Internacional

Mons. Gallagher: por un mundo sin armas nucleares

El Arzobispo Secretario de Relaciones con los Estados, Mons. Paul Richard Gallagher explica a los medios de comunicación del Vaticano el compromiso de la Santa Sede con el Tratado que entra en vigor el 22 de enero

El uso de la energía atómica con fines bélicos es “inmoral”, al igual que la “posesión” de armas nucleares. El 24 de noviembre de 2019, desde el Monumento a la Paz de Hiroshima, el Papa Francisco elevó su grito por un mundo finalmente libre de armas atómicas. Once meses después, en octubre pasado, se ratificó el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares (TPAN), y a partir del viernes 22 de enero entra en vigor. El arzobispo Paul Richard Gallagher, Secretario de Relaciones con los Estados, habló de ello a los medios de comunicación del Vaticano.

Gallagher explica que “hasta la adopción en 2017 del Tratado de Prohibición de Armas Nucleares (TPAN), no existía ningún instrumento legal internacional que prohibiera explícitamente dichas armas”. Su entrada en vigor “cierra esta ‘brecha’ entre los diferentes tipos de armas de destrucción masiva”. El objetivo principal del Tratado, explica el arzobispo, “es prohibir las armas nucleares de manera inequívoca, situándolas en la misma categoría que otras armas de destrucción masiva como las armas químicas y biológicas, ya prohibidas”. Al hacerlo, también coloca a las armas nucleares entre aquellas armas cuyo uso y posesión debe ser continuamente estigmatizado y deslegitimado. Esta es una de las razones por las que la Santa Sede se comprometió a la entrada en vigor del Tratado y participó activamente en su proceso de redacción. Muchas de sus disposiciones recuerdan de manera directa o indirecta la centralidad de la persona humana, el paradigma humanitario y los estrechos vínculos del Tratado con la paz”.
Sobre el tema de la “disuasión” y la emergencia que vive el mundo a causa del coronavirus, el Secretario de Relaciones con los Estados dijo que “la pandemia del Covid-19 nos está enseñando mucho: de hecho, una de las lecciones que podemos aprender es la importancia de reconsiderar nuestro concepto de seguridad. La paz y la seguridad internacionales no pueden basarse en la amenaza de la destrucción mutua o la aniquilación total, ni en el mantenimiento de un equilibrio de poder o la regulación de las relaciones mediante la sustitución de “la fuerza de la ley” por “el derecho de la fuerza”. La paz y la seguridad deben construirse sobre la base del diálogo y la solidaridad, la justicia, el desarrollo humano integral, el respeto de los derechos humanos fundamentales, el cuidado de la creación, la promoción de los servicios educativos y sanitarios, y la creación de confianza entre los pueblos”.