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Mons. Pesoa: “Aspiremos a convertirnos en una verdadera comunidad de fe, vida y amor”

A continuación la Homilía completa:

En este domingo en donde también celebramos la fiesta de la Divina Misericordia, la palabra de Dios nos invita hoy, o nos pone como motivo de reflexión dos lecturas que no deberían pasar desapercibidas de nuestra vida, el libro de los Hechos de los Apóstoles, narra el comienzo de la primera Iglesia naciente desarrollada en Jerusalén, los primeros convertidos, alrededor de ellos apóstoles, y junto a ellos a aquellas mujeres que habían acompañado desde Galilea al Señor y también su madre, la Virgen María. Pero así como hay personas que se entusiasman con la predicación de los apóstoles, hay también algunos que dudan miedosos, temerosos, les gusta escuchar, pero tomar una decisión les es muy difícil.

El evangelio de Juan que nos relata con detalle las dos primeras apariciones del Maestro, allí se aparece el Señor en medio de los discípulos, es un signo de confianza, pero faltaba uno, Tomás, y cuando el recibe la noticia de que Jesús apareció, Tomás pone condiciones para creer, sino meto mis dedos y mi mano en su costado no lo creeré, Dios tiene sus caminos nos dice una vez más el evangelista, ocho días después apareció Jesús e igual como la primera vez aparece en medio de ellos, y se dirige a Tomás…acércate aquí están mis manos y mi costado, en adelante no seas incrédulo, sino creyente; hace de verdad una profesión de fe, aquel hombre que condicionaba su fe en el Maestro, al decir “Señor mío y Dios mío”, afirmación que sale desde adentro, que no es algo espontaneo, sino que surge, y Jesús dice al final “Bienaventurados aquellos que sin ver, creen”.

Son las dos lecturas que acabamos de escuchar, por eso queridos hermanos, nosotros en estos tiempos, hagamos memoria, que los apóstoles fueron los continuadores de la predicación del Señor, ellos recibieron el mismo espíritu que condujo a Jesús a liberar de todo mal y maligno a los que eran sus víctimas, es el mandato que hace el Maestro, porque Jesús resucitado es el que nos invita a superar el miedo y el encierro en nosotros mismos, el encierro de los discípulos; por eso se pone en medio de ellos, y el evangelio de hoy subraya que la presencia de Jesús es real, pero distinta a las de antes, quien se aparece, es Jesús el crucificado, por eso les muestra sus manos y su costado.

Jesús resucitado comunica la paz que proviene de la misma vida, y es el motivo continuo de la alegría de los discípulos, Jesús es enviado por el Padre, y el también envía a sus discípulos. La visión de los discípulos es la misma que la de Jesús y esa misión es la de dar testimonio del amor del Padre. Jesús fue el auténtico, que testimonió el amor del Padre, y nosotros podemos encontrarlo en los evangelios. Con el resucitado empieza una nueva creación, Jesús les da el espíritu a los discípulos para que tengan su misma vida, les da el poder de perdonar pecados, siendo ministros de la reconciliación y transmitir la vida del Señor, “todo lo que aten en la tierra será atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra será desatado en el cielo”, nos dice el evangelio de hoy.

Sin embargo Tomás pide otros signos que no son testimonio de esa comunidad e Iglesia naciente, de hecho le bastara el reproche que le dirige Jesús, y por eso el hará confesión de una fe máxima, cuando dice “Señor mío y Dios mío”, Tomás confiesa públicamente que Jesús es el hijo de Dios, la promesa que hace Jesús a los que creen en la palabra y el testimonio de la Iglesia, hará felices a los que creen sin haber visto.

Por eso queridos hermanos debemos nosotros, Iglesia, de este año 2022, aspirar a ser una comunidad de fe, congregada y constituida en asamblea por la acción de la palabra que anuncia a Cristo resucitado, esta palabra debe ser vivida en nuestra comunidad e Iglesia, por la cual ella misma se va alimentando de la Palabra de Dios, para llevar adelante aquel mandato del Maestro.

Queridos hermanos, hemos de aspirar, a convertirnos en una comunidad de vida, fe y amor, una fe sin condiciones, un amor sin límites, se nos narra que aquellos creyentes de las comunidades cristianas vivían unidos en la fe, y en las obras. Los necesitados eran atendidos, los pobres, que fueron los preferidos del Maestro, eran aquellos a quienes se los recibía con esa caridad que debería caracterizar nuestra vida cristiana.

¡Cuánto nos hemos alejado de la Palabra de Dios!, nos toca vivir, haciendo realidad esta Palabra de Dios, en medio de este mundo egoísta y mercantil, en donde lo primero que se busca en muchas oportunidades es aprovecharse del necesitado. Por eso el actuar del creyente debe ser compartir con una caridad activa para con los necesitados, debería ser la aspiración de todo hombre y mujer que se diga ser creyente en el Señor.

El ejemplo de las primeras comunidades cristianas es la comunión de fe y amor, vivir unidos y aceptarse con todos sus errores y valores, porque amar es lo esencial del evangelio de Jesús, su mandato y la señal del discípulo verdadero, es la fe y el amor al prójimo, no aquel amor condicionado o que busca réditos propios.

Por otra parte no podemos olvidar que la eucaristía es la fuente y cumbre de la vida comunitaria, por eso nos reunimos domingo a domingo para celebrar juntos la fracción del pan, y memorial del Señor, este fue el mandato y el querer del Maestro, un hecho que es importante para la vida del cristiano, particularmente para el católico y lo ha sido siempre, a través del tiempo.

Por eso la vida cristiana estaría incompleta si faltara la misión, porque si tenemos caridad, eucaristía, pero no la misión, entonces algo falta, es incompleto. La comunidad debe vivir la experiencia de la presencia real de Cristo y debe ejercitar la caridad, estas dos acciones deben invitar a la misión que no es otra cosa que el anuncio verdadero de la salvación de Dios y el perdón de los pecados.

Queridos hermanos así lo practicamos desde el comienzo la Iglesia de los apóstoles, y todo aquello fue por mandato del Maestro, por eso la lectura de hoy nos dice que Jesús al encomendar la misión a aquellos discípulos les dice que como el Padre le envió, así también les envío yo.

Aquel envío no se termina en la vida del cristiano, o no debería terminarse, sino hasta cuando nos toque reunirnos en la presencia del Señor, de ahí que la Iglesia, desde los primeros tiempos, con la asistencia del Espíritu Santo anunció la salvación, y hoy nos toca a nosotros anunciar la salvación a todos aquellos hombres y mujeres de buena voluntad.

Queridos hermanos, esta es una gran responsabilidad de cada bautizado y creyente, el testimoniar la presencia, con la caridad y el amor al prójimo, del resucitado, del Señor que está en medio de nosotros y que obra tantas maravillas. Que la Palabra de Dios sea la que guíe nuestro caminar, sea la que guíe a la Iglesia a la cual pertenecemos todos nosotros.

Que el resucitado siga derramando los dones necesarios y las bendiciones para nuestra vida. Así sea. Amén.

Fuente: Iglesia Viva