De la serie: “A ti, joven campesino”
Pero también es la historia mil veces repetida en el mundo adulto. La insatisfacción, la crítica, la contrariedad, el desprecio, acampan en terrenos movedizos que hacen tambalear tantas historias que, en principio, tuvieron la oportunidad de ser diálogo…”
…Y así nunca te equivocarás.
Estoy acostumbrado -si es que eso es posible- a escuchar, amiguito del hogar-internado, tus quejas por lo que otros compañeros de tu entorno dicen o hacen:
– Es que Fulano es un mentiroso, me tiene envidia y le encanta hacer “chismes” de lo que le comparto… Hasta creo que me ha alzado unas monedas que guardaba en mi ropero. El tipo decepciona, padrecito, decepciona.
Y los educadores, pacientemente, escuchamos. Intentamos calmarte, entenderte y aconsejarte. Y al final terminamos con la impresión de que nuestras palabras caen en saco roto, como se dice. Es suficiente escudriñar tu rostro, tu actitud, para percatarnos de que tu molestia no desaparece fácilmente.
Se trata de la historia mil veces repetida, no solo contigo, sino con tantos adolescentes y jóvenes que, por otros motivos y con otras palabras, manifiestan repulsión y desencanto hacia colegas, cuates e incluso amigos y familiares.
Pero también es la historia mil veces repetida en el mundo adulto. La insatisfacción, la crítica, la contrariedad, el desprecio, acampan en terrenos movedizos que hacen tambalear tantas historias que, en principio, tuvieron la oportunidad de ser diálogo, encuentro, trabajo en común y aceptación mutua y que terminaron naufragando penosamente, estrepitosamente.
No sé, me parece que veo por la calle demasiados semblantes crispados, nerviosos, cerrados a un saludo cordial y a una sonrisa. Quizá ocupados todos en nuestros problemas, atentos a las últimas noticias políticas que no son fáciles de digerir, pendientes de guardar esas medidas de bioseguridad que nos liberen del contagio actual, estresados por la escasa economía familiar que tumbó tantas ilusiones… Espero que mis lectores me tilden de exagerado. Y tú también, changuito.
Lo que pasa es que nuestra condición humana, nuestro libre albedrío regalado por Dios en los albores de los siglos, nuestra realidad a veces navegando contra corriente, nos hace ser lo que somos. Y “cualquier tiempo pasado no fue mejor”, corrigiendo la copla del poeta Jorge Manrique. Por cierto, chaval, te recuerdo que es genial leer poesía… Bien sabes: los libros son buenos amigos.
Escribiendo sobre libros, quisiera recordar el título de uno que leí hace años. El autor se empeñaba en explicar al lector cómo tenía que bendecir. Sí, bendecir a las personas cuando voy por la calle, cuando subo al micro, cuando entro en casa. Bendecir los pequeños y grandes acontecimientos de cada día. Bendecir al enfermo, a la mamá gestante, al niño de la calle, al abuelito. Bendecir siempre.
Bendecir es invocar, suplicar, en favor de alguien, la ayuda del cielo, la gracia de lo alto, el amor de Papá-Dios
Ya que eres amigo de definiciones, seguro que te estarás preguntando qué es bendecir. Y estarás recordando las bendiciones que insistentemente me pedíais los chicos al acostaros, en los tiempos del internado antes de la pandemia. Era la pequeña cruz que marcaba en vuestra frente, a la que correspondíais con el mismo gesto en mi frente, como alguna vez apunté en esta columna.
Bendecir es invocar, suplicar, en favor de alguien, la ayuda del cielo, la gracia de lo alto, el amor de Papá-Dios. Es desear el bien, la prosperidad, al otro. Incluso, es ensalzar a esa persona. Decirle que “eres importante para mí”. Engrandecerle.
Bendecir es derrochar un bálsamo de amistad, de comprensión, de perdón, en medio de la batalla diaria de tiranteces, preocupaciones, estrés, ansiedad. ¡Tantos diablillos que nos rodean!
Así que ya sabes, querido amigo. Bendice. Sin miedo. No solo es cosa de padrecitos. Todos debemos bendecirnos unos a otros. Si tienes y vives esa bondad natural, ¡nunca te equivocarás!
Serás siempre una bendición. Hasta otra.
(P. Pedro es Comunicador Pastoral)
[Imagen: http://misreflexionessobrelabiblia.blogspot.com/]