La muerte del obispo Pedro Casaldáliga ha impactado mucho. ¿Cómo un joven de un pueblo catalán, que ingresó en los Cordimarianos en tiempos de la España franquista y la Iglesia preconciliar, al ir al Brasil se convirtió en un Santo Padre de la Iglesia de los pobres?
¿De dónde sacó fuerzas para trabajar pastoralmente en Sao Felix de AraguaIa con indígenas, defender a los posseiros contra latifundistas, impulsar organizaciones cívicas y eclesiales en Brasil y América latina, criticar al Norte y decirle a Pedro que deje la curia? ¿Cómo tuvo libertad profética para maldecir las propiedades privadas que esclavizan la tierra y a los seres humanos? ¿Quién le hizo resistir las amenazas de muerte de los poderosos y las críticas de sus hermanos de báculo?
¿Cómo pudo sobrellevar la pobreza, largos viajes y las limitaciones finales del Parkinson? ¿De dónde nació su seguridad de que caminamos hacia la Esperanza con mayúscula? No fue mero planificador pastoral, sociólogo, economista o revolucionario político. ¿Cuál fue la raíz última de su vida?
Sus poesías nos ofrecen la clave, nos abren al Misterio, que es Jesús de Nazaret, versión de Dios en pequeñez humana. Para él, Jesús es su fuerza y su fracaso, su herencia y su pobreza, su muerte y su vida. Es el Jesús de Belén, de los pastores, de las bienaventuranzas, de los pobres y pequeños, asesinado por el Templo y por el Imperio, pero cuyo sepulcro vacío, anuncia la Pascua. Para Pedro, solo hay dos absolutos, Dios y el hambre; donde hay pan, allí está Dios.
A Pedro le impactaba el capítulo 21 del evangelio de Juan: la pesca en el lago Tiberíades luego del fracaso de la noche, mientras en la orilla Alguien le invita a almorzar y pregunta a Pedro si le ama:
“Jesús de Nazaret, hijo y hermano, / viviente en Dios y pan en nuestra mano,/ camino y compañero de jornada,/ Libertador total de nuestra vida/ que vienes junto al mar, con la alborada,/ las brasas y las llagas encendidas”.
Ahora Pedro yace enterrado junto al río Araguaia. Junto a la orilla, hay Alguien que le espera con los brazos abiertos para compartir el pan. El misterio de la vida de Casaldáliga se nos desvela: los pobres le enseñaron a leer el Evangelio. Gracias, Pedro, porque tu vida evangélica, hace más creíble y real nuestra fe.