Apertura del año de la Fe en santa Cruz.
Muy amados y queridos hermanos y hermanas:
Un desafío muy grande nos ha lanzado el Santo Padre Benedito XVI a partir del 11 de octubre, que nosotros quisiéramos escuchar y no solo escuchar sino proponernos como Iglesia creyente de Santa Cruz una búsqueda de mayor profundidad de nuestra fe, de mayor claridad para hablar de ella y de mayor valentía para proclamarla cuando las fuerzas del mal no quieren que hablemos del Dios de la bondad, del Dios de la paz.
El Santo Padre quiere que este año toda la Iglesia asuma una responsabilidad muy grande, hacer que la fe que tenemos en el corazón salga hacia nuestros labios y se haga grito de esperanza para un mundo que cada vez encuentra menos razones para vivir y sin embargo nosotros los creyentes tenemos que ofrecer esas razones no a partir de ideologías prefabricadas o de intereses mezquinos sino a partir del mismo sueño de nuestro Dios de que todo es posible para que la felicidad humana, la felicidad de cada hombre y de cada pueblo se haga siempre sembrando el bien y no las discordias y el mal.
Que podamos hablar con claridad de Cristo nos pide el Santo Padre. La fe que no habla con claridad de Cristo puede terminar como una especia de creencia pero nunca aquella que el Señor desea que nosotros le expresemos. Llegar a hablar de Cristo nuevamente en un mundo que no quiere saber de su mensaje y, no solo hablamos de un mundo más allá de los océanos donde ya es difícil por la situación que viven ellos. Sino también ese espíritu puede meterse entre nosotros: Hacer muchas cosas bonitas en honor de Cristo pero nunca decir esa palabra que Él nos ha enseñado, esa palabra de vida que está esperando el que está amenazada de muerte, que está esperando aquel que sigue siendo víctima de los que venden droga, de los que alienan las conciencia, de los que persiguen, de aquellos que realmente necesitan luz en su caminar en medio de tantas tinieblas.
Comienza el Año de la Fe justamente en el día que se inició aquel hecho extraordinario del Concilio Vaticano II; Aquel acontecimiento extraordinario que permitió a nuestra Iglesia por lo menos sacudirse de la inercia, de la repetición sin vida y sin alama, de las cosas que nos parecían que debía hacerse.
Hemos asumido los gozos y las esperanza del mundo y esperamos que esos gozos sean realmente alegría para todos y esperanza que no defrauda, que se hace realidad y Don de Dios cada día.
La organización de los programas y actividades ya está en marcha, pero lo que interesa es que todos en la Iglesia de Santa Cruz nos proyectemos a aquella fe que no muere ante las pequeñas o grandes objeciones de nuestro tiempo.
Qué mejor que mirar al Señor en evangelio. El evangelio de Marcos que sigue siendo la referencia más sencilla y hermosa de cómo actuó el Señor y de cómo tenemos que actuar también nosotros.
Jesús se puso en camino. Ponerse en camino, andar, no quedarse sentado, ir al encuentro del otro, ir a la búsqueda de la oveja pedida para Jesús, del hermano alejado para nosotros, del que está siendo víctima de la droga aún en nuestros establecimientos educativos. Tenemos que salir a decirles que el camino de la vida hay que buscarlo, y tenemos que repetirle quizá la misma pregunta que hizo este señor a Jesús: Maestro, qué debo hacer para heredar la vida eterna? No la vida pasajera solamente, no la vida que se acaba, aquella vida que no termina porque nosotros hemos nacido para vivir y no para sepultarnos ¿Qué debo hacer para heredar la vida? Ahí está “la vida es lo que nos interesa”.
Vida para nosotros, vida para nuestra Iglesia, vida para nuestra Patria, vida para todos los rincones del mundo donde la vida está amenazada.
¿Qué debo hacer? Jesús dice: ¿porque me llaman bueno?, no vive de alabanzas vacías, no se entusiasma con calificativos dulzones, nos basta decirle que es bueno, eso lo sabemos. No basta vivir de un ensueño de que Dios está siempre sonriendo y que no pasa más allá en nuestras vidas.
He venido para decir a la gente que hay una manera de vivir que Dios ofrece a todos.
Por acá va el camino de la fe, no basta decir que se cumplen los mandamientos, no basta, falta una cosa: ve vende lo que tienes y dalo a los pobres para tener un tesoro en el cielo y luego sígueme.
Hermanos, la fe es un camino es un avance, es ir constantemente al encuentro de esa verdad que nos hace libres, muchas veces nos cuesta, que bonito seria pensar que lo hemos todo y merecemos un premio. El Señor nos dice que hay que hacer algo más.
“Al oír esta palabras se entristeció y se fue apenado porque poseía muchos bienes materiales” dice el evangelio. El que está apegado a los bienes materiales, el que piensa que su dinero o sus propiedades son dioses intocables esos jamás lo van a dejar todo y jamás van a pensar tampoco tener un tesoro en el cielo y no acumular riquezas aquí en la tierra.
Por eso Jesús mirando alrededor dice a los discípulos: que difícil para los ricos entrar al Reino de Dios. Los discípulo se asustaron, que difícil será para un rico entrar en el Reino de la Vida, de la solidaridad de la paz la justicia.
El evangelio no restringe esta expresión solo a un sector humano, también son ricos los que piensan que su poder es algo que tienen que ser impuesto por la fuerzas, también es rico aquel que está totalmente desarticulado de la vida de su pueblo y busca placeres y solo diversiones, también es rico aquellos que adoran nuevos ídolos y se postran delante de ellos.
Que difícil es entrar en el cielo: hay muchas condiciones para entrar al cielo, los que están sometidos a sus riquezas y placeres, les va a costar más. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de Dios.
Aquí está el gran desafío de nuestra fe, ¿cómo aceptamos nosotros el Reino de Dios? ¿Cómo nos imaginamos el reino de Dios? ¿acaso ha entrado en nuestra vida, es la expresión más clara de nuestras celebraciones? O son solo nuestros pequeños reinitos, el reino del partido, del futbol, del carnaval, de la diversión, el reino de la corrupción; no entra más fácilmente en nuestra conciencia este Reino de Dios que nos pide despojarnos de todo material, espiritual o moral, de aquello que se opone a la vigencia del Reino de Señor construye para nosotros.
¿Quién podrá salvarse? ¿Quién podrá entrar en ese Reino con tantas exigencias?. El Señor nos va a disipar la duda: esto no es posible para los hombres pero para Dios esto es posible, es Dios el que encamina, el entrar en el Reino no es solo un esfuerzo personal o comunitario, es una vocación una llamada una mano que Dios nos extiende para que nosotros podamos ingresar al Reino de la vida para siempre.
Pedro que ha entendido bien, también dice palabras que se parecen a las nuestras: Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
Jesús responde: hay que ir más adelante, no basta dejar las barcas a la orilla del mar, no basta abandonar una pequeña cosa, hay que abandonarse completamente, la persona misma dejando de lado sus terrenos, sus padres, sus hermanos, sus amigos, sus parientes; es esto lo que hace el discípulo que tiene un estilo diferente de aquel que tiene el poder coyunturalmente y que puede llegar a endiosarse en lugar de convertirse en el servidor de la vida y el propulsor de los valores del reino.
Frente a tantos problemas creo que es importante acudir con frecuencia en este año a la palabra del Señor que es la que nos ilumina frente a los problemas macabros, problemas trágicos que nos azotan y azotan a nuestra sociedad. La palabra d Dios, esa palabra que es viva y eficaz, más cortante que espada de doble filo, ella pone hasta la raíz del alma y del espíritu la verdad, la vida, ella está en las articulaciones en la medula de cada persona.
Esta Palabra es la que tenemos que atender, solo esta palabra es palabra de vida, las otras que a veces se las adorna con música bonita o con gritos despavoridos no es palabra de Dios, para esto necesitamos tener una sabiduría propia, cono nos dice el libro de la sabiduría: “Oré y me fue dada la prudencia, supliqué y descendió sobre mí el espíritu de la sabiduría”. Aquí está el secreto de un caminar hacia el Padre y de un caminar sin equívocos, sin ambigüedades, con valentía y con alegría. Que el Señor conceda todo esto a nuestra Iglesia. AMÉN.
Oficina de Prensa del Arzobispado de Santa Cruz.