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La comida de la esclavitud parece más importante que la libertad: Mons. Sergio Gualberti

Homilía de Mons. Sergio Gualberti

Arzobispo de Santa Cruz

Agosto 1° de 2021

La comida de la esclavitud parece más importante que la libertad

En Egipto nos sentábamos ante ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Ustedes nos han traído a este desierto para matarnos de hambre.” Es la protesta de los israelitas contra Moisés y su hermano Aarón mientras están cruzando el desierto en camino a la tierra prometida, después de su huida de la esclavitud de Egipto. La escasez de alimentos vitales es un problema real que le ha hecho pronto olvidar la intervención de Dios que los liberó de su situación de esclavos, de los innumerables padecimientos y atropellos a los que fueron sometidos, en especial por la privación de la libertad. Esta situación tan grave también les hace añorar la comida de la esclavitud, al punto que esta parecería más importante que la libertad.

El Señor asegura a su pueblo que camina según su voluntad que no les faltará su ayuda

Su bronca es un signo claro de su falta de fe, por eso el Señor aclara que ese duro trance es una prueba que Él les ha mandado para ver si ellos están caminando según su voluntad. Pero, les asegura también que, en toda esa travesía, no les faltará su ayuda ni el maná que cada mañana caerá del cielo, un alimento fino y granulado como la escarcha.

Cuando buscamos la libertad podemos tener la tentación de levantar las manos y volver atrás

También nosotros, cuando buscamos la libertad en los ámbitos personal, social o político, podemos sentir, como los israelitas, la tentación de levantar las manos y volver atrás, ya que este camino viene siempre acompañado por obstáculos y sacrificios. En esos momentos hay que recurrir al Señor, el Dios de la vida y de la libertad, para que reavive nuestra fe y nos de la fortaleza para seguir en el compromiso.

Jesús desenmascara a los que no lo buscan por sus enseñanzas sino por asegurarse alimentos

El texto del Evangelio de hoy, es el inicio de un exhaustivo discurso sobre el pan de vida que Jesús pronuncia en Cafarnaúm, al día siguiente de la multiplicación de los panes, ante la gente que lo iba buscando: “Maestro ¡cuándo llegaste aquí?” Jesús les responde: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque comieron pan hasta saciarse”. Con estas palabras claras, Jesús desenmascara su intención verdadera, ellos no lo buscan para escuchar sus enseñanzas, sino para asegurarse los alimentos y la solución de sus problemas.

Llevar a cabo la obra de dios implica creer, relacionarse, obrar y participar de la instauración del reino de Dios.

Luego Jesús inicia un diálogo con el que busca despertar la fe de esa gente en Él como Hijo de Dios: “Trabajen no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre.” Este llamado de Jesús despierta el interés de la gente: “¿Qué tenemos que hacer para llevar a cabo las obras de Dios?”. Y Jesús responde: “Esta es la obra de Dios, que crean en Aquél que Él ha enviado”. Cumplir la obra de Dios es reconocer que la palabra y la actuación de Jesús no son fruto de magia humana o de poderes ocultos, sino de Dios. Por eso, llevar a cabo la obra de Dios implica creer en su persona, instaurar una relación personal con él, obrar como Él y participar de la instauración del reino de Dios en el mundo.

El maná del cielo es signo de la bondad providente de Dios en respuesta a una necesidad material

A la hora de la verdad, a esas personas no les basta haber participado en la multiplicación de los panes, les falta todavía bastante camino para creer en Jesús: “Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas?… Nuestros padres comieron el maná en el desierto”.  Esa gente no sólo no ha entendido el mensaje transmitido por Jesús a través de ese prodigio, sino que tampoco ha comprendido el sentido verdadero del milagro del maná recibido gratuitamente en el desierto, signo de la bondad providente de Dios, en respuesta a una necesidad material coyuntural.

Cristo es el verdadero pan del cielo que sacia nuestra hambre y sed de vida

Por eso Jesús pide a esa gente que no se quede atada al pasado, porque Dios les quiere dar un don mucho más grande: “Mi Padre les da el verdadero pan del cielo… que da la Vida al mundo”.

Ante esta afirmación, la gente reacciona: “Señor, danos siempre de ese pan”. Ahora Jesús afirma solemnemente: “Yo soy el pan de Vida”. Cristo es el verdadero pan del cielo que sacia nuestra hambre y sed de Vida y que nos sumerge en su comunión. Él es la Vida que “da” la vida a todo el mundo, tonto en su dimensión física como espiritual; la vida que está brotando en el vientre materno, la que está amenazada por la pobreza, la exclusión y la violencia, y la que está llegando a su ocaso en la tierra y que se prepara a gozar de la felicidad que no tiene fin.

Por eso, no hay que buscar otros alimentos. Jesucristo es el pan de Vida gratuito y abundante que nos sacia para siempre: “El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed”.

El “hombre viejo” se rige por criterios vacíos pero somos invitados a vivir revestidos en Cristo del “hombre nuevo”

San Pablo, como hemos escuchado en la 2da lectura, habla también de la vida de fe en otros términos, haciendo un llamado a los cristianos de Éfeso, para que dejen a un lado el “hombre viejo”, corrompido por el placer y las riquezas, y marcado por una conducta que se rige por criterios mundanos vacíos y engañosos que no calman la sed de autenticidad y de verdad. Por el contrario, les invita a vivir de acuerdo a su nueva condición de cristianos recreados por el bautismo y revestidos en Cristo del “hombre nuevo” de la justicia y santidad, de la esperanza, el amor y la fraternidad.

A menudo nos quedamos amarrados a “nuestro yo viejo” de una vida envuelta en la oscuridad y el mal

Como los cristianos de Éfeso y la gente que fue en búsqueda de Jesús, también nosotros tenemos hambres y sed de bienes duraderos y seguros, de autenticidad y felicidad, pero a menudo nos quedamos amarrados a “nuestro yo viejo”, a la autosuficiencia, a los apetitos limitados y perecederos de una vida envuelta en la oscuridad del mal.

El “hombre nuevo” atrae a los demás a la comunión de amor de Dios

Si queremos revestirnos del “Yo nuevo” que marque toda nuestra existencia y gozar de la justicia y santidad de Dios, tenemos que asumir como punto de referencia su voluntad, siguiendo el ejemplo de Cristo que encontró en la obediencia total al Padre hasta la muerte, su fuerza, su alegría y su libertad.

El “hombre nuevo” se manifiesta, con un cambio radical, en nuestra manera de pensar y actuar, dejando a un lado nuestra voluntad orientada al espíritu mundano y centrando toda nuestra existencia en Cristo, con una vida de amor y fraternidad con el prójimo, como testimonio que atrae a los demás a la comunión de amor de Dios.

Nuestra comunión con Cristo, nos comprometa a dar testimonio con nuestra conducta.

Hermanos y hermanas, hoy Jesús se no propone, a cada uno de nosotros, como el Pan de Vida, punto culminante de nuestra búsqueda; para disfrutar de Él, hay que dar el paso decisivo de creer e ir al encuentro con Él, en una comunión real y personal, confiando en su palabra esperanzadora: “Él que viene a mí, jamás tendrá hambre; en que cree en mí jamás tendrá sed”. Nuestra comunión con Cristo, nos compromete a dar testimonio con nuestra conducta del alimento que no perece, sustento de una vida plena y feliz.

Que el Dios de la vida nos conceda una fiesta de hermanos reconciliados en una Patria bendecida

Antes de terminar, tengo a bien recordar que el próximo viernes celebraremos el solemne “Te Deum” por un aniversario más de la Independencia de nuestro querido País. En esa ocasión, con representantes de otras Iglesias cristianas, nos uniremos para elevar nuestras oraciones al Dios de la vida, del amor y de la justicia, a fin de que ilumine las mentes y ablande los corazones de todos, gobernantes y gobernados, y nos conceda una verdadera fiesta de hermanos reconciliados entre todos en una Patria bendecida con el don de su paz.

Amén