La cuaresma es el camino hacia la Pascua, hacia la renovación de la fe cristiana en la confesión de que Jesús, el crucificado resucitado, es el Señor. El Señor que liberó a su pueblo de la opresión es quien nos libera del dominio del diablo, del pecado y de la muerte. Empezar la cuaresma es acoger la llamada a la conversión que Jesús nos hace, escuchar el mensaje del Evangelio y la propuesta de incorporarnos plenamente en la dinámica del Reino de Dios, revisando nuestras actitudes, nuestras conductas y nuestro estilo de vida, asumiendo con Jesús y como Jesús el camino hacia la pascua. Es un camino de pruebas, de dificultades y, a veces, de conflictos por causa de la fidelidad, a través del cual se puede ir configurando en cada uno de nosotros una criatura nueva, impulsada por el Espíritu de Dios en la identificación con Jesús. Éste, con su muerte por fidelidad a la voluntad del Padre, ha conseguido la gracia y la amnistía para el género humano, el perdón de Dios y la rehabilitación del hombre pecador, y quiere llevar a cabo la transformación del corazón humano con su entrega por amor en el sacrificio redentor de la cruz.
Al recibir la señal de la cruz con la ceniza se nos dice la segunda parte de un versículo clave del evangelio de Marcos: “Se ha cumplido el plazo y se ha acercado el Reino de Dios; conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). El anuncio del Reino, como don de Dios, es una realidad viva y dinámica, que nada ni nadie puede detener. Su definitiva proximidad es una propuesta abierta y universal para que la humanidad participe en la salvación que Dios le ofrece. El Reino de Dios se manifiesta en la actividad liberadora de Jesús en favor de los oprimidos y excluidos, de los enfermos y marginados. La autoridad de Jesús puesta al servicio del hombre anula el poder de los dirigentes políticos y religiosos. Jesús presta su atención al ser humano necesitado por encima de toda ley. La llamada a la conversión conlleva principalmente un cambio de mentalidad, una visión nueva de la vida, del hombre y de la sociedad. Creer en el evangelio como Buena Noticia implica un cambio de modo de pensar. La invitación que el evangelio hace en este texto no es sólo a creer en Dios, sino a creer que la persona de Jesús, su mensaje y su obra de liberación, su misión profética conflictiva y su destino de muerte violenta e injusta en la cruz constituyen paradójicamente
Pero el paso decisivo para convertirse en verdadero discípulo de Jesús y participar de su Reino, no será otro que reconocer en él al Hijo de Dios, cuando, como el centurión (Mc 15,39) contemplemos su muerte en la cruz. Sólo con esta reorientación de la mirada y de la perspectiva hacia Jesús en la cruz y, con él, hacia todas las víctimas de la injusticia y hacia todos los que sufren en este mundo se producirá en nosotros la auténtica conversión que pide el Evangelio y que nos lleva a la resurrección y a la vida.
El mensaje bíblico del primer domingo de cuaresma presenta a Jesús en su confrontación directa con el mal de este mundo, cuya representación personificada es el diablo. Experimentar la tentación es un hecho de la vida humana por el que Jesús también pasó. En el ámbito religioso la gran tentación consiste en servirse de Dios en vez de servir a Dios. Y esa tentación se presenta de muchas maneras. Las tentaciones de Jesús más conocidas, las desarrolladas en los evangelios de Mateo y Lucas, provocan a Jesús confrontándolo con el diablo en la concepción de la religión. Al rechazar aquellas tentaciones Jesús rechaza la concepción de una religión milagrera (la transformación de las piedras en pan), la de una religión asentada en el poder (subir al monte del poder) y la de una religión convertida en espectáculo (saltar desde el alero del templo). Todas ellas fueron rechazadas por Jesús. Cuando los evangelistas hablan del diablo como protagonista de estas tentaciones, están utilizando un lenguaje simbólico y sencillo para expresar realidades muy profundas de la vida humana. En Marcos, sin embargo, sólo se constata el hecho de que Jesús experimentó la tentación (Mc 1,13). La tentación a la que Jesús es sometido manifiesta las tentaciones reales de la vida de una persona extraordinaria. El diablo es la imagen del adversario por antonomasia del plan de Dios sobre la humanidad. Lo que está en juego en la confrontación de Jesús con el diablo es el concepto de Dios, la comprensión de la misión que Jesús asume como Mesías y, en definitiva, la concepción de la religión.
En el evangelio de Marcos los que realmente tientan a Jesús y lo ponen a prueba más adelante son los fariseos, e incluso el mismo Pedro. La primera tentación en Marcos es la petición caprichosa de una demostración del poder taumatúrgico de Jesús solicitada por los fariseos (Mc 8,11). Los fariseos no querían dar crédito a los milagros realizados hasta ahora por Jesús. Éste no hacía los milagros para realzar su poder ni en beneficio propio sino para atender a las necesidades primarias de la gente, hambrienta, enferma y leprosa, manifestando a través de ellos la ruptura con todo tipo de barreras de exclusión de los marginados así como el alcance universal de su salvación al traspasar las fronteras étnicas y religiosas entre judíos y gentiles. Pero Jesús se negó a hacer más señales de las ya hechas. Esta doble tentación es también una de las grandes tentaciones humanas, especialmente en los que ejercen el poder.
La otra prueba puesta por los fariseos fue la cuestión de la igualdad del hombre y de la mujer. En Mc 10,2, mediante la indisolubilidad del matrimonio, Jesús trata de defender, entre otras cosas, a la mujer indefensa ante la frecuente arbitrariedad del marido que la podía despedir por cualquier motivo, abandonarla y dejarla en condiciones muy precarias de vida. Jesús no entró en el juego de la injusticia institucionalizada. ¿No es ésta otra de las grandes tentaciones de los varones en las sociedades que marginan, postergan y maltratan a la mujer? ¿Cuántas mujeres han cargado con sus hijos, abandonadas por el padre de los mismos? En el plan de Dios sobre una humanidad no cabe ninguna legitimación de discriminación de la mujer, sino la llamada a vivir en el amor de la entrega generosa entre hombre y mujer, en condiciones de igualdad y de reciprocidad.
En la tercera (Mc 12,15), ante la imagen del César en una moneda, Jesús recrimina al poder religioso de los fariseos y al poder político del emperador la opresión que unos y otros ejercen sobre el pueblo. Jesús desenmascara así los dos tipos de opresión ejercida sobre el pueblo de Dios, la política y la religiosa. Tampoco aquí cayó Jesús en la tentación de tomar partido por unos o por otros, pues ambos tiranizaban a la gente. Lo que hay que hacer, según Jesús, es devolver a Dios lo que es de Dios. Con ello quería decir Jesús que las gentes del pueblo no pertenecen a ningún poder político, ni a ningún sistema económico, sino a Dios y sólo a Dios. Por eso lo que hay que devolver a Dios es lo que los poderes públicos indebidamente se han apropiado, es decir, la dignidad y la libertad de las personas. Lo que Dios quiere es la libertad para su gente. La opresión política puede tener muchos rostros, enmascarados por ideologías y por sistemas económicos. Cuando una ideología atenta contra los derechos humanos individuales y quiere legitimarse como actuación habitual en nombre del Estado, o en nombre de los “mercados” económicos esa ideología es opresora y diabólica. Caer en esta tentación es un grave peligro hoy. Pero Jesús puso las cosas en su sitio.
Por último, el evangelio cuenta cómo Pedro, el apóstol, es llamado Satanás por Jesús (Mc 8,33). Y es que la tentación más real es no querer asumir el conflicto que implica la predicación del Reinado de Dios con todas sus consecuencias. Los poderes religiosos, políticos y económicos quedan cuestionados por la autoridad moral de Jesús, que se enfrenta abiertamente al templo, que corrige la concepción mesiánica centrada en el poder y que rompe todos los esquemas sociales al anteponer al ser humano que sufre por encima de toda ley. Ser coherente con las exigencias de solidaridad, de misericordia y de servicio a los que sufren y permanecer fiel en el trabajo por el Reino de Dios y su justicia lleva consigo estar dispuesto a aceptar la cruz de cada día, a asumir, con firmeza y esperanza, el conflicto con las fuerzas antagónicas del Reino. Cuando Pedro no quiere oír hablar de esto e increpa a Jesús, éste lo llama Satanás.
Podríamos añadir todavía una última tentación en nuestro tiempo. La tentación del miedo por sentirnos derrotados ante la magnitud de los problemas sociales, nacionales e internacionales que nos acosan y abruman. Ante esta tentación es fundamental mirar a Jesús, que abre un camino de esperanza para la humanidad y nos muestra nuestras capacidades para sobreponernos a toda adversidad y a toda fuerza diabólica de nuestro mundo. Y la esperanza cristiana no defrauda nunca, pues está anclada en el amor manifestado por Cristo en la cruz, donde el ser humano se encuentra verdaderamente con Dios en su Hijo.
Señor Jesús ¡No nos dejes caer en la tentación! Sabemos que tu victoria sobre toda tentación te llevó a la cruz. Pero esta cruz es la palabra más potente de Dios en el mundo, como expresión del amor más fiel, que no acaba en la muerte, sino en la vida del Resucitado, y por eso el crucificado es anuncio de gracia y de vida nueva en el amor. Hacia esa Pascua nos encaminamos ya desde el comienzo de la cuaresma.
José Cervantes Gabarrón es sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura.