Análisis

Mons. Jesús Pérez: “Cristianos con miedo”

La Iglesia celebra cada domingo la victoria, el triunfo sobre la muerte y el pecado, recordando la salida triunfante de Jesús del sepulcro con nueva vida, la vida gloriosa de resucitado. La muerte no tenía ni tiene la última palabra sino la vida, la cual llegó con la muerte gloriosa de Cristo que volvió de la muerte a la vida. Los domingos son los momentos privilegiados para reavivar la vida triunfante que tenemos y en plenitud la tendremos en el más allá. Son días de reafirmar nuestra fe en la pertenencia a la Iglesia de Cristo. Vivir el “Día del Señor” con la conciencia de que aunque no veamos físicamente a Cristo, Él está presente en los hermanos reunidos en nombre del Señor. El esfuerzo para reunirnos, la escucha de la Palabra, la recepción del Cuerpo del Señor. Todo esto nos ayuda a liberarnos del miedo y sentirnos discípulos valientes de Jesús.

Siguiendo el discurso del domingo pasado en que Jesús eligió a los doce apóstoles -apóstol quiere decir enviado- para animarlos les dijo: “no tengan miedo a los hombres que matan el cuerpo y no pueden matar el alma”, ni la libertad interior. Más aún “si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de parte suya ante mi Padre del cielo”. Testimonio por testimonio, no quedará sin recompensa nuestra fidelidad a Cristo. Y al revés, “si alguien me niega ante los hombres, yo también le negaré ante mi Padre”. A eso sí que tendríamos que tener miedo; a defraudar a Cristo en nuestra vida. Tres veces en el evangelio de hoy, en el evangelio de Mateo 10, 26-33, nos repite esta llamada de atención: “no tengan miedo”. Parece como el desarrollo de la ´´ultima bienaventuranza, en el capítulo 5 de san Mateo: “bienaventurados si los persiguen”.

En la vida animal como la humana ha existo siempre el miedo. En los cristianos también existe el miedo de diversas formas. Hasta Jesús sintió miedo en el Huerto de los Olivos. En la primera lectura de hoy, del profeta Jeremías, se manifiesta claramente el miedo que tiene. Él se vio tentado de dejar el ministerio que el Señor le había encargado de ser profeta para el pueblo. Quiso dejarlo todo, pero la fuerza de Dios era más fuerte que la tentación y se vio como forzado a anunciar los mensajes del Dios, sobre todo a los gobernantes. Él pudo cantar con alegría: “El Señor es mi fuerza y salvación”.

El miedo como la alegría, son ingobernables y surgen sin pedir permiso. No sólo a los discípulos de entonces, sino a los cristianos de ahora, el miedo les llega. Hay bastantes cristianos con miedo, y el que diga que no tiene miedo, vaya viendo como practica los mandamientos de Dios, las llamadas de Dios para que viva de otra forma…Uno de los miedos, es el miedo religioso. También abundan los cristianos miedosos en el mundo entero, frente a un ambiente social poco favorable a vivir la fe en Cristo. Otra de las tentaciones se disfraza de silencio cauteloso, como la más frecuente del creyente actual. El miedo lleva a muchos a disimular sus creencias en las relaciones sociales, de amistad, en la vida laboral, cívica y, sobre todo, en lo político. La fe se pone a prueba y se constata el miedo o respeto humano, ante los criterios tan generalizados sobre el amor y la familia, el sexo y la pareja, matrimonio y divorcio, vida y aborto, dinero y honestidad profesional, fe y compromiso cívico y político… San Pablo declaraba “no avergonzarse del Evangelio”.

Sucre, 25 de junio de 2017

Fray Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.

Arzobispo emérito de Sucre