Años atrás, más bien décadas, vi, francamente cambiando de canales, una declaración del, para entonces desconocido para mí, padre Pedro Núñez, de EWTN, quien comentaba que la palabra de Dios es cortante como espada de doble filo, y que puede ser que cuando alguien predique, o diga algo de ella, a otra persona, a lo mejor no tenga un efecto inmediato, pero que, si es de Dios, eso que uno dice, queda en su memoria y reverbera durante años e incluso puede llegar a ser recordado tiempo después y, cuando esa persona menos se lo espere, se vea en ella su efecto. He acumulado ya varias vivencias, desde que escuché eso, con las que puedo decir que esa afirmación es cierta y de gran sabiduría. En efecto: “la palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo, y penetra hasta donde se dividen el alma y el espíritu, las articulaciones y los tuétanos, haciendo un discernimiento de los deseos y los pensamientos más íntimos” (Hb 4,12).
Una de mis más cercanas comprobaciones, ha sido que un amigo de Venezuela que leyó uno de mis artículos más recientes, en el cual puse varias citas bíblicas, se manifestó en desacuerdo con lo que dije, y sin embargo, pese ha que fue semanas atrás, aún sigue enviándome enlaces con fuentes para refutarme.
Lo cual para mí es un síntoma de que las verdades dichas le han quedado resonando y, le guste o no, las está pensando, así sea para llevar la contraria, pero las está pensando. Es por ello que para responder preguntas de fe, procuro ahora invocar a la Virgen, quien nunca desoye las súplicas de quien recurre a Ella, para que, por su mediación, me envíen las luces del Espíritu Santo. En el pasado he dicho cosas que luego el Señor me ha hecho ver que hicieron algún efecto, no el inmediato que yo esperaba, pero lo hicieron. De hecho, en algunos momentos me los dejó ver cuando mis ánimos estaban decaídos.
Por otro lado, en contraparte, (aún más en mi condición de religioso-diácono transitorio) y con mayor conciencia sobre la trascendencia del pecado, de las veces en las que he fallado a mi misión, procuro rezar todas las noches y en las mañanas: por todas las personas a las que con algún antitestimonio hice o hago pecar, por las que he sido partícipe de su pecado, las que he escandalizado, a las que he hecho daño y aquellas a las que alejé de Dios en vez de haberlas acercado. Ya que, como humano que soy, no siempre he sido bueno, ni santo. A veces caigo, feamente caigo. Cuando más uno se eleva, más dolorosa es la caída.
Todo esto lo digo porque una persona me comentaba esta semana que se sentía frustrada por hablar a varios de Dios y ver que lo que les decía, al parecer, no les estaba causando ningún efecto. Le respondí lo que digo ahora: si viene de Dios, tendrá efecto, porque puedo dar testimonio de que la Palabra de Dios nunca queda en vano.
Autor: Diácono Javier Gómez Graterol, SSP
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