Santa Cruz

Mons. Antonio Reiman: Aménse los unos a los otros

El día 28 de abril, retornando a la casa desde el aeropuerto, después de des-pedir a nuestros amigos de Alemania, que nos visitaron en esta semana (cfr. Avisos: Agradecimiento), entré a una iglesia orto-doxa: estaban en plena liturgia eucarística.

En el fondo del presbiterio se des-tacaba un gran ícono de Cristo. El retablo del altar, en la parte central, representaba a Jesús con los discípulos en la última ce-na y a ambos lados de esta pintura, sobre-salían los íconos de los doce apóstoles, seis al lado derecho y seis al lado izquierdo.

Me llamó la atención que las muje-res que participaban en la liturgia, estaban al lado derecho mirando al altar, y lleva-ban sobre su cabeza un velo de tela blanca. Los hombres estaban ubicados en los ban-cos del lado izquierdo (algo similar a las celebraciones litúrgicas en Yaguarú). En el pasillo central una fila de fieles que se acercaban a recibir la santa Comunión bajo las dos especies; un ministro re-partía el trozo de pan consagrado: el Cuerpo de Cristo, y otro ministro a su la-do, llevaba el cáliz: con una cucharilla ponía en la boca el vino consagrado, la Sangre de Cristo. Una de las mamás llevaba en sus hombros a su hijita, de unos cinco 5 años, que recibía también la Santa Comunión bajo las dos especies.

Que sorpresa para mí, cuando al final de la celebración el ministro anunció que hoy la iglesia ortodoxa celebra el Domingo de Ramos, y con esta celebración se inicia la Semana Santa.

Salí de la iglesia reconfortado con los cantos y la celebración litúrgica de nuestros hermanos ortodoxos. Unas cuadras hacia el centro, había otro cen-tro espiritual, rodeado con una barda alta. Sobre el portón principal se podía leer que este centro pertenece a los Testigos de Jehová. Dentro del patio central estaban parqueadas muchas movilidades.

Llegando al Convento de San Antonio, en el Coliseo, cantaban los miembros de la Iglesia Pentecostal. Cuando entré al convento, en la iglesia parroquial se celebraba la Santa Misa, y los participantes cantaban: Un mandamiento nuevo nos dio el Señor que nos amemos como él nos amó. Precisamente este canto recoge la peti-ción del Señor del V domingo de Pascua, la Palabra nos dice: Ámense unos a otros como yo les he amado. En esto reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros (Jn 13,35).

¿Cómo ser los testigos del mandamiento nuevo hoy?

Me viene esta pregunta: ¿Cómo ser testigos de este mandamiento nuevo hoy, cuando nos estremecen las tristes noticias de tantos asaltos, de los robos, de las acusaciones no fundadas en la verdad y en la justicia? ¿Cómo vivir este mandamiento ante intentos que atentan contra el derecho de la vida, pretendiendo promover leyes de formulaciones ambiguas sobre la vida, la juventud, el matrimonio y la familia? (cfr. Mensaje de CEB) ¿Cómo ser discípulos de Cristo en una Iglesia dividida? ¿Como amarnos unos a otros en el seno de una familia desunida o rota por el abandono de alguno de los esposos? ¿Cómo amarnos en una familia religiosa, si proveni-mos de diferentes culturas y formaciones? ¿Cómo entender que la diversidad no debe ser contraria a la unidad? ¿Cómo comprender que la interculturalidad es un acto de fe en la presencia de Dios en todas las culturas? Y podríamos seguir haciéndonos muchas más preguntas…

Responde el Papa Francisco

El Papa Francisco dirigiéndose a los jóvenes, que de sus manos recibieron el día 28 de abril de este año el sacramento de la confirmación, les dijo:

“Permaneced estables en el camino de la fe con una firme esperanza en el Señor. Aquí está el secreto de nuestro camino. Él nos da el valor para caminar contra corriente. No habrá dificultades, tribulaciones, incom-prensiones que nos hagan temer si permanecemos unidos a Dios como los sarmientos están unidos a la vid, si no perdemos la amistad con Él, si le abrimos cada vez más nuestra vida. Esto también y sobre todo si nos sen-timos pobres, débiles, pecadores, porque Dios fortalece nuestra debilidad, enriquece nuestra pobreza, convier-te y perdona nuestro pecado. ¡Es tan misericordioso el Señor! Si acudimos a Él, siempre nos perdona. Confie-mos en la acción de Dios. Con Él podemos hacer cosas grandes y sentiremos el gozo de ser sus discípulos, sus testigos.

Abramos de par en par la puerta de nuestra vida a la novedad de Dios que nos concede el Espíritu Santo, para que nos transforme, nos fortalezca en la tribulación, refuerce nuestra unión con el Señor, nuestro permanecer firmes en Él: ésta es una alegría auténtica”.

Respondamos nosotros también

En este mes de mayo, en el que acudimos a María, nuestra madre, de un modo especial y tendremos la oportunidad de confesar nuestra fe públicamente con la visita de la Cruz Peregrina a nuestras parroquias (cfr. “Itinerario de la Cruz Peregrina”).
En este mes, que celebramos el nacimiento de la Iglesia; y en la fiesta de Pentecostés, el 19 de mayo, confirmamos nuestra vinculación a la comunidad cristiana.

En este mes, también, que el Espíritu del Señor, derramado en nuestros corazones, nos lleva a vivir el misterio de la comunión Trinitaria celebrada en la Solemnidad de la Santísima Trinidad, el 25 de mayo; y luego, a la comunión de los miembros del Cuerpo y la Sangre de Cristo, manifestada en la Solemnidad de Corpus Chris-ti, el día jueves 30 de mayo.

Es el mes, en medio del quehacer cotidiano, de tantas acciones pastorales: catequesis parroquiales, se-gundo encuentro de animación bíblica; taller de pastoral familiar…

En este mes y siempre, el Señor nos ofrece gratuitamente poder fortalecer la fe desde los misterios que vamos a celebrar. Y, cuando nuestra fe se hace fuerte, entonces nuestro amor se expresa en signos de comunión, de servicio, de perdón y respeto… Es nuestro testimonio, el mejor anuncio de la Buena noticia, y la manifesta-ción de que el Reino de Dios ha llegado, porque hay un cambio de valores: cuando se viven las bienaventuranzas, el cielo nuevo y la nueva tierra comienza a germinar en la Historia.

Para vivir con profundidad estos grandes acontecimientos de nuestra fe, imploremos por intercesión de nuestra Madre, la Santísima Virgen María, para que entremos en esta corriente de auténticas renovaciones personales, eclesiales y sociales, como testigos entusiastas y valientes del Espíritu de la vida, la paz, el perdón y la alegría (Mensaje, CEB).

Unidos a Aquél que hace nuevas todas las cosas, les saludo fraternalmente:

Mons. Antonio B. Reimann, OFM