El día de Pentecostés la Iglesia Católica celebra la espectacular venida del Espíritu Santo a la comunidad apostólica junto con María, la Madre de Jesús, algunas mujeres y los llamados hermanos de Jesús, tal como se relata los Hechos de los Apóstoles, cap. 2. Por ello la Iglesia celebra en ese día la fiesta del nacimiento de la Iglesia. La Santísima Trinidad es el mayor misterio de la religión cristiana, ya que, nos invita a adorar a un solo Dios verdadero en tres personas divinas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Los teólogos han tratado de explicar este misterio con argumentos sofisticados, poco comprensibles para la mayoría de los creyentes.
Tal vez por eso, ya Juan Pablo I en su fugaz papado, pocos días antes de morir en septiembre de 1978, afirmó, citando al profeta Isaías 49, 15: “¿Puede acaso una madre olvidar a su hijo? Pero si sucediera esto, jamás olvidará Dios a su pueblo. Los que estamos aquí tenemos los mismos sentimientos; somos objeto de un amor sin fin de parte de Dios. Sabemos que tiene los ojos fijos en nosotros siempre, también cuando nos parece que es de noche. Dios es Padre, más aún, es Madre”.
Su sucesor, Juan Pablo II, retomando este tema en 1994, con ocasión del Año del Familia, publicó la Carta a las Familias (CF) donde expone el misterio divino como la Familia Trinitaria a la luz del relato bíblico de la creación del hombre: “Dijo Elohim: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza’ […..]. Creó Elohim al hombre a imagen suya, macho y hembra les creó. Y bendiciéndoles les dijo: Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra” (Gn 1, 26-28). El Papa comentaba así este texto: “Antes de crear al hombre, parece como si el Creador entrara dentro de sí mismo para buscar el modelo y la inspiración en el misterio de su Ser, que ya aquí se manifiesta de alguna manera como el ‘Nosotros’ divino” (CF 6).
Consideramos un gran acierto de Juan Pablo II al referirse a Dios como el “Nosotros divino”, término utilizado en la filosofía personalista de la nostridad. Así se subraya la analogía existente entre el Nosotros divino y el nosotros humano: “La paternidad y maternidad humanas, aun siendo biológicamente parecidas a las de otros seres de la naturaleza, tienen en sí mismas, de manera esencial y exclusiva, una ‘semejanza’ con Dios, sobre la que se funda la familia, entendida como comunidad de vida humana, como comunidad de personas unidas en el amor”.
“A la luz del Nuevo Testamento es posible descubrir que el modelo originario de la familia haya que buscarlo en Dios mismo, en el misterio trinitario de su vida. El ‘Nosotros’ divino constituye el modelo eterno del ‘nosotros’ humano; ante todo, de aquel que está formado por el varón y la mujer, creados a imagen y semejanza divina” (CF 6).
Por eso podemos afirmar que la masculinidad y la feminidad tiene su origen en la dualidad divina originaria que marca a cada individuo humano y a cada comunidad dentro del marco de la igualdad de dignidad entre el varón y la mujer, tal como reconoció la Declaración Universal de los Derechos humanos en 1948. Sin embargo esa igualdad sigue siendo rechazada, ignorada o poco conocida por muchas personas.
La dualidad originaria del varón y de la mujer indica la tendencia natural del ser humano a formar la comunidad conyugal en el amor fiel y fecundo. Por eso la familia humana, que se inicia con el amor del varón y de la mujer, tiene su origen en la Familia Divina. El mismo Jesucristo cuando le preguntan por qué tus discípulos no ayunan, responde claramente: “¿Acaso pueden ayunar los acompañantes del novio mientras el novio está con ellos? Mientras tienen al novio con ellos, no pueden ayunar” (Mc 2, 19). Él ha venido a desposarse con la Iglesia, su esposa y a dar la vida por ella (Ef 5, 25).
Por eso la Iglesia ha elevado la alianza entre esposos a la categoría de sacramento, como signo eficaz de la unión indisoluble entre Jesucristo y la Iglesia. En la paternidad y la maternidad conyugal está presente Dios mismo (CF 9).
El actual Papa Francisco, en la Fiesta de la Santísima Trinidad de este año 2016, ha afirmado: “Dios es una ’familia’ de tres Personas que se aman tanto que forman una sola cosa. Esta ‘familia divina’ no está cerrada en sí misma, sino que está abierta, se comunica en la creación y en la historia y ha entrado en el mundo de los hombres para llamar a todos a formar parte. El horizonte trinitario de comunión nos rodea a todos y nos estimula a vivir en el amor y en el compartir fraterna, seguros de que allí donde hay amor, está Dios”.
Por eso el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios-Nosotros, está llamado a comprendernos a nosotros mismos como ser-en-relación y a vivir las relaciones interpersonales en la solidaridad y en el amor fraterno. La Iglesia debería ser el icono de la Trinidad. Y también toda relación social, desde la familia a las amistades y al ambiente de trabajo “son ocasiones concretas que se nos ofrecen para construir relaciones cada vez más ricas humanamente, capaces de respeto recíproco y de amor desinteresado”.
Por eso la fiesta de la Santísima Trinidad nos invita a comprometernos en los acontecimientos cotidianos para ser levadura de comunión, de consolación y de misericordia. En esta misión somos sostenidos por la energía que el Espíritu Santo nos da para cuidar la carne de la humanidad herida por la injusticia, la opresión, el odio y la avaricia. Nos invita a unirnos en el amor fraterno y en la solidaridad, especialmente con los necesitados.
Termina el Papa Francisco recordando a la Virgen María, “que en su humildad cumplió la voluntad del Padre y concibió al Hijo por obra del Espíritu Santo. Nos ayude Ella, espejo de la Trinidad, a reforzar nuestra fe en el Misterio trinitario y a encarnarla con elecciones y actitudes de amor y de unidad”.