Santa Cruz

HOMILÍA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI, 28-10-10

Nuestros afectuosos saludos a nuestro Pastor el Cardenal Julio que, gracias a Dios se está recuperando favorablemente de su enfermedad y que en estos momentos nos está siguiendo por televisión desde su domicilio. El me ha encargado de transmitir sus sinceros agradecimientos a todas las personas e instituciones que han orado al Señor por su salud y por los muchos gestos de cercanía y afecto, y en especial a las Iglesias hermanas, las autoridades y a los médicos y enfermeras por su dedicación y atención esmerada.

Un saludo particular al grupo numeroso de jóvenes de nuestra Arquidiócesis aquí presentes, que desde ayer están reunidos en la IX Asamblea Arquidiocesana de Pastoral Juvenil Vocacional, con el lema “Caminando con Jesús”, les felicitamos y les deseamos que sean entusiastas seguidores y misioneros de Jesús, entre los muchos jóvenes que andan desorientados en esta cultura hedonista y son víctimas de las drogas y el alcohol.

El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús que, acompañado por sus discípulos y mucha gente, sale del pueblo de Jericó en camino a Jerusalén donde le espera la pasión, muerte y resurrección como él les había anunciado por tres veces. Allí, como narra el evangelio de Marcos, Jesús realiza el último de los signos milagrosos: la sanación del ciego Bartimeo.

San Marcos nos dice que Bartimeo era mendigo y por encima de eso ciego, una situación de doble sufrimiento que lo obligaba a pedir limosna para subsistir. Estaba “sentado al borde del camino”, sentado no es sólo una posición física signo de resignación e impotencia, no puede hacer nada sino esperar que alguien se apiade de él y le alcance algo.

Y “al borde del camino”, marginado por parte de una sociedad que no lo toma en cuenta, que no le ofrece ninguna ayuda y lo excluye de la vida cotidiana. También en nuestra sociedad, muchos hermanos impedidos, en menor o mayor grado, sufren una situación injusta de exclusión y marginación, que no puede dejarnos indiferentes.

Es urgente que se vaya superando este trato injusto y que se implemente unas leyes que les reconozcan su dignidad de personas y les permitan tener condiciones de vida dignas de todo ser humano.

Por la bulla de la multitud que estaba pasando a su lado, el ciego se enteró de que allí estaba pasando Jesús. Bartimeo en seguida “se puso a gritar”. El verbo “gritar, clamar” ya en el A.T. era usado con frecuencia para expresar un pedido apasionado a Dios de alguien que se encontraba en una situación difícil y desesperada, porque había experimentado en el Éxodo que Dios escuchaba al clamor del pueblo.

Su grito era “Jesús, Hijo de David”, es decir Mesías, el enviado por Dios y esperado durante muchos siglos y que vendría a instaurar los tiempos nuevos, tiempos en los que “sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos” (Is 29, 18).

“Ten piedad de mi”, seas misericordioso conmigo, apiádate de mi, es el pedido de aquel que sufre y se apela con toda su fe a la misericordia de Dios. El ciego dirigiéndose a Jesús con estas palabras: “Jesús, Hijo de David, Ten piedad de mi”, estaba expresando su fe en el poder y en la dignidad divina de Jesús.

La gente ante ese grito se molestó, reprendió al ciego y lo quiso callar, demostrando su indiferencia e insensibilidad ante el sufrimiento de ese hermano. Pero Bartimeo no se acobardó ni se rindió y por el contrario volvió a clamar con más fuerza: “Jesús, Hijo de David, ten piedad de mi”.

Jesús al escuchar ese grito se detuvo, no lo increpó y tampoco le  impidió que lo llamara Mesías como había hecho en otras ocasiones con la gente. Él tomó esa actitud porque ya estaba en la última etapa del camino irreversible de la cruz y no había peligro de que se tergiversara su misión de Mesías. Como verdadero “buen samaritano” él no podía pasar de largo ante el sufrimiento de ese hermano que clamaba ayuda y se hizo cargo de su grave problema.

Esa parada no lo desviaba de su camino, por el contrario era parte de su entrega que se realizaría en plenitud con su muerte en cruz.

Y mandó a llamar al ciego y los presentes reaccionaron de su indiferencia y lo alentaron: “¡Ánimo, levántate!” Jesús, lo quería de pié, no resignado, parado frente a él con su dignidad de persona.

La respuesta no se dejó esperar, el ciego “arrojó el manto, se puso de pie de un salto y fue hacia Él”. Tres verbos de acción, dejó el manto, que era todo lo que poseía, su pasado y su seguridad, le servía para abrigarlo de día y para cobija de noche, se puso de pie, listo y disponible para actuar y fue hacia el Señor. En la acción resuelta de Bartimeo se nota que entendió que Jesús podía ser la única respuesta a sus plegarías y sus esperanzas. El dejar las seguridades y el pasado, el estar preparado, el acercarse a Jesús son actitudes propias del discípulo que deja todos para seguir a Jesús.

Llegamos al punto central de la narración, el diálogo entre Jesús y el ciego. Puede parecernos extraña la pregunta de Jesús: “Qué quieres que haga por ti?”, porque seguramente Jesús ya se había enterado de que Bartimeo era ciego y por lo tanto parecería descontada su respuesta: “Maestro, que pueda ver”.

Sin embargo, la pregunta de Jesús tiene un sentido más profundo. Jesús quería que el ciego se aclarase a si mismo lo que quería y que luego lo expresara en público, apuntaba a que Bartimeo pasara de la fe en los poderes sanadores del Mesías, a la fe como encuentro personal, encuentro que llevaba a la salvación, no sólo de los males físicos, sino de toda la persona. No bastaba invocar a Jesús por el milagro, hacía falta encontrar al Señor y al Salvador, no quedarse en el dono, sino llegar al donante.

“Vete, tu fe te ha salvado”. Jesús leyó en el corazón del ciego que no sólo pudo ver físicamente, sino que lo vio como Mesías y creyó en él. Al manifestar la fe de Bartimeo, Jesús quiso que los discípulos y todos los presentes la conocieran y siguieran ese ejemplo.

Por eso Jesús no dice “tu fe te ha sanado” sino que “te ha salvado”. El ciego ha recibido mucho más de lo que ha pedido, por la fe ha recibido la vida nueva en Jesús.

“En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino”. Bartimeo en seguida y sin titubeos siguió a Jesús, es decir se hace su discípulo, dispuesto a seguirlo en el camino de la pasión y cruz. Hay un cambio de roles, el ciego salvado se vuelve discípulo y los discípulos se manifiestan como los ciegos, que no aceptan el camino de la cruz a pesar de que Jesús los había preparado, estaban encerrados en su concepción de un Mesías poderoso y sobretodo en su ansia de compartir el poder y la gloria.

El ciego llegó a la fe gracias a su oración sincera y confiada. La persona que ora con fe, humildad y perseverancia, que no desiste ante las incomprensiones, puede liberarse de las muchas cegueras, experimentar el encuentro personal con el Señor y hacer posible lo que no lo es para nosotros: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Él todo es posible”.

En este Año de la fe, recién iniciado, Bartimeo nos indica el camino a seguir para nuestros ojos de la ceguera y creer en el Señor, para gozar de la vida plena, de la que disfrutan Todos los Santos, cuya solemnidad celebramos el próximo jueves 1 de noviembre. Son los santos reconocidos oficialmente por la Iglesia, hermanos que han creído y han gastado su vida por el Señor y que podemos venerar  e imitar al igual que el ciego Bartimeo.

El día viernes 2 es la Conmemoración de todos los difuntos, iremos a los cementerios a visitar a nuestros seres queridos que ya no están físicamente entre nosotros, pero sobre todo estamos llamados a orar por ellos, unidos en ese lazo profundo y vital de “la comunión de los santos”, y a renovar nuestra fe en la vida eterna, vida que Jesús nos ha adquirido con su pasión muerte y resurrección. AMÉN.

Oficina de Prensa del Arzobispado de Santa Cruz.