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Arzobispo de Santa Cruz: El pulpo de la corrupción y narcotráfico se extendió al Estado

Monseñor Sergio Gualberti, arzobispo de Santa Cruz,  observa que, en medio de una creciente disgregación social, el pulpo y los tentáculos de la corrupción y narcotráfico se han extendido a las instituciones del Estado y considera urgente una serie de reflexión y examen de conciencia para ver a dónde se dirige Bolivia.

La posición fue expresada por el Arzobispo de Santa Cruz, monseñor Sergio Gualberti, durante su homilía dominical.

Sostuvo que en el país “se han multiplicado hechos de violencia física, psicológica y sexual al interior de la familia, la trata organizada de personas, la división de sectores sociales y de organizaciones, la falta de honestidad de ética e institucionalidad y el pulpo de la corrupción y del narcotráfico que con sus tentáculos a se han extendido a instituciones del Estado”.

En los últimos meses se han destapado casos de corrupción y narcotráfico que involucraron a entidades estatales como la Policía. Recientemente, una exfuncionaria de la Gobernación de Beni fue detenida por supuestamente pertenecer a un clan dedicado al tráfico de drogas.

“Clima envenenado”

El Monseñor dijo que pareciera que ya no hay espacio para la búsqueda del bien común, el entendimiento, la racionalidad, la escucha y el respeto del otro. Advirtió que todo se mueve por el interés particular con prepotencia, confrontación y medición de fuerzas.

“Este clima envenenado influye negativamente en este tiempo de campaña electoral, donde distintos candidatos dedican sus energías en desprestigiar, calumniar y atacar a los demás candidatos en vez de presentar sus programas y debatir propuestas en el recíproco respeto”, manifestó.

Llamó a realizar un examen de conciencia para ver a dónde nos lleva todo esto y a dónde queremos llegar. “¿No será el momento de dejar de mirar al otro como enemigo y de respetarlo en su dignidad de persona?”, cuestionó.

Preguntó si no será también el momento de la tolerancia, de la reconciliación y de la unidad, trabajando juntos por el bien común y crear condiciones de vida digna para pobres, abandonados y olvidados.

El monseñor Gualberti espera un cambio de actitud de todos si queremos construir una Bolivia en armonía y paz, alejada de algunas prácticas como el aborto que “no es la interrupción del embarazo, sino extinción de un niño o una niña por nacer y, por tanto, una persona humana con el derecho a vivir y no un producto”.

Fuente: Erbol


Homilía completa del arzobispo de Santa Cruz, monseñor Sergio Gualberti

9 de junio 2019

Hoy, celebramos con gozo la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y la Virgen María el día de Pentecostés, plenitud del misterio pascual y cumplimiento de la promesa que Jesús hizo en la última Cena, misterios que hemos reflexionado y vivido durante estos cincuenta días. La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles nos describe la escena con imágenes del A. T.: ruido, viento y lenguas de fuego, a través de las cuales se quería expresar la presencia real y la potestad de Dios en la vida del pueblo elegido.

La irradiación del Espíritu Santo,  el mismo Espíritu de Cristo Resucitado, colma y transforma definitivamente a los discípulos: “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo”. Ya no miedo, tristeza, angustia, dudas y puertas cerradas, sino valor, alegría, firmeza, fe, apertura y salida a la calle para anunciar y testimoniar la Buena Noticia de que Jesucristo está vivo. Todos los judíos y los simpatizantes que habían llegado a Jerusalén de distintas naciones para celebrar la fiesta judía de las Semanas, se llenan de estupor “porque cada uno los oía hablar en su propia lengua”. Todos escuchan en su lengua las maravillas de Dios”, la palabra profética de la salvación en Jesucristo y el lenguaje universal del amor y la vida.

En el contexto de luz y de vida de esta fiesta, hace unos días el Arzobispado hemos emitido un comunicado público, expresando nuestro pesar y condena, ante la noticia, que ha conmocionado a tantas personas en nuestra ciudad, de un aborto practicado a una chica de catorce años a las 26 semanas de gestación, intervención contraria a la ciencia médica y acto “inhumano, cruel y degradante” como consigna la CPE. A pesar de estar destinada a la muerte ¡la niña nació y vive! Gracias al Espíritu Santo, dador de vida, la niña frágil e indefensa venció a los pregoneros de muerte y a una ley inicua e inhumana. Confiamos que con los cuidados médicos necesarios la bebecita salga adelante y que la madre reciba todas las atenciones oportunas de manera digna y humana. Como Iglesia nos solidarizamos y ofrecemos nuestro apoyo a ellas, ambas víctimas de la cultura y sociedad hodierna, decadente, violenta, machista, carente de educación moral, de formación humana y de valores fundamentales humanos y cristianos.

Es urgente educar en el respeto a la vida como un don de Dios desde el primer momento de la concepción hasta la muerte natural y educar a los jóvenes en el valor humano y cristiano de la sexualidad. Es indispensable abolir la legalización del aborto inspirada en la legislación de países moralmente decadentes aunque se presenten como progresistas y que, en nuestro País, las leyes no incentiven la muerte, sino la vida.

El Espíritu dador de vida, es también el Espíritu de la unidad y de la comunión que, de los distintos pueblos y naciones, hace el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia que congrega en la confesión de una misma fe a los que el pecado había divididos en diversidad de lenguas en Babel. Allí una sola humanidad unida en un solo lenguaje y cultura, se dejó corromper por la idolatría del poder dominante y la ambición de alcanzar a Dios y terminó dividida, enemistada y dispersada por toda la tierra. Este hecho se ha repetido a lo largo de la historia de la humanidad.

También en nuestro País se van multiplicando hechos que denotan un proceso de disgregación social, entre ellos, el aumento de la violencia física, sicológica y sexual al interior y exterior de la familia, la trata organizada de personas, la división de sectores sociales y regiones, la falta de honestidad, de ética y de institucionalidad y el pulpo de la corrupción y del narcotráfico que con sus tentáculos se han extendido a instituciones del Estado. Además, parecería que ya no hay espacio para la búsqueda del bien común, el entendimiento, la racionalidad, la escucha y respeto del otro; todo se mueve por el interés particular, con prepotencia, confrontación y medición de fuerzas.

 

Este clima envenenado influye negativamente en este tiempo de campaña electoral,

donde distintos candidatos dedican sus energías en desprestigiar, calumniar y atacar a los demás candidatos en vez que presentar sus programas y debatir propuestas en el recíproco respeto.

El Espíritu Santo, que es unidad, amor y verdad, nos cuestiona a todos, gobernantes y gobernados y nos urge a una seria reflexión y examen de conciencia: ¿Adónde nos lleva todo esto y adónde queremos llegar? ¿No será el momento de dejar de mirar al otro como enemigo y de respetarlo en su dignidad de persona?

¿No será el momento de la tolerancia, de la reconciliación y de la unidad, trabajando juntos para el bien común y crear condiciones de vida digna para tantos hermanos pobres, abandonados y olvidados?

¿No será el momento de dejar las mentiras y medias verdades, de hablar la verdad y de llamar los hechos por su nombre sin rodeos engañosos y reconocer, por ejemplo, que el “aborto” nos es “interrupción del embarazo sino extinción de la vida de “un niño o una niña” por nacer y por tanto una persona humana con el derecho a vivir y no “un producto”?

¿No será el momento de dar el paso hacia Pentecostés, hacia el Espíritu de la comprensión, la solidaridad, la honestidad, la complementariedad en la diversidad  y la paz en la justicia?

Estas deberían ser las actitudes y los pasos a dar de parte de todos, si queremos construir una Bolivia en armonía y paz.  De manera particular, esta debe ser la tarea de todo cristiano imitando a la primera comunidad cristiana que, enviada por el Espíritu, se hizo misionera y salió de su encierro para anunciar a todo el mundo la alegría del Evangelio, la más profunda verdad del ser humano: que todos somos hijos muy amados de Dios, llamados a vivir en una auténtica fraternidad.

Y guiados por el Espíritu de comunión e iluminados por las palabras del A.T.: “Actúa siempre con toda justicia”, hermanos y hermanas de distintas Iglesias y Congregaciones Cristianas nos hemos unidos, en la Semana de oración por la Unidad de los Cristianos que clausuramos hoy, cumpliendo el mandato de Dios:” Que todos sean unos… para que el mundo crea” y pidiéndole que nos conceda el don de la “reconciliación”.

El Espíritu del Amor nos apremia a todas las comunidades cristianas a dar pasos concretos de comunión plena, superando incomprensiones y desconfianzas, para ser signos vivos de esperanza y unidad en nuestro mundo dividido, enfrentado, sufrido y sediento de vida y paz. Unámonos todos a estas intenciones con el estribillo que hemos cantado en el salmo responsorial para que el Resucitado envíe su Espíritu y renueve nuestro nuestras comunidades y nuestra sociedad: “Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra”. Amén