(Santiago de Chile) .- En Chile, ha causado cierto revuelo mediático y controversia la entrevista del jesuita Felipe Berríos. Me ha sorprendido encontrar que Infodecom, desde Bolivia, le dedicara al asunto una gran cobertura informativa. Se ha presentado la noticia, colgado el video de la entrevista y hasta publicado una dura crítica a sus declaraciones. Es así, que me he propuesto contribuir a la cuestión desde mi punto de vista, creyendo que podría aportar alguna aclaración, dado que soy jesuita y hace un tiempo que vivo en Chile
Como miembro de la Iglesia y ciudadano, considero que todos los actos de personas e instituciones pueden ser legítimamente criticados. Siempre y cuando la crítica se haga con argumentos razonables, respetuosos y prudentes. También los actos de la Iglesia y los de los fieles católicos. En cambio, la descalificación ligera o la difamación provocativa son tan impropias como la fácil disculpa o la apelación a la dignidad herida, que confunde el respeto a las personas con el respeto a sus actos u opiniones.
Una sociedad madura, una Iglesia madura, no sólo permite el disenso si no que propicia la deliberación. Es en este marco que propongo entender las declaraciones del jesuita Berríos.
Lo más difundido de la entrevista ha sido la crítica a la Iglesia jerárquica, específicamente a los obispos, indicando que “no han hecho nada malo, pero tampoco nada bueno”. A esto se ha respondido por distintas voces con un alegato por la unidad de la Iglesia o como si de una agresión a la persona de los obispos se tratara. Ambas posturas, a mi juicio, equivocadas.
En primer lugar, todo cristiano está llamado a una conversión constante y esto requiere la capacidad de examinarse a la luz de Cristo y reorientar o reforzar su comportamiento, para hacerlo cada día más radicalmente cristiano. Nuestra realidad está llena de males y lo propio de un creyente es actuar a favor de los que sufren sus consecuencias. En una sociedad en la que hay pobres padeciendo, la prioridad evangélica son ellos. Este el llamado de fondo que hace Berríos.
En segundo lugar, en mi calidad de jesuita, yo entiendo lo que dice el padre Berríos como una crítica a mi propio modo de vivir y actuar. Me permite hacer un alto y mirar al lugar donde está puesto mi corazón, pues demasiadas veces lo descubro muy lejos de Cristo. Me interpela acerca de mi conformismo y mi falta de radicalidad. Sus expresiones me incomodan, es cierto, pero las escucho como llamado y las agradezco como una oportuna invitación.
En tercer lugar, creo que todo cristiano y todo obispo podría tomar una actitud humilde ante la crítica y en lugar de sentirse ofendido, asumir el talante que inspira la oración del Yo confieso; donde se pide perdón, no sólo por el mal hecho, sino por el bien que dejamos de hacer. En este sentido, tomar la crítica de Berríos como una agresión a las figuras jerárquicas o amplificarlas como una falta de respeto a la propia iglesia, me parece desproporcionado y hasta narcisista. La verdadera unidad en la Iglesia no resulta de la falta de disenso, sino en asumir la diferencia de opiniones y la crítica, por dura que sea, con igual sentido de humildad y de búsqueda de conversión.
Es necesario señalar, que la principal temática tocada por Berríos en la entrevista no es la crítica a la Iglesia, como se ha querido reflejar interesadamente. Sus expresiones están, en minutos y énfasis, mayoritariamente dirigidas contra los rasgos individualistas que vamos adoptando los ciudadanos y la pérdida de una orientación solidaria de la sociedad. Aquí, no me queda más que lamentar el manejo mediático parcializado, que amplifica lo que considera negativo para la Iglesia y minimiza la crítica al tipo de sociedad que se está construyendo. Parece una actitud infantil que desvía la responsabilidad por lo malo hacia un fácil chivo expiatorio, en lugar de ser motivo de autocrítica profunda.
Para concluir, al hilo de la crítica que Hamel hace a Berríos en Infodecom, coincido con él en cuanto “no es posible encontrar a Jesús fuera de la Iglesia”, pero afirmo convencido que me parece inimaginable hallar a la Iglesia fuera de Jesús. Con esto quiero decir que lo de verdad importante, lo esencial del ser cristiano está en reconocer a Jesús y no como concepto, abstracción o ídolo, sino como prójimo sufriente; tanto si soy un obispo como un simple fiel cristiano.
Daniel Mercado es jesuita, médico y máster en Bioética.
Estudia en la Pontificia Universidad Católica de Chile.