Una de las imágenes más hermosas de la Biblia para describir la transformación de la muerte en vida, del llanto en regocijo y del sufrimiento en alegría es la imagen del banquete. Isaías lo presenta como un festín de manjares suculentos y de vinos de solera. Pero no es un banquete privado ni destinado solamente a un pueblo, es un festín preparado por Dios para todos los pueblos (Is 25,6-10a). El carácter festivo y universal es el rasgo que define la realidad de la presencia salvadora de Dios, ya anunciada por el profeta Isaías y llevada a cabo por Jesús de Nazaret a través de su mensaje y de su actuación, que se centraron sobre todo en el Reino de Dios. En los últimos domingos se están escuchando en la Iglesia diversas parábolas sobre el Reino de Dios. La de hoy (Mt 22,1-14) es la de un rey que celebraba la boda de su hijo y, por medio de sus criados, avisó reiteradamente a los convidados, pero éstos no quisieron acudir y mataron incluso a los criados. El rey aniquiló a los asesinos y destruyó su ciudad. Volvió a invitar indiscriminadamente a gentes de todas partes y la sala de bodas se llenó, pero uno que no llevaba traje de boda, fue expulsado de la misma.
Esta parábola viene también en el tercer evangelio (Lc 14,12-24), pero Mateo subraya aspectos diferentes. Mateo destaca que es una fiesta de bodas y la sitúa además en la polémica entre Jesús y los dirigentes sociales. La imagen matrimonial, de raigambre bíblica, revela la relación de Alianza de Dios con su pueblo y apunta a Jesús como novio de las bodas (cf. Mt 9,15). Resulta trágico que una boda acabe en muerte por asesinato, en aniquilación y en expulsión de invitados. Pues en esto convirtieron la fiesta las autoridades de Israel. Los poderes establecidos desprecian la invitación a participar en la boda en cuanto nueva relación de Alianza con Dios y con el prójimo. No les importa maltratar a los enviados que la anuncian ni eliminar a los profetas (Mt 23,37-39), con tal de sacar adelante sus intereses particulares o sus negocios. Pero los responsables sociales no quedarán impunes, pues no tienen derecho a tomarse la justicia por su mano ni a hacer lo que les parezca con los mensajeros del Reino de Dios y de los valores inherentes al mismo.
La llamada final de la parábola de este domingo es también una invitación universal, a todas las gentes y en todos los caminos, para buenos y malos. Pero la conclusión de la parábola también es exclusiva de Mateo y dramática. En la nueva religión y en el nuevo orden de relaciones humanas delineado por ella caben todos, pero no todo vale, esto no significa que todo sea bueno y válido en el Reino, no significa que no haya criterios de participación en el mismo, no implica la legitimación de las actitudes de indiferencia o de aprovechamiento descarado de aquello que se ofrece como un banquete. El que no va vestido con traje de boda es expulsado. Quien acepta participar en la boda debe ir adecuadamente vestido, con el traje de fiesta del Evangelio. Éste constituye la tarjeta de invitación indispensable para la boda. Sólo quienes viven de verdad el Evangelio por su amor al prójimo y mediante una fe perseverante y activa, independientemente de su procedencia, de su origen étnico, de su nacionalidad, región o rango social tienen acceso a la boda del Hijo en el Reino de Dios.
Al final la expulsión del banquete evoca el carácter escatológico del juicio. Así como la fiesta de bodas es el símbolo del Reino de Dios cuyo culmen es la boda del Hijo, signo de la comunión de Dios con su pueblo y del Amor consumado por Cristo en la Cruz, las tinieblas corresponden al ámbito de un juicio condenatorio, del cual el Evangelio es ya una sentencia definitiva y anticipada.
La parábola, por tanto, además de ser una nueva denuncia de los responsables y dirigentes del pueblo de Israel -los primeros convidados que no quisieron aceptar la invitación-, contiene una advertencia para todos los cristianos: no se puede jugar con dos barajas. No se puede pretender formar parte del Reino de Dios y conservar el modo de pensar del mundo este; no se puede decir que Dios es nuestro Padre sin trabajar para organizar el mundo de tal modo que los hombres podamos vivir como hermanos. Ése es el traje de fiesta que se nos exige: no un traje que nos separe a unos de otros, sino un traje que nos iguala como hijos y como hermanos en la fiesta del Padre.
Jesús se enfrenta a las autoridades de su tiempo con un talante profético y con un mensaje crítico tan contundente que le hicieron merecedor de las insidias y maquinaciones de los caciques sacerdotales y de los fariseos de Jerusalén, los cuales acabaron tramando el complot conducente a su injusta condenación y posterior ejecución en la cruz. Ante las múltiples situaciones dramáticas de nuestro mundo, patentes en la gran crisis sistémica que ha atrapado al mundo globalizado, que permite la explotación, exclusión y aniquilación de los más pobres de la tierra y de los profetas que la desenmascaran, ante la tragedia constante de los miles de muertos diarios por el hambre de pan en el planeta y el aumento creciente de los empobrecidos, los cristianos hemos de anunciar que Dios sigue queriendo realizar el banquete de bodas de su Hijo y transformar la muerte en vida, el llanto en regocijo y el sufrimiento en alegría. Sólo necesitamos aceptar la invitación a la boda que el Evangelio nos brinda y cambiar de traje, de vida, de mentalidad y de conducta.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura