“Ubi deficiunt equi, trottant aselli”. Este antiguo adagio latino – utilizado, a su tiempo, también por Papa Juan XXIII – se traduce así: “Donde faltan caballos, trotan los asnos”… y de asno que soy, fui indignamente invitado por dirigirme a Ustedes en representación de los laicos.
Me pregunto: ¿Cómo expresar el sentido pésame y el reconocimiento de tanta gente de a pie, como yo? y: ¿cuánta gente habrá encontrado y ayudado, material y espiritualmente, en su vida Mons. Adalberto? Y mi pensamiento vuela a madres, padres, hijos, jóvenes, ancianos, alumnos, catequistas, trabajadores, enfermos de alma y de cuerpo, autoridades y campesinos.
En fin, es simplemente imposible condensar en pocas líneas la vida de una figura tan magna como de la que en vida fue Mons. Adalberto… Franciscano, Sacerdote, Obispo, hombre de fe y – sobretodo – de oración. En mi nada, he sido testigo de trabajo y más trabajo, sea físico que intelectual; de los innumerables viajes a lo largo y ancho de nuestra jurisdicción o por Italia y Europa tocando puertas y más puertas en busca del sustento de nuestra Prelatura. Por otro, he sido testigo de muchas preocupaciones… porque – ser Pastor – es cargar a diario la pesada cruz de Cristo sin pretender nada a cambio. Y todo esto, Mons. Adalberto lo vivió con el Rosario en la mano en total abandono a nuestra Madre Celestial y a la Providencia Divina.
Parafraseando un pasaje del Evangelio… ¿A quién hemos venido a ver hoy? ¿A un hombre que se vistió con ropa fina? Claro que no. Hoy rendimos respeto a un sucesor de los apóstoles que bien cumplió con el mandato de su Señor: “vayan en todo el mundo a anunciar el Evangelio a toda creatura”.
Hombre escueto y sencillo pero tenaz y con fuerte dominio de sí mismo, dio al prójimo suyo con generosidad. Por eso, el Señor le “echará en su delantal una medida colmada, apretada y rebosante”.
Mons. Adalberto, desde el Cielo, junto con Mons. Jacinto y todos los Sacerdotes Franciscanos de la Prelatura que ya nos precedieron al encuentro con Cristo, intercede por todos nosotros y acompáñanos siempre en este valle de lágrimas.
Por último, retornado a los asnos… otro refrán sentencia: “Rebuzno de asno no llega al cielo”. Bien, por una vez en mi vida, espero que mis palabras lleguen al cielo y lleven consigo todo el aprecio y agradecimiento que le debemos a Mons. Adalberto.
Ojalá, hasta pronto, querido Monseñor.
Gracias
Aiquile, 2 de febrero de 2015
José Pirovano es Director de Caritas – Aiquile