Nunca abundaremos lo suficiente en mirar la realidad de nuestro mundo con ojos atentos y serenos que quieran comprenderlo. Y no por curiosidad ni por vana compasión, sino con el deseo cordial de aportar nuestro granito de arena, como se dice, para hacerlo un poco mejor, un poco más digno.
Veamos algunos recientes indicadores reveladores.
En Septiembre de 2000, en los albores del siglo XXI, 189 líderes mundiales fijaron ocho propósitos de desarrollo humano: los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Objetivos que deben cumplirse hasta finales de 2015.
En la Declaración del Milenio se recogen las ocho metas referentes a la erradicación de la pobreza, la educación primaria universal, la igualdad entre los géneros, la mortalidad infantil y materna, el avance del VIH/Sida y el sustento del medio ambiente. Su capítulo III transparenta la clave de un feliz deseo: …liberar a nuestros semejantes, hombres, mujeres y niños, de las condiciones abyectas y deshumanizadoras de la pobreza extrema, a la que en la actualidad están sometidos más de 1.000 millones de seres humanos.
Ban Ki-Moon, Secretario General de Naciones Unidas, afirma en su Informe de 2011 sobre los itinerarios de los ODM: …han ayudado a millones de personas a escapar de la pobreza extrema, han contribuido a salvar vidas y a que los niños asistan a la escuela, han reducido el número de muertes de madres durante el parto, han ampliado las oportunidades para las mujeres, han incrementado el acceso al agua potable y han liberado a muchas personas de enfermedades debilitantes y mortales.
El Informe no niega el largo camino a recorrer aún para la protección de los más vulnerables frente a los efectos devastadores de múltiples crisis…
14 países tienen una esperanza de vida que no llega a los 50 años. Los últimos en este ranking son Afganistán y Lesotho con 44,6 y 45,9 años respectivamente. Pero también se encuentran en esta triste lista la R. D. del Congo (con más de 60 millones de habitantes) y Nigeria (más de 160 millones de habitantes), ambos con una esperanza de vida al nacer de 48 años (Fuente: PNUD)
En la región del África Subsahariana la tasa de mortalidad infantil es de 144 niños de cada 1.000, y en términos absolutos ha aumentado desde los 4 millones de 1990 hasta 4,4 millones en 2008. Entre las causas destacan la desnutrición infantil, la falta de tratamiento para enfermedades “fácilmente curables” como diarreas y neumonías, y el hecho de que menos de la mitad de partos cuenten con una atención sanitaria apropiada (Fuente: Naciones Unidas. Informe 2010 sobre los ODM)
Significativamente, en este año 2012, Manos Unidas, Organización No Gubernamental para el Desarrollo (ONGD) de la Iglesia Católica en España, formada por voluntarios, lanzó su Campaña 53, centrada en el Sexto Objetivo del Milenio: Combatir el VIH/Sida, el Paludismo y otras enfermedades olvidadas, que son especialmente virulentas entre los más pobres. Su lema: La salud, derecho de todos… ¡Actúa! Quiere ser una defensa del desarrollo integral de cada persona y de la humanidad, porque la salud y el desarrollo caminan juntos.
El 97% de las muertes por enfermedades infecciosas tienen lugar en los países en desarrollo. La investigación farmacológica se centra en los problemas de los países desarrollados. El derecho a la salud está totalmente condicionado por la desigualdad económica.
Con estos datos adivinamos dos tendencias en los ODM: primera, se está avanzando y segunda, las desigualdades siguen clamando al cielo (Guillermo Casasnovas en Revista Antena Misionera, Diciembre-2011)
Queda mucho llanto por convertir en risa.
No podemos eludir más datos, a pesar de que las cifras son siempre frías, pero necesarias para despertarnos. Según el Estado Mundial de la Infancia, 2012, de UNICEF, se estima que, en todo el mundo, 215 millones de niños y niñas entre los 5 y los 17 años trabajaban para sobrevivir en 2008, y que 115 millones lo hacían en condiciones peligrosas.
Los niños y las niñas que trabajan venden pequeños artículos, sacan brillo a los zapatos de los transeúntes, sirven en puestos callejeros de comida, venden cigarrillos en las calles o trabajan en hogares o fábricas. Sin embargo, son muchos los que se dedican a las peores formas de trabajo infantil, como oficios serviles, actividades ilícitas, lucha armada y trabajo doméstico.
Los trabajadores domésticos, en su mayoría niñas -sigue diciendo el informe de UNICEF- viven aislados y sujetos a los caprichos y a la disciplina arbitraria de sus empleadores, que pueden cometer abusos contra ellos. El abuso sexual es frecuente, pero pocas veces se enjuicia a los responsables.
Investigadores, organismos nacionales y grupos internacionales de derechos humanos han informado que miembros de la policía y de las fuerzas de seguridad han abusado de niños y niñas que viven o trabajan en las calles de ciudades de todo el mundo. En 2000, un estudio sobre los niños de las calles de las ciudades de Brasil, puso de manifiesto que los niños tenían más probabilidades que las niñas de pasar hambre y de ser víctimas de actos de violencia… ¿debido a qué? Otro estudio del mismo año estableció que las niñas tienden más que los niños a internalizar la violencia, y que están en mayor riesgo de sufrir continuos abusos.
El arzobispo Silvano M. Tomasi, observador permanente de la Santa Sede ante Naciones Unidas, deploró que 300.000 niños estén implicados en más de treinta conflictos en el mundo. Son reclutados -denunció- “brutalmente” como combatientes, mensajeros, cocineros, guardias y para relaciones sexuales forzadas.
En nuestra realidad de Bolivia -país donde se escribe este artículo-, y también según UNICEF, los niveles de pobreza multidimensional en el área rural son altos. De cada 10 niños, niñas, adolescentes, que residen en el área rural, 9 de ellos enfrentan situaciones que comprometen el desarrollo de sus capacidades y su futuro. En el área urbana la miseria alcanza a 6 de cada 10. Es Bolivia el país de América Latina donde más se vulneran los derechos de los niños (Agencia Fides)
Un último apunte. Con un niño que muere cada seis segundos, debido a problemas relacionados con la desnutrición, el hambre sigue siendo la mayor tragedia y el mayor escándalo del mundo, dijo el ex Director General de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), Jacques Diouf.
Hasta aquí, a grandes rasgos, queda reflejado el panorama mundial. Para algunos lectores resultará desalentador. Para otros, un estímulo en su empeño de corregir las frías cifras y alcanzar días mejores para tantos excluidos que nos rodean, también en los países desarrollados. La flagrante crisis occidental nos ha convencido de la vulnerabilidad que acecha, hoy más que nunca, a quienes son víctimas de los manejos económicos que no supieron de honestidad, austeridad y reparto equitativo de los beneficios.
Este empeño es el deseo cordial, indicado al principio, de aportar nuestro granito de arena, nuestro pequeño gesto, a la construcción de una realidad social y económica más humana y amable. Haremos bien al recordar que el gran ideal, la magna utopía -pobreza y marginación cero-, aún siendo inalcanzable, es el motor de toda búsqueda y realización.
Ciertamente, cuantas más iniciativas aportemos, cuanta más creatividad desbordemos en nuestro entorno cercano, para paliar hambre, frío, ignorancia, enfermedad, … y tantos otros desmanes, conseguiremos estadísticas más livianas y, como en los récords de los Juegos Olímpicos, arañaremos nuevas marcas, más próximas a esa distante quimera.
Desde la Fe que nos ilumina a muchos, en un Cristo sufriente, pero resucitado, sabemos que no es en este planeta donde alcanzaremos la plenitud, que ya ha empezado. La plenitud -que llamamos Reino de Dios- es un don que nos será concedido al final de este peregrinaje, las más de las veces tortuoso. Don que, aquí y ahora, es tarea. Ineludible tarea.
Mientras tanto, que nadie esté tranquilo. Que nadie pase de largo ante el enfermo de VIH/Sida, ante el niño desnutrido, ante el adolescente minero o la niña trabajadora doméstica. Mientras haya uno sólo de estos casos vulnerables, no nos permitamos la indiferencia y el disfrute insensato de un frágil bienestar, incluso legítimo, que poseemos. ¡Que nadie esté tranquilo!
Me gusta proponer a los jóvenes un reto ilusionante: ¿por qué no dedicáis unos años de la vida, un tiempito, a ejercer vuestra profesión, vuestras habilidades, en esas tierras que tantas manos necesitan?… Desde Etiopía hasta Haití, desde El Salvador hasta la República Democrática del Congo. Desde… hasta donde la ilusión os lo permita.
Y cambiar el llanto por la risa.