Los textos bíblicos de este domingo en la Iglesia, tanto el del libro de Job (Job 7,1-7) como el del evangelio de Marcos (Mc 1,29-39), relatan situaciones humanas de sufrimiento ocasionado por desgracias y enfermedades que son exponentes del mundo del dolor. En el encuentro de Jesús con la suegra de Pedro, víctima de la enfermedad, se percibe el impulso decisivo de las manos de Jesús que, como a la suegra de Pedro, puede levantar la salvación, el ánimo y la esperanza en cualquier persona. La intervención de los discípulos como mediadores de ese encuentro es decisiva.
Entre las expresiones bíblicas Job llega a decir una de las más terribles en la desesperación humana: ¡Muera el día en que nací! Job habla así cuando, caído en desgracia, desprovisto de todos sus bienes, habiendo perdido a sus hijos, y desahuciado por sus múltiples llagas, empieza a hablar ante sus amigos Elifaz, Bildad, y Sofar en el libro bíblico que lleva su nombre. El libro de Job, del cual hoy se lee un fragmento en las iglesias, es un drama literario genial y fascinante, donde la pasión del protagonista se revela en su palabra atrevida y desafiante, rebelde y desesperada, interpelante y misteriosa. Job es sobre todo la figura del sufrimiento del inocente y el paradigma de la humanidad doliente y rebelde que se interroga sobre su destino. Job es inocente, como inocente es también la mayor parte de personas que hoy en el mundo, en virtud de su estado de salud, podría maldecir el día en que vieron la luz. Porque Job es el enfermo, en coma irreversible, o con parálisis cerebral, el de cáncer, el de sida o de cualquier mal todavía incontrolable por la medicina. Pero aún más inocentes son, si cabe, las víctimas de los males sociales que abruman a la humanidad. Job es también el pobre y el desheredado de la tierra. Job es el marginado, el inmigrante forzoso y el transeúnte. Job es el que está en paro laboral en este mundo en crisis económica. Pero sobre todo Job son los miles de niños y niñas que mueren cada día por causa de su pobreza inocente. Job es todo ser humano postrado y sufriente.
Siguiendo el Evangelio de hoy (Mc 1,29-39) a Jesús se le informa de la situación de postración de una mujer enferma. En ella puede verse la humanidad doliente, pasiva y acosada por el mal. Al comienzo del Evangelio no es todavía el momento para que Jesús de su visión total del problema del sufrimiento inocente planteado por Job, pero Jesús actúa frente al mal haciendo posible el cambio de situación de la mujer. Es de destacar en este Evangelio la tarea mediadora de los discípulos que posibilitan el encuentro de la mujer enferma con Jesús. Los discípulos se convierten en mediadores de la vida. Por la causa del Evangelio, como el apóstol Pablo, los cristianos estamos llamados a hacernos débiles con los débiles, para ponerlos en contacto con Jesús, el cual es, siempre y en toda circunstancia, vida para la humanidad postrada.
En esta situación crítica y de miedo del mundo en que vivimos hacen falta mediadores, discípulos y discípulas de Jesús, capaces de establecer la relación entre las situaciones de sufrimiento del ser humano y la persona de Jesús, capaz de sacarlo adelante siempre. Hacen falta líderes honrados y comprometidos con los pobres, hambrientos y necesitados, intelectuales lúcidos que den a conocer la verdad de los acontecimientos del mundo con sus últimas consecuencias, profetas que tengan la audacia de contar la verdad y avivar la esperanza, misioneros y misioneras entregados a la causa del Reino y su justicia, que propicien el encuentro de la humanidad sufriente con Jesús, el Señor.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura