Ciertamente en la Iglesia Católica se promueve la devoción a la Virgen María bajo muchísimas advocaciones y devociones. Ello ha dado pie a que algunos teólogos protestantes critiquen la veneración excesiva a la Virgen María que, según ellos, ha venido a suplantar el culto debido al Espíritu Santo. Posiblemente muchas personas devotas rechazarán esta crítica. Pero sin embargo hay que examinarla objetivamente para corregir excesos allí donde los hubiera y sobre todo para profundizar en la relación entre la Virgen María y el Espíritu, problema todavía pendiente en la teología.
El mismo Jesús, si bien se reveló como el Hijo eterno del Padre (Abbá), fue bastante parco al hablar de la Rúaj, termino hebreo original para designar al Espíritu. En sus palabras de despedida a sus discípulos en la última cena, reconoce en tono de lamento que todavía tenía muchas cosas por decirles pero que todavía no eran capaces de entender. Les promete que les enviará la Rúaj de la Verdad que les guiará hacia la Verdad completa (Jn 16, 13).
De hecho el mayor secreto que Jesús no alcanzó a revelar se refería a la misma Rúaj Santa, a la que en un fragmento del “Evangelio a los Hebreos” identifica cómo a su madre: “Hace poco me tomó mi madre, la Rúaj Santa, por uno de mis cabellos…” (cf. Mt 4, 1). San Jerónimo quien recoge este fragmento simplemente encuentra lógica esa identificación ya que la palabra hebrea para designar al Espíritu es Rúaj, de género femenino.
Jesús en su predicación pública no habló mucho de la Rúaj Santa. Al inicio de su vida pública trató de explicar a Nicodemo, magistrado judío, que para entrar en el Reino de Dios hay que renacer del agua y de la Rúaj, pero al ver la interpretación carnal dada por Nicodemo, decidió no hablar de cosas celestiales y limitarse a las cosas terrenales (Jn 3, 3-12). Sufrió al escuchar la terrible blasfemia de los escribas, quienes al ver cómo Jesús expulsaba a los demonios en el nombre de la Rúaj Santa, identificaron a ésta con Beelzebul, el príncipe de los demonios. De aquí la reacción de Jesús que, profundamente dolido, les advierte que “el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca, antes bien será reo de pecado eterno” (Mc 3,22-30 pp.).
Estos dos episodios explican por qué Jesús renunció a desvelar el misterio de la Rúaj Santa, lo cual constituye que el “secreto pneumatólogico”. Jesús prefirió revelar al Padre, aun sabiendo que al declararse como Hijo de Dios, sería condenado a muerte por blasfemo, dado el monoteísmo rígido que todavía profesaba el pueblo judío.
El misterio pneumatológico subsiste todavía hoy. Por ello hay que tratar de profundizarlo. Una de las claves es la Virgen María, elegida para ser la Madre de Jesús, el Hijo de Dios encarnado en su seno. San Francisco de Asís, llevado por su gran amor a la Virgen María, la llama la “Esposa del Espíritu Santo”. Esta expresión ha dado lugar a una fuerte corriente de devoción mariana que la invoca a María con ese nombre. Pero, sin embargo, ese atributo no tiene base bíblica, ni tampoco lingüística, ya que Espíritu, si bien en latín es masculino, en hebreo y en arameo, las lenguas empleadas por Jesús en su lectura bíblica y en su predicación es femenino.
Hay otra vía más apropiada para relacionar a la Virgen maría y al Espíritu. El Evangelio de Lucas, escrito en griego, describe la escena en la que el ángel Gabriel, designado para anunciar y proponer a María el misterio de la encarnación, le saluda con la palabra “¡Jaire!” o sea “¡Alégrate!” A continuación la llama “Kejaritomene”, término griego traducido como “llena de gracia”. La palabra “gracia” puede entenderse teológicamente como “la gracia Increada” o sea el Espíritu.
Por lo tanto cabe traducir esa expresión como “la inhabitada por la Rúaj Santa”. Ese atributo explica por qué la Iglesia Católica ha definido el dogma de la “Inmaculada Concepción de la Virgen María, queriendo explicar cómo ella ya desde el primer momento de su existencia estuvo llena de la presencia divina. En la encarnación se realiza el gran misterio del Hijo de Dios quien se hace hijo de María. De esa manera la Rúaj Santa, como la Madre celestial, se une a la Virgen María, la Madre terrenal de Jesús.
Completando esta idea nos atrevemos a parafrasear las palabras de Jesús a referidas al Padre, “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14, 9), y aplicarlas a la inhabitación plena de la Rúaj Santa en María: “Quien me ve a mí, ve a la Madre celestial”. Por ello María puede ser designada como la vía más propicia para conocer a la Rúaj Santa, o sea el icono sacramental más bello del Espíritu Santo. Para profundizar el tema me remito al valioso librito “Rúah Santa” del jesuita argentino Alberto Ibáñez, publicado por la Editorial Lumen en Buenos Aires.