Santa Cruz

HOMILÍA CARDENAL TERRAZAS, 11-03-12

Muy amados y queridos hermanos y hermanas:

Con que cariño hemos cantado “Tu Palabra me da vida, tú tienes Palabras de vida eterna”. Es esa Palabra del Señor la que da sentido a todas nuestras reuniones, encuentros y celebraciones, escuchar la  Palabra de vida, palabra pronunciada, aprendida de memoria y muchas veces repetida sobre todo en nuestros tiempos. En todo el mundo se habla de la vida, en todo el mundo se dice que la vida es uno de los derechos fundamentales, aunque algunos no sean muy optimistas porque acabo de leer que uno de los derechos más conculcados en Bolivia es el derecho a la vida.

En este tiempo de Cuaresma no estamos convocados a repetir de memoria las cosas sino a tratar de dar respuestas concretas, contundentes y urgentes a todo lo que se opone a la  vida y que mejor que escuchar la Palaba del Señor, así tiene sentido también lo que con cierta timidez celebramos, un cumpleaños no es para llenarse de alegría cuando van pasando los años, pero es para llenarse de esperanza si seguimos confiando en que la vida que el Señor nos ha dado no tiene ningún valor sino es entregada y entregada con cariño con afecto a todo nuestro pueblo a toda nuestra sociedad.

Está cerca la Pascua -nos dice el evangelista Juan- y Jesús va a Jerusalén, se va directamente al templo. Allí tiene  que dar una enseñanza clara de que las cosas materiales a las que llamamos casa de Dios o lugar de encuentro con los hermanos pueden ser manipuladas, pueden convertirse en escándalo, pueden convertirse en  mercado donde ofrecemos algo para que Dios nos pague, donde cobramos mucho con signos que no tiene absolutamente nada de signos de vida, de paz o de justicia.

Entra al templo y allí encuentra ese desorden, esa confusión, se venden  las que van a ser las ofrendas, se intercambia el dinero pagano aún para las componendas que hacían allí los comerciantes.
Jesús se indigna. Allí esta la primera cosa que en Cuaresma tenemos que volver a rescatar. A veces hablamos de un Jesús que no reacciona frente al mal, a veces pintamos a un Jesús como si estuviera de acuerdo con las injusticias o con la explotación. Jesús se indigna, se indigna porque han convertido la casa de su Padre en un mercado y no anda con cosas pequeñas, agarra  un chicote y lo saca a todos.

Hasta aquí podríamos decir ¡Que bien que el Señor se ha enojado, hasta aquí podríamos aplaudirlo como hacen también hoy quienes aplauden medidas cada vez más severas  pero que no llegan hasta el corazón mismo donde se provoca el daño, el perjuicio, la maldad.
Y le piden una señal al Señor “¿Por qué haces esto? Danos una señal” y, El les va dar una señal que justamente perdura por los siglos y que tiene que ser para nosotros una señal de gozo y esperanza: Destruyan este templo y yo lo voy a reconstruir en tres días.

Los judíos que lo escuchaban no quisieron entender y se burlan de Él: Cuarenta y seis años hemos tardado en construir este templo y tu lo vas a destruir y construir en tres? Pero los apóstoles que lo escuchaban comprendieron que el Señor hablaba de su resurrección, de su propio cuerpo, ese cuerpo clavado en la cruz y resucitado por el Señor, se  vuelve el nuevo templo de Dios, ya no es de piedra, ya no  es de oro, ya no es de material al que podemos adornar o a lo mejor eliminar, es el mismo Cristo muerto y resucitado, es el templo nuevo en el que se ofrece todo  al Padre. Se ofrece la vida entera del hijo pero también la vida nuestra. Por allí pasamos todos antes de abrazar al Padre, por el templo de su hijo muerto y resucitado.

Allí está la  novedad del mensaje del Señor camino hacia la Pascua: Hacer entender al Pueblo y a los responsables, que la pascua no es repetir ociosamente las cosas del pasado, sino es ponernos en esa corriente de éxodo, de salir de nosotros mismos para aprender las cosas que el Señor nos va enseñando.

Esas son las Palabras de vida “destruyan este templo, yo lo voy a reconstruir”. No son las palabras engañosas que se multiplican estos días, palabras engañosas, palabras llenas de odio y de rencor, palabras que llevan siempre a destruir al otro pero no a construir algo que nos dé la  certeza de que Dios nos quiere.

Hace uno días ha habido algunas muertes inhumanas, linchamientos, matanzas en las calles, y esto se sigue multiplicando, guerras injustas, conflictos provocados donde se oye palabras de muerte ´pena de muerte’ que desaparezcan, que se los mate. Dentro de poco, en la semana Santa, vamos a escuchar también esos gritos “crucifíquenlo, mátenlo” ¿Y cuál es la respuesta de Dios? Todo se va reconstruir en Cristo. En esa cruz de Cristo se manifiesta la fuerza, el poder, la sabiduría de Dios. Pablo le habla a su comunidad con claridad “algunos buscan milagros, otros buscan sabiduría, nosotros -dice Pablo-predicamos a un Cristo crucificado, a un Cristo que está en la cruz llenándose de la vida al mismo tiempo, vida que va hacer llegar a todos aquellos que lo siguen.

Cambia la historia, cambia la manera de enfocar las cosas, no se pide la muerte por la muerte, lo que se pide es que la vida del Señor llegue a todos. El Señor tiene Palabras de vida y en la primera lectura del éxodo la hemos escuchado nuevamente, esa lectura que yo estoy seguro cualquiera de nosotros las sabe ya de memoria, esa  palabra que la repetimos constantemente, que nos gozamos haciendo repetir a nuestros niños los diez mandamientos aprendidos de memoria. Son Palabra del Señor, Dios pronuncio estas palabras. No es un decreto o una ley de circunstancia o de coyuntura, es la Palabra del Padre que es vida, que fue pronunciada con su antiguo pueblo y que en la persona de Cristo crucificado reaparece con mayor fuerza, con mayor densidad y en una perspectiva de amor y de entrega más que de terminar con la vida de los otros.

Los diez mandamientos o las diez palabras que han recorrido la historia humana, la historia del pueblo de Dios. Palabras llenas de valores, llenas de enseñanza, llenas de todo aquello que necesitamos para convivir como personas que tienen dignidad, con una claridad nuestro servicio al Dios de la vida, al Dios de nuestra historia, presente siempre y caminando con nosotros, con un respeto extraordinario para no pronunciar su nombre en vano.

Los mandamientos no son pequeñas enseñanzas solo para niños, no son enseñanzas para repetirlas de memoria. Es la voluntad de Dios, es la Palabra de Dios, es una Palabra pronunciada para bien nuestro, por el bien de todos,  por el bien común del que también se habla mucho ahora y se lo desprecia en la práctica de cada día.
El mandamiento del Señor es claro “No mataras” ¿no suena eso algo novedoso? Nos estamos acostumbrando a escuchar palabras necias: muerte para este, muerte para el otro; nos tomamos nosotros la venganza y nosotros lo matamos. Y las leyes y los responsables del país, a veces no saben qué camino tomar frente a una cultura de muerte que se va introduciendo peligrosamente en nuestra sociedad, en nuestras familias, en nuestro pueblo.

Hoy la Palabra del Señor es clara “No mataras” no tiene ninguna cosa para decir puedes matar aquí puedes matar allá. Es terminante, es claro, es taxativo, no se puede reinterpretar lo que es voluntad de Dios, el Dios de la vida no quiere muerte, ni la muerte dada por las leyes humanas que siempre pueden equivocarse y cometer injusticias mi la muerte que toman algunos por sus propias manos.

Este mandamiento es mandamiento de vida, esta palabra de vida que el Señor la aumenta diciendo “no mentiras” nos lleva a pensar en esta cuaresma que estamos haciendo con la vida y que estamos haciendo con la libertad cuando se miente, cuando se engaña, cuando no se dice todo lo que hay oculto en ciertos planes  de uno y otro lado.

… No te dejes llevar por la codicia de uno y otro lado, en fin, ustedes lo van a releer con calma el éxodo y van a ver cuánto trabajo tenemos como Iglesia nosotros hoy, sobre todo en este tiempo en que estamos caminando hacia la Pascua con cariño y esperanza podamos llevarlo a la práctica, siguiendo lo que nuestra Iglesia nos pide: oración, templanza, sobre todo solidaridad, practicando todo eso porque eso es lo único que borra el pecado, acabamos de rezarlo en nuestra comunidad.

Quizás para nosotros la Cuaresma tendríamos que vivirla como quería el Señor, como el séptimo día (…) Pero cuarenta días de cuaresma, pueden ser o formarse el séptimo día, de oración, de descanso, de acción de gracia para pedirle que purifique nuestras mentes, nuestros corazones para poder rehacer nuestras relaciones con Dios y con nuestros hermanos, con nuestro prójimo. Así vamos a vivir este tiempo como el séptimo día, día en que el Señor descanso, día en que le Señor resucitó, día en que el Señor nos llama a sacudir nuestra pereza  espiritual para llenarnos de ánimo, de aliento, de alegría y si queremos de un sano orgullo de ser seguidores de un  Dios que nos ama tanto y nos pide mucho pero que tiene también gran misericordia, gran compasión de nosotros.

Y termino como termina el evangelio de hoy: “El Señor se quedó los días de la Pascua y hubo muchas conversiones”. A veces sentimos también eso, que hay mucho entusiasmo, hemos escuchado al Señor y lo seguimos escuchando y nos gusta que el Señor actué también en nuestro medio y le decimos palabras bonitas y hasta lo utilizamos en los discursos para seguir engañando a los ingenuos.

Y el evangelio termina diciendo: “Y el señor no les creía porque Él los conocía bien” El conoce bien el interior de las personas y no se deja engañar con palabras huecas, no se deja engañar con palabras que vuelan sin que se traduzcan en compromisos serios.
Hermanos y hermanas, terminaré no pidiéndoles que sigan rezando porque el Cardenal viva cien años más, sino que pidan para que los años que me da el Señor sea  realmente un instrumento de paz, de justicia, de amor y de hermandad entre nosotros. AMEN.