El P. Endeer Gerardo Zapata, Director Nacional de las OMP en Venezuela, estuvo de paso en nuestra sede en Brasilia y concedió una entrevista sobre el momento vivido en el país.
POM: A partir del contexto vivido por Venezuela, ¿de qué forma las Pontificias Obras Misioneras del país logran ser presencia transformadora en esta realidad de crisis política y económica?
P. Endeer: Primero, Venezuela vive una situación que es muy compleja, que puede ser percibida de varias maneras. Si vamos a una ciudad como Caracas, se percibe de una forma. Si vamos al interior del país, se vive de otra manera. Si vamos al lugar donde están los pueblos originarios, la situación en que se vive es de una crisis mucho más profunda. La misma crisis se puede ver en diferentes perspectivas. Con gran preocupación vemos la situación de los niños. Las Obras Misioneras Pontificias recibieron desde hace tiempo una herencia destinada a dos fines: para la evangelización en Venezuela, destinada sobre todo a los pueblos originarios y del anuncio de la misión ad gentes, ya los niños en situación de riesgo. En estos años hemos visto la necesidad de ser coherentes con la finalidad de este recurso. Por eso estamos colaborando con algunos proyectos de centros educativos, que en un momento determinado eran sostenidos por el Gobierno que destinaba alimentación, y que hoy ya no existe esa ayuda, estando estos centros en los sectores más vulnerables de Caracas.
Si no hay comida, no hay educación. Algunos centros fueron cerrados y nosotros fuimos reabriendo a través de financiamiento de las Obras Misioneras Pontificias con las congregaciones que llevan a estos centros de formación. Hoy estamos financiando alrededor de 10 centros destinados a los pueblos originarios. En Caracas y otras ciudades, tenemos alrededor de 7 centros en los sectores más pobres que colaboran con el refuerzo escolar. Las clases sociales medias y altas tienen una educación de calidad, diferente de las clases más pobres y vulnerables donde la educación se ha agravado. No hay dinero ni siquiera para pagar el transporte al estudiante para ir a la escuela. Muchos abandonan las escuelas y se convierten en comerciantes, o salen del país buscando algún rumbo en otro lugar. La mayoría de los que migrar del país son educadores que no encuentran condiciones de sostenerse en el país. Muchos niños ni siquiera se alimentan al fin de semana por no tener clases en los centros de educación. Esta ha sido nuestra responsabilidad en estos tiempos de crisis.
POM: La Iglesia en América Latina es muy diversa, con muchos rostros y formas de vivir la pastoral. ¿Cómo es el rostro de la Iglesia en Venezuela?
P. Endeer: La Iglesia de Venezuela es una de las más tradicionales del continente. Y ese rostro tan clerical está generando una gran dificultad en algunos pueblos originarios. La misión siempre fue llevada por el clero, y que hoy en día ya no da cuenta. Y la Obra Misionera, que debería dar continuidad, está casi paralizada. Hay una gran dificultad de confiar a los pueblos originarios un ministerio que dé continuidad y que, sobre todo, haga crecer su miseria. El Consejo Misionero Nacional está promoviendo una escuela para ese ministerio. Esto no ha sido fácil, pero la necesidad nos ha movido a hacer ese cambio, de una Iglesia tradicional clerical, a una Iglesia profundamente ministerial y laical. Este cambio es fruto de una reflexión y no de un “forzar”. Alguien puede pensar que existe cierta dificultad, en una Iglesia tan tradicional como la nuestra, llamar al ministerio sería algo complicado. Sin embargo, creemos en la acción del Espíritu, no es algo planeado, sino que queremos una reflexión con la comunidad, donde se va generando ese ministerio y profundizando un proceso de inculturación que mucho falta a los pueblos originarios. Nuestra evangelización es tradicional, marcada por la doctrina, e impuesta casi de modo igualitario en cualquier lugar en que se presente.
POM: Entre las cuatro Obras Misioneras presentes en Venezuela, lo que se puede destacar como una experiencia interesante para Brasil.
P. Endeer: La Obra de San Pedro Apóstol es una obra que resiste. Estamos en medio de esa realidad de que no hay vocaciones. Pero no hay vocaciones porque no promovemos, no realizamos esa ministerialidad entre los pueblos originarios, y se está llegando la hora de tomar conciencia de que los pueblos originarios pueden ejercer el ministerio, tanto el ministerio laical como el sacerdotal. Se está generando una campaña de buscar vocaciones autóctonas dentro de los pueblos originarios, para dar continuidad a las Obras Misioneras y hacer un claro proceso de inculturación, que en algunos pueblos, como los Yanomami en Venezuela se han hecho. Muchos de los Yanomamis llegaron al diaconado permanente, asumieron una responsabilidad y formación, y fueron insertando en su forma de ser Iglesia. En la Pontificia Unión Misionera, buscamos insertar a los seminaristas en un proceso de trabajo misionero con los indígenas. Ofrecemos a todos los seminaristas del país un campamento y los llevamos a tener un contacto.
Más que una misión es una inserción, un conocer, un gusto de estar entre los pueblos indígenas, saboreando su espiritualidad. Ellos pasan de 15 a 22 días insertados en una tribu. Esta experiencia ha generado en los sacerdotes diocesanos el interés y el valor por los pueblos originarios. Destaco también la Infancia y Adolescencia Misionera, siendo un proyecto que está tomando fuerza, donde en muchos lugares es la única propuesta que existe para niños y adolescentes. Por otro lado, existe desde hace tiempo en Venezuela la experiencia del Joven y Misión, la Juventud Misionera de Venezuela, fundada en los años 80 y que ha hecho un gran camino de reflexión. Hoy entendemos que el Joven y Misión no es un grupo, sino un servicio de animación misionera juvenil que busca de alguna manera animar a la Pastoral Juvenil.
Entrevista realizada por OMP Brasil.