Análisis

Disfruta, chaval… ¡disfruta!

A ti, joven campesino.

De nuevo te escribo desde mi tierra española. Y lo hago cuando quedan pocos días para regresar a Bolivia. Así que pronto, en un “pis-pas” -como se dice-, nos volveremos a ver.

Ya tengo ganas de saber de ti, chico del hogar-internado. Del ritmo de las clases y de lo vivido en las vacaciones invernales. Saber de tu familia, de tus amigos, de tu salud… y de cómo vives hoy ese reclamo o susurro del corazón adolescente que te hace mirar a lo alto, al infinito, a la ternura de Papá-Dios. O sea… ¡tienes mucho que contarme!

Cuando me preguntes sobre mi estancia en España, no podré evitar mostrarte un sentimiento amargo. Muchos de mis compatriotas sufren el paro, la escasez de medios para sacar adelante a sus familias, la incertidumbre ante un futuro en el que seguirá planeando esta dura crisis occidental.

Permíteme añadir dos realidades que son bien conocidas en tu entorno. Empiezan a proliferar en este suelo patrio los comedores populares y ya se habla de familias europeas que se plantean apadrinar niños españoles… ¿Qué te parece?

Pensarás que el artículo de hoy tiene ribetes bastante negros. Pues mira: de mi viaje quiero conservar esos instantes en que muchos me han mostrado su felicidad y ganas de vivir. Y han querido compartirlo a mi lado. Gentes de todas las edades: desde aquel pequeño que en una concurrida playa me pidió que le ayudara a construir su hermoso castillo de arena hasta la abuelita que me invitó a bailar en la celebración de un matrimonio… ¡y conseguí no pisarla!

¿Cómo no recordar a Jaime, adolescente de quince años, que se ofreció, sin dudarlo, para ayudarme en aquella Eucaristía celebrada en un templo abarrotado de fieles? Y a la niña Rosa, que con sus seis añitos se empeñó en darme a comer los trozos de un rico melón, acercándolos a mi boca como si lo hiciera con su hermanito.

Pequeños instantes, pequeñas historias, sin mayor importancia, pero que han sido los otros rostros de un país en crisis: los rostros de quienes siguen aprendiendo a disfrutar y a ser felices. Para tal aprendizaje no importa nuestra edad, ni si estamos en paro, ni si tenemos que almorzar en uno de los comedores populares. Ni si nos apadrinan. Lo que importa es tener el ingenio suficiente para convertir momentos sencillos, espontáneos, en humilde regocijo.

Lamento la presencia negativa, adusta, estirada, de otros que sólo saben de confrontación con el diferente, de defensa inamovible de sus posturas, de peroratas vacías e intranquilizadoras. Mis compatriotas reprochan el enriquecimiento deshonesto de quienes optaron por engañar, por defraudar, por acumular lo que no les correspondía.

Gentes que no aprendieron todavía a disfrutar del castillo en la arena, del baile con la abuelita, de la oración franca y desenvuelta del adolescente, del rico melón en manos de una niña. De pequeñas e ingenuas historias, sin mayor importancia.

En un “pis-pas”, querido chaval, nos volveremos a ver. Tienes mucho que contarme. Yo te preguntaré si has disfrutado aprendiendo cosas nuevas en clase -¿por qué no?-. Seguro que has disfrutado con la última y desenfadada charla con tus amigos y amigas. ¿Y has disfrutado con alguna puesta de sol o con el espectáculo increíble del lindo cielo boliviano en las noches transparentes? ¿Habrás tejido hermosas leyendas en las que el viejo adivino Kjana-Chuyma, al servicio del templo de la Isla del Sol, descubre la hoja de coca para adormecer penas y sostener fatigas?

Sé que has disfrutado del juego en la cancha… ¿Y de algún buen libro? Te recuerdo la consigna ya conocida: “por cada media hora de cancha, quince minutos de libro”.

Pido al cielo que no disfrutes con ese mal amigo, el alcohol. Ni con afectos y juegos arriesgados con alguna de tus amigas. Ojalá no disfrutes con violencias y venganzas vanas.

Disfruta, eso sí, ayudando generosamente a quien te pida un favor, una escucha, un consejo.

De nuevo te escribo desde mi tierra española. Para dejar en tu corazón un amable desafío: Disfruta, chaval… ¡disfruta!

Hasta pronto.