La lección magistral de Jesús acerca del prójimo es la gran parábola conocida como la del buen Samaritano (Lc 10,29-37). Con ella Jesús responde a la pregunta capciosa y teórica, “¿quién es mi prójimo?”, realizada por un letrado que pretendía justificarse eludiendo toda responsabilidad acerca del mandamiento del amor al prójimo (Lv 19,18). Jesús, sin embargo, responde interpelando directamente y con ejemplos concretos, a través de la parábola del prójimo samaritano, aquel forastero que atendió con un profundo amor y con todo tipo de ayuda al desconocido y necesitado que se encontró por el camino de la vida.
En el centro del relato sobresale un verbo, que es el exponente máximo del amor protagonizado por el forastero samaritano ante el “otro” necesitado. Es el verbo “conmocionarse”, o “conmoverse”, mediante el cual se resalta la profundidad del contenido etimológico de la palabra “misericordia” (= el corazón volcado hacia el otro en situación de miseria). El término griego original es un verbo que implica un movimiento profundo, físico, interior, desde las entrañas, como cuando decimos “me da un vuelco el corazón”. Es un amor que nace de las vísceras y es apasionado. Es un amor que afecta a toda la persona y la pone en movimiento hacia la persona amada. Es un amor profundamente espiritual, puesto que pone en marcha al ser humano para que pueda atender con la fuerza del espíritu la miseria humana presente en otra persona.
Ese mismo verbo lo encontramos en la parábola del hijo pródigo, en la reacción de Jesús ante la multitud hambrienta y ante la multitud abandonada como ovejas sin pastor. Ese mismo amor es el protagonista en el corazón de Jesús, que muestra la misericordia entrañable y liberadora de Dios, curando y restableciendo a la vida y a la sociedad al leproso marginado y dando la vida al hijo de la viuda de Naín. En todos estos casos, el amor misericordioso de la conmoción profunda y total de la persona es mucho más que un mero sentimiento, efímero y pasajero.
Es un amor que genera todas las acciones necesarias para atender al otro y restituirlo a la vida y a la dignidad. Es el amor que lleva consigo la valoración y el reconocimiento del otro en cuanto tal, independientemente de su procedencia y de su identidad social, étnica, cultural o religiosa. Es el amor que acoge al otro y se compromete con él para cambiar su situación penosa y miserable, movido siempre por la esperanza inquebrantable. Pero es un amor que mueve a la acción. En la parábola del prójimo samaritano hay siete acciones de ayuda concreta (el número siete evoca la plenitud y la perfección) que pueden ser todo un ejemplo para nuestra vida: 1) se conmocionó, 2) y acercándose, 3) vendó sus heridas, 4) echando aceite y vino, 5) y, montándolo en su propia cabalgadura, 6) lo llevó a una posada 7) y cuidó de él.
Sólo nos detendremos en las primeras acciones descritas en esta serie de verbos.
“Conmocionarse” es como un superlativo de emocionarse. Éste, etimológicamente significa moverse desde dentro, y es un movimiento interior, pero pasajero, pues una emoción suele durar poco tiempo. Una conmoción, sin embargo, es un movimiento que cambia la trayectoria de la vida. Es un movimiento que complica, es decir que co-implica a toda la persona en ese movimiento, tan interior que es profundamente espiritual, pero que se verifica en un despliegue de acciones de ayuda que expresan el amor no exigible a nadie y, por tanto, gratuito. El trasfondo del término griego del Nuevo Testamento se corresponde con lo que expresa el sentido etimológico auténtico del término castellano “miseri-cordia”. Si recuperamos para la palabra misericordia la fuerza de su sentido originario, purificándola de los aderezos e interpretaciones parciales, encontramos todo su sentido profundo, es decir, el amor propio del corazón que se dedica a atender cualquier situación de miseria del ser humano. Cuando las prácticas religiosas y las manifestaciones públicas de contenido religioso sólo sirven para entretener a la gente distrayéndola de las exigencias del evangelio y no corresponden a la auténtica misericordia, la religión se desvirtúa y es pura farsa. Por todo ello la misericordia del samaritano es el ejemplo de la acción de ayuda y se traduce en múltiples obras de misericordia.
El segundo verbo de la serie es “acercarse”, es decir, aproximarse al otro. Es establecer una relación inmediata de empatía, que permite ir hasta el lugar del otro, ponerse en el lugar del otro, pero sin dejar de ser lo que uno es. Este verbo es el que nos permite identificar esta parábola como la del “prójimo” samaritano, porque prójimo no es en primera instancia el otro, sino el que se “aproxima” al necesitado. En ese camino junto al otro se está poniendo en marcha el mecanismo permanente de la ayuda, que saca a uno de su yo, se pone en el lugar del otro, comparte el camino con el otro y se compromete con el otro hasta su reconstitución como sujeto de vida digna, rescatado de la miseria en que se encontraba. Por eso la misericordia es siempre liberadora, una acción profunda, comprometida, de entrega generosa, que es puro don al otro, y que no anula al otro sino que se le acompaña para que sea persona, sujeto, libre y capacitado para gestionar su propia vida.
De esta manera, Jesús no responde a la pregunta de quién es el prójimo, sino a la de cómo uno se hace prójimo de otro. Se trata de hacer algo en favor de los maltratados de este mundo, de los dañados, de los sufrientes que encontramos a la vera de nuestro caminar, no se trata de teorizar. Se trata de ayudar a los apaleados, no de dar rodeos elucubrando. Se trata de amar con todas las consecuencias y con todo el corazón, no de vivir un culto vacío, aunque éste aparente ser muy religioso. El prójimo es todo ser humano que esté cerca del otro en situación de sufrimiento y con ello se incluye, desde el enfermo hasta el pobre, a todos los últimos de la sociedad. Y al hacerse uno próximo a los otros necesitados entonces estos otros quedan aproximados e incorporados a nuestra propia vida y a nuestra identidad, de tal manera que los podemos considerar nuestro “prójimo”, porque cuando uno se acerca al que sufre con auténtica misericordia, el que sufre se acerca a nosotros y es ya también nuestro “prójimo”, como consecuencia y resultado de la primera acción del amor del que se ha hecho próximo al otro.
Entonces ya se puede decir que el prójimo es cualquier ser humano marginado, humillado, maltratado, oprimido y explotado, cualquier persona que sufre y a la que uno se acerca, siendo esto último la condición de la relación de projimidad. Esta nueva mentalidad es la que deriva de la misericordia entrañable y compasiva de Jesús, que como tantas veces en los evangelios, va desvelando el amor de Dios en él y su concentración en los últimos de la sociedad, en los marginados y en los pobres.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura