durante la última cena, Jesús prácticamente se compara a si mismo con un burro cuando dijo:

«Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor. Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve.» Así Jesús está como servidor, como un burrito desatado.

Posteriormente, al ser arrestado, torturado y crucificado, Jesús es objeto de toda clase de burla, como a un burro. A todo este mal trato, no responde nada. Pero es atento a todo, como cuando aconsejó a las mujeres de Jerusalén que no lloren por él, sino por ellas mismas y por sus hijos. Y cuando respondió al ladrón arrepentido que estaría con Jesús en el paraíso, e incluso cuando dijo con su último respiro: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Aunque Jesús dijo a sus discípulos que no sean como los que dominan este mundo con su astucia política, les prometió el Reino y la realeza:

Ustedes son los que han permanecido siempre conmigo en medio de mis pruebas. Por eso yo les confiero la realeza, como mi Padre me la confirió a mí.”

Al ver a Jesús arrestado, torturado y crucificado, quizás los discípulos se sintieron más como burros que como reyes, precisamente por haber permanecido con Jesús. Al no comprender la cruz, Judas lo traiciona, Pedro lo niega y los demás huyen.

Jesús comprendió su incomprensión. No le guarda rencor ni siquiera a Judas, pero le llama la atención por la mentira de su beso. Así son las traiciones. Se presenta como compañero, mientras por dentro se prepara el veneno de serpiente. Durante la cena, Jesús lo desveló: «La mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí. Porque el Hijo del hombre va por el camino que le ha sido señalado, pero ¡ay de aquel que lo va a entregar!». No lo dijo para condenar a Judas, sino para ofrecerle la oportunidad de desistir. Es un error pensar que la salvación del mundo depende de la traición de Judas. Con o sin Judas sus enemigos habrían encontrado la forma de arrestarlo para acabar con él.

Jesús, con su acostumbrada falta de diplomacia, también anticipó la negación de Pedro. «Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos». No es que Jesús no hubiera rezado también por Judas, pero al conocer íntimamente a sus queridos discípulos, sabía que Judas tomaría un camino de autodestrucción, mientras Pedro, llorando su cobardía y su debilidad, se convertiría en una verdadera roca de fe para liderar a los demás apóstoles y pastorear a toda la Iglesia.

La pasión es, a fondo, pura oración de parte de Jesús. Cada paso es una súplica al Padre para perdonar; cada respiro es una entrega a este Dios Padre. Desde Getsemaní hasta Gólgota, Jesús camina con la humilde sumisión de un burrito, pero al mismo tiempo se mantiene totalmente despierto y atento a lo que sucede en el alma de quienes le rodea, y también se mantiene en permanente y profundo diálogo con el Padre celestial.

A quienes permanecemos a su lado durante estos días de la Semana Santa, nos confiere la Realeza. Nos dice: “En mi Reino, ustedes comerán y beberán en mi mesa, y se sentarán sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.” Precisamente nosotros, invitados a la cena del Señor, comulgando con su cuerpo y con su sangre, tenemos el derecho, con Él, de juzgar al mundo, a denunciar las traiciones, negaciones y abandonos del proyecto de Dios. No como un Pilato que decreta la condena, sino como Jesús que dice la verdad, y ofrece el camino de salvación. Así Jesús nos pide “desatar al burro”, porque Él lo necesita.