El que milita para complacer al que se alistó como soldado, no se embaraza con los negocios de la vida. Y quienquiera que compite en el estadio, no es coronado si no combate legítimamente. (2 Tim. 2, 4-5.)
Queridos hermanos, ser seminarista es haber sido elegido por el Señor desde el seno materno. Es dejarse llevar por el Señor toda la vida hasta el momento de la decisión por el sacerdocio. Ser seminarista es la antesala para ser otro Cristo.
¿A qué va el seminarista al Seminario? A aprender de Dios, que es lo más importante; no tanto otras cosas del mundo que se enseñan. Va a aprender a vivir la pureza en su vida, a saber entregarse a los demás, a saber renunciar a sí mismo. Va a aprender ciencia santa para conocer mejor la fe, enseñarla y defenderla. Va al Seminario a desprenderse de su familia, de su entorno, de todo lo que le ataba al mundo. Va al Seminario para desnudarse del mundo y revestirse de Cristo.
¿Cómo siente la llamada al seguimiento del Señor? Ya nace sacerdote. Aunque muchos no lo sabrán porque renuncian a Dios eligiendo otro camino, no son dóciles a la acción del Espíritu Santo en sus vidas. Pero otros sí lo son, y siguen la llamada de Dios.
Ser seminarista es prepararse para ser otro Cristo. Es preparar sus manos para tocar el bendito Cuerpo de Cristo; preparar sus manos para la Transubstanciación, el momento más grande su vida de cada día, el ser y razón de su existencia sacerdotal. Es prepararse para ir al Calvario y vivir en él. Es prepararse para recorrer diariamente, cuando sea sacerdote, el trayecto de Getsemaní al Calvario cada vez que salga de la Sacristía para dirigirse al altar.
Ser seminarista es renunciar a los gustos personales. Renunciar a todo lo que no le una al Señor. Más que una renuncia es dejar salir lo que el Señor ha plantado en su interior. No es tanto una renuncia como una aceptación. Demasiados seminaristas en las redes sociales; no empieza así la renuncia, empieza dejando todo eso de lado, para que pueda dar fruto la semilla que el Señor plantó en su interior.
Ser seminarista es conocer la tradición de la Iglesia, independientemente de la enseñanza recibida. Porque en la tradición encontrará la grandeza del sacerdocio católico, conocerá verdaderamente qué es ser sacerdote de Jesucristo. Aprenderá el camino que ha de seguir para ser fiel al sacerdocio de nuestro Señor Jesucristo. En la tradición encontrará la fortaleza para enfrentarse a la secularización del mundo y de la Iglesia.
Ser seminarista es ser desde el primer momento hombre de oración, de intimidad con Dios, de recogimiento, de soledad con el Señor. A solas con Dios. El Señor quiere al seminarista en pie hacia la oración de rodillas.
Ser seminarista es ser piadoso, recatado en la mirada hacia las mujeres, no mirando la carne; cerrando los ojos al mundo desde el primer momento que cruza la puerta del Seminario. Es aprender a ser puro de intenciones, noble en su comportamiento, sincero en su palabra. Ser seminarista es ser virtuoso.
Ser seminarista es ser dócil y bueno. Dejando su soberbia a un lado. Obedeciendo a sus superiores como si obedeciera a Dios. Ha de acatar lo que sus superiores le digan, dejando de lado su carácter, intentando asumir el carácter de Dios. Ha de aprender a moderarse, a contenerse verbalmente.
Ser seminarista es amar con amor de predilección a la Santísima Virgen. Es entregarse a Ella para que la Virgen María lo lleve como niño pequeño al Padre. Si el seminarista no ama a la Santísima Madre no puede llegar a Dios. Ella es la puerta que nos lleva de la mano al Padre. Al llegar al Seminario, el seminarista quedará apartado de su madre biológica, es a partir de ese momento cuando la Santísima Virgen cuidará especialísimamente de él. El seminarista debe visitar los Santuarios marianos para enamorarse de María.
Ser seminarista es saber renunciar a todo apego que le impida llegar a Dios; ha de saber que en la renuncia está el amor Dios; al Señor le agrada nuestra renuncia.
Ser seminarista es entregar el cuerpo y alma a Dios. Ahí está la clave del futuro sacerdote santo.
Ave María Purísima.
Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa