Ya ha pasado algo más de una semana que iniciamos la Cuaresma, El primer domingo, el evangelio de Marcos, nos presentó a Jesús tentado por el diablo; nos invitaba a contemplar la parte humana de Jesús, semejante a toda persona humana, excepto en el pecado. Hoy, el mismo evangelista Marcos, nos ofrece la contemplación de la divinidad de Jesús que es Dios. La divinidad de Jesús estaba oculta en su humanidad. El Padre, desde el cielo, hace resonar su voz en el monte de la transfiguración para presentar a su Hijo. Jesús es un hombre histórico, pero es mucho más que un hombre extraordinario que vence al demonio, es Dios verdadero.
Es muy conveniente que durante la Cuaresma veamos claro a donde nos llevan las lecturas de estos domingos y también las lecturas diarias. Desde el Miércoles de Ceniza resuena cada día un mensaje central: “conviértanse y crean en el Evangelio” (Marcos 1,15). En ese caminar, iluminados por la Palabra de Dios, vemos el hilo conductor que une a las tres lecturas de este segundo domingo de Cuaresma. ‘Toma a tu hijo único, al que tanto amas, a Isaac… porque no te has reservado a tu único hijo” (Gn 22, 2 y 12). “El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros”).”Este es mi hijo amado; escúchenlo” (Me 9,7).
El domingo anterior vimos la alianza de Dios con la humanidad a través de Noé. Hoy contemplamos a Abraham, con quien Dios inició el pueblo elegido. Abraham es el modelo de fe para para los creyentes de todos los tiempos. Después del sacrificio de Jesús, la historia de Abraham con su hijo Isaac toma un nuevo valor, se reviste de un nuevo significado. Si nos impresiona la petición de Dios a Abraham de sacrificar a su hijo, no es para que nos quedemos en esa escena escalofriante, sino para que comprendamos la profundidad del infinito amor de Dios.
La palabra de Pablo en la segunda lectura, tomada de la carta a los Romanos viene a hacer eco al sacrificio de Isaac; con la gran diferencia que el sacrificio de Jesús sí llegó a su trágico cumplimiento en la cruz y es el motivo de nuestra confianza en el amor de Dios. El conjunto de las lecturas de hoy quiere dejar en nosotros una gran impresión de que cuando Dios nos da su Hijo para que sea el “Cordero que quita el pecado el pecado del mundo”, en lo íntimo de su ser ocurriría lo que ocurrió en el corazón de Abraham, o en cualquier padre o madre que se viera precisado a inmolar a su hijo. Y a su hijo único.
No tengamos miedo. Dios no va a pedir a nadie que inmole a su hijo o hija. El filicidio está más que superado. Es verdad que todos los primogénitos pertenecían a Dios, pero según la ley mosaica debían ser rescatados mediante una ofrenda sustitutiva. No cabía pensar en la mente de Dios en la inmolación de personas. Abraham está ante una prueba muy dolorosa y difícil de descifrar. Abraham como leemos en la carta a los hebreos, “pensaba que Dios es capaz hasta de resucitar a los muertos”. Pensemos y examinemos ¿hasta dónde llega nuestra fe?
Algunos afirman que Abraham engendró a Isaac sobre el monte en el momento en que levantó el cuchillo para sacrificar a su hijo. Isaac pasó a ser el hijo de las promesas. Porque su padre no se aferró a él por encima de la voluntad de Dios. Cuando se pone a una persona por encima del mismo Dios, se la ama mucho menos que cuando se está dispuesto a perder su amor antes de ofender a Dios. Cuando se idolatra a alguien, no se la ama de verdad.
El evangelio de hoy, en el que nos es presentado Jesús transfigurado ante los tres discípulos predilectos, los mismos discípulos son los que estuvieron en oración con Jesús en el Huerto, viéndole sudar sangre, como dice el evangelista Lucas, a ellos les dio un anticipo de su gloria, de su divinidad. Aquí les mostró su verdadero ser que permanecía oculto bajo su cuerpo humano. En la intimidad, en la soledad, los amigos pudieron tener acceso a la verdad de Jesús, su divinidad.
El Jesús tan humano como nosotros hubo de pasar por la Pasión y Muerte para llegar a la Resurrección. La gloria liega después de la prueba, del sufrimiento. El acontecimiento de la Transfiguración manifestó claramente a los discípulos que Jesús de Nazaret era Dios. La voz del Padre que pidió que se le escuchara tiene que llegar a nuestros corazones con mayor fuerza en este tiempo cuaresmal. ¿Intentamos escuchar la voz de nuestro Maestro Cristo Jesús? Dios está esperando de cada uno una mejor actitud, una decisión más generosa y valiente con su voluntad. Cuaresma un tiempo para revisar nuestro compromiso de bautizados, de discípulos de Cristo.
Sucre, 1 de marzo de 2014
Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
Arzobispo emérito de Sucre