Estimado Maestro/a:
Me dirijo a Usted con mucho respeto en el día que ha sido dedicado a su “persona” como educador, con el deseo más sincero de felicitarle y desearle vivir su “misión” en plenitud y con gozo.
Hago votos para que el Señor ilumine su rostro sobre Usted a fin de que – con la luz del MAESTRO – pueda ser portador de la verdad a sus alumnos. Una verdad que lleve a la vida, una verdad que abra a la fraternidad, una verdad que mueva a la concordia.
Pido al Señor para que derrame en su corazón el amor de Dios para que usted se entregue como Él y siembre amor por doquier. Esto es lo que más necesita el mundo hoy.
En este día especial quiero agradecerle. Su imagen no se borra de mi mente, ni se pierden sus palabras. Usted ha dado sentido a mi vida, mostrándome el sentido de su vida. Usted ha cultivado mi fe, dándome testimonio con la suya. Usted me ha enseñado a servir, sirviéndome fielmente día a día por años.
Y en fin deseo abrazarle y ofrecerle tanto tanto cariño. Yo pasaba de mi casa a la suya, el aula, sin discontinuidad ni dificultad. Sentía su amor como el de mi madre y de mi padre y vivía feliz.
Ahora pido por usted para que el Señor le premie y lo haga feliz. Usted no se olvide de sus alumnos. Todos ellos viven recordándole y extrañándole. Ha creado vida y la vida le devuelve vida en plenitud.
Con gratitud y afecto.
Mons. Tito Solari