En la solemnidad de Pentecostés, el domingo 23 de mayo, el Arzobipo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti, nos exhorta a unir esfuerzos y cumplir las medidas de bioseguridad y de orden, priorizando el bien, la salud y la vida de todos los bolivianos, por encima de cualquier otro interés.
Así mismo el prelado pidió al Señor, nos ayude a vencer a la pandemia y a todos los males físicos, morales y espirituales que nos aquejan.
El Espíritu Santo es la lengua del amor, de la libertad y justicia de Cristo, que ha dado su vida para salvar al mundo entero
El Espíritu Santo es la lengua de la unidad, de la caridad y del amor de Dios que nos une a todos en una misma fe, una misma alma y en el mismo y único cuerpo de Cristo. Es la lengua del amor que encierra el mensaje de vida, verdad, libertad y justicia de Cristo, que ha dado su vida para liberar de todo mal y salvar al mundo entero. La lengua del amor que irradia luz, que es cordialidad y fuerza de atracción de las personas de toda raza, pueblo, cultura y nación, la lengua del amor que todo el mundo entiende.
En la Iglesia nadie es extranjero, no hay clases sociales, muros, regionalismos y fronteras, todos somos hermanos
En la Iglesia nadie es extranjero, en ella no hay clases sociales, muros, regionalismos y fronteras; todos somos hermanos, unidos por el único y el mismo Espíritu, en la gran familia universal, la Iglesia Católica.
San Pablo, nos dice que el Espíritu Santo, por el contrario, es el Espíritu de la unidad que hermana a todos en la comunión de un solo Dios y en el servicio de la Iglesia y el Evangelio: “Hay diversidad de dones, ministerios y funciones, pero un mismo Espíritu, un solo Señor y un solo Dios. En cada uno el Espíritu se manifiesta para el bien común…”. El Espíritu Santo confiere sus dones y carismas, no para que cada cual se apropie egoístamente, sino para que los ponga al servicio de la misión, del bien común y del crecimiento del Pueblo de Dios.
El Espíritu del Señor, en Pentecostés, reúne e insufla el soplo de vida a la Iglesia, enviándola a anunciar la alegría de Jesús Resucitado, nuestro Salvador y Señor de la historia y de la humanidad. A veces, nosotros nos olvidamos que todos los cristianos somos misioneros, enviados en el mundo, por el Espíritu Santo, a dar testimonio de nuestra fe en Cristo y de su designio de salvación.
Necesitamos la guía del Espíritu Santo, particularmente en estos días en los que estamos sumidos en la angustia por los contagios y decesos por el COVID – 19
Para cumplir esta misión evangelizadora, necesitamos la luz, la fortaleza y la guía del Espíritu Santo, al igual que los primeros cristianos que se definían a sí mismos: “Guiados por el Espíritu“. Su guía es particularmente necesaria en estos días en los que estamos sumidos en la angustia y el desánimo por los muchos contagios y decesos que está provocando el nuevo estallido del COVID y que nos tiene a todos, encapsulados hoy y el próximo Domingo.
En nosotros, se han vuelto a despertar los sentimientos de dolor y desconcierto del inicio de la pandemia el año pasado, por eso creo oportuno unas breves palabras que nos decía el Papa Francisco en esas circunstancias tristes: “Los hombres tienen necesidad de la esperanza para vivir y tienen necesidad del Espíritu Santo para esperar”. Tenemos necesidad de la esperanza del Espíritu Santo, y nosotros debemos testimoniar el desborde de la esperanza con nuestro comportamiento sereno y responsable, y con nuestra disponibilidad y espíritu de servicio, como dice San Pablo (Rom. 15,13): “Al vivir ustedes su fe, el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz, hasta desbordar de esa misma esperanza por el poder del Espíritu Santo”.
Estamos en el mes de mayo, el mes de María y, junto a todos los santuarios marianos del mundo, desde nuestros Santuario de Cotoca nos hemos unidos al maratón del Santo Rosario, querido por el Papa Francisco, para pedir a la Virgen María que interceda ante el Señor para que Él nos ayude a vencer a la pandemia y a todos los males físicos, morales y espirituales que nos aquejan. Confiamos que el Señor va a escuchar nuestra súplica humilde y sincera, pero, de parte nuestra, pongamos todos los esfuerzos para cumplir las medidas de bioseguridad y de orden, priorizando el bien, la salud y la vida de todos los bolivianos, por encima de cualquier otro interés.
Que el Espíritu Santo que nos colme con su luz, sabiduría y esperanza: “Ven Santo Espíritu…ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz…ven, consolador lleno de bondad… y danos la eterna alegría”.
Homilía del Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti
23/05/2021
Hoy, solemnidad de Pentecostés, celebramos la venida del Espíritu Santo sobre María y los Apóstoles reunidos en oración, hecho que da cumplimiento a la promesa de Jesús en la última Cena, pero, sobre todo, que es la plenitud y el culmen del misterio DE cristo muerto Y resucitado: “Desde el Padre les enviaré, el Espíritu de la verdad… y Él les enseñará todo”. En ese día, el Espíritu del Resucitado inaugura también el camino de la Iglesia asegurándole su asistencia perenne para que continúe la misión de Jesús, anunciando y testimoniando el Reino de Dios.
Este pequeño pasaje de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado, encierra ya los rasgos constitutivos de la Iglesia que marcarán toda su vida y su misión hasta la actualidad. “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar”. Los discípulos están reunidos en el “mismo lugar”, una pequeña comunidad, la Iglesia naciente, donde todos están acomunados por la fe en el único Señor glorificado. Por eso, ningún cristiano puede vivir su fe solo y aislado, sino estrechamente unido a Cristo y junto a los demás hermanos, participando de la vida de la comunidad.
“De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento… se les aparecieron unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo”. Como en la creación el soplo de Dios ha dado la vida al ser humano y ha hecho nuevas todas las cosas, y el fuego ha dado valor a los apóstoles y los ha unido en el amor, de la misma manera el Espíritu Santo, representado por el viento y el fuego, colma a la pequeña comunidad de fortaleza y valentía para que dé testimonio de su fe y anuncie el evangelio a todo el mundo, venciendo sus dudas y miedos ante las hostilidades de los que habían crucificado a Jesús.
Con su venida sobre los discípulos, queda claro que es el Espíritu del Señor que funda a la Iglesia y no nosotros. Él le infunde santidad, energía y amor y la purifica de los pecados y miserias de nosotros sus miembros. Sin el Espíritu Santo, la Iglesia sería tan solo una institución humana y habría desaparecido como tantas otras. Pero, gracias al Espíritu, la Iglesia, no obstante sus propias debilidades y las persecuciones de un mundo que desconoce a Dios, permanece firme en su misión, cimentada sobre Cristo, la piedra fundamental.
Los discípulos, fortalecidos y animados con los dones del Espíritu Santo, “se pusieron a hablar”. Ya no tienen miedo al pueblo y a las autoridades judías, abren las puertas, salen a la calle y anuncian valientemente la Buena Noticia de Jesús Resucitado a toda la gente y a los peregrinos que habían llegado de tantos países para celebrar la “Fiesta judía de las Semanas”.
Esa multitud de personas “se llenó de asombro porque cada uno los oía hablar en su propia lengua”. El asombro no es tanto por el don de lenguas, sino por la lengua del Espíritu Santo, la lengua de la unidad, de la caridad y del amor de Dios que nos une a todos en un misma fe, una misma alma y en el mismo y único cuerpo de Cristo. Es la lengua del amor que encierra el mensaje de vida, verdad, libertad y justicia de Cristo, que ha dado su vida para liberar de todo mal y salvar al mundo entero. La lengua del amor que irradia luz, que es cordialidad y fuerza de atracción de las personas de toda raza, pueblo, cultura y nación, la lengua del amor que todo el mundo entiende.
Muchas personas, pronto, pasan del asombro a la acogida gozosa de la Buena Noticia y se integran a la pequeña comunidad eclesial: “Y aquel día se les unieron unas tres mil personas”. Gracias al Espíritu, ellos entran a formar parte de la única Iglesia de Cristo, abierta a la humanidad entera indistintamente, como dice San Pablo. “Todos hemos sido bautizados en el mismo Espíritu para formar un solo cuerpo –judíos y griegos, esclavos y hombres libres”.
En la Iglesia nadie es extranjero, en ella no hay clases sociales, muros, regionalismos y fronteras; todos somos hermanos, unidos por el único y el mismo Espíritu, en la gran familia universal, la Iglesia Católica.
Pentecostés es lo opuesto de lo que pasó con la Torre de Babel. Allí una sola humanidad, con un solo lenguaje y una sola cultura, movida por el orgullo y la ambición de poder y de ser como Dios, termina dividida, enemistada y dispersada por toda la tierra en la confusión de los idiomas. La tentación de la codicia, la arrogancia y la soberbia humana que prescinde o busca suplantar a Dios, ha estado siempre presente en la historia humana y solo ha sembrado el veneno de las discordias, las divisiones, la violencia y la muerte entre hermanos.
San Pablo, nos dice que el Espíritu Santo, por el contrario, es el Espíritu de la unidad que hermana a todos en la comunión de un solo Dios y en el servicio de la Iglesia y el Evangelio: “Hay diversidad de dones, ministerios y funciones, pero un mismo Espíritu, un solo Señor y un solo Dios. En cada uno el Espíritu se manifiesta para el bien común…”. El Espíritu Santo confiere sus dones y carismas, no para que cada cual se apropie egoístamente, sino para que los ponga al servicio de la misión, del bien común y del crecimiento del Pueblo de Dios.
El Espíritu del Señor, en Pentecostés, reúne e insufla el soplo de vida a la Iglesia, enviándola a anunciar la alegría de Jesús Resucitado, nuestro Salvador y Señor de la historia y de la humanidad. A veces, nosotros nos olvidamos que todos los cristianos somos misioneros, enviados en el mundo, por el Espíritu Santo, a dar testimonio de nuestra fe en Cristo y de su designio de salvación.
Para cumplir esta misión evangelizadora, necesitamos la luz, la fortaleza y la guía del Espíritu Santo, al igual que los primeros cristianos que se definían a sí mismos: “Guiados por el Espíritu“. Su guía es particularmente necesaria en estos días en los que estamos sumidos en la angustia y el desánimo por los muchos contagios y decesos que está provocando el nuevo estallido del COVID y que nos tiene a todos, encapsulados hoy y el próximo Domingo.
En nosotros, se han vuelto a despertar los sentimientos de dolor y desconcierto del inicio de la pandemia el año pasado, por eso creo oportuno unas breves palabras que nos decía el Papa Francisco en esas circunstancias tristes: “Los hombres tienen necesidad de la esperanza para vivir y tienen necesidad del Espíritu Santo para esperar”. Tenemos necesidad de la esperanza del Espíritu Santo, y nosotros debemos testimoniar el desborde de la esperanza con nuestro comportamiento sereno y responsable, y con nuestra disponibilidad y espíritu de servicio, como dice San Pablo (Rom. 15,13): “Al vivir ustedes su fe, el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz, hasta desbordar de esa misma esperanza por el poder del Espíritu Santo”.
Estamos en el mes de mayo, el mes de María y, junto a todos los santuarios marianos del mundo, desde nuestros Santuario de Cotoca nos hemos unidos al maratón del Santo Rosario, querido por el Papa Francisco, para pedir a la Virgen María que interceda ante el Señor para que Él nos ayude a vencer a la pandemia y a todos los males físicos, morales y espirituales que nos aquejan. Confiamos que el Señor va a escuchar nuestra súplica humilde y sincera, pero, de parte nuestra, pongamos todos los esfuerzos para cumplir las medidas de bioseguridad y de orden, priorizando el bien, la salud y la vida de todos los bolivianos, por encima de cualquier otro interés.
Termino con las esperanzadoras palabras de la Secuencia que hemos proclamado en esta celebración, pidiendo al Espíritu Santo que nos colme con su luz, sabiduría y esperanza: “Ven Santo Espíritu…ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz…ven, consolador lleno de bondad… y danos la eterna alegría”. Amén
Fuente: Campanas – Iglesia Santa Cruz