Dentro del calendario litúrgico de la Iglesia Católica el ciclo de Navidad se inicia con tiempo del adviento y tiene su culmen el 25 de diciembre, fiesta del nacimiento de Jesús, y se cierra en la primera quincena de enero con la fiesta de su bautismo. Llama la atención que Jesús no fue bautizado siendo niño, como hoy es lo normal, sino siendo ya adulto con más de treinta años. Algunos piensan que habría sido mejor alargar el ciclo de Navidad hasta la fiesta de la presentación del Niño Jesús el 2 de febrero a los 40 días del nacimiento.
La Iglesia ha elegido el bautismo de Jesús para cerrar el ciclo navideño, porque esa fiesta, juntamente con la adoración de los sabios magos a Jesús y con la transformación del agua en vino en las bodas de Caná, forman parte de la “epifanía” de Jesús o sea su manifestación pública como Hijo de Dios. Jesús no sólo era un ser humano, a primera vista similar a cualquiera de nosotros, sino que al mismo tiempo era divino y Dios quiso que en determinados momentos se manifestase la divinidad de su Hijo.
El bautismo que recibió Jesús fue básicamente el que su pariente Juan el Bautista administraba a los penitentes que se le lo pedían. Se trataba de un baño de conversión. Para ello cada penitente se acercaba a Juan y declaraba en voz alta sus faltas y luego entraba en la orilla del río Jordán. Allí el Bautista lo agarraba de la cabeza y lo sumergía de espaldas en el agua. Después de unos instantes lo levantaba de nuevo indicando que había quedado limpio de sus pecados e iniciaba una vida nueva. Con distintas modalidades estos baños sagrados eran y siguen siendo frecuentes en diversas religiones, entre ellas el hinduismo.
La predicación de Juan el Bautista tuvo un gran impacto porque anunciaba con palabras y gestos amenazantes la inminente llegada del Mesías para castigar con el fuego eterno a los prevaricadores de la Ley del Señor. Muchas personas de Jerusalén y de otras partes venían para ser lavadas de los pecados.
En el Evangelio a los Hebreos, documento hoy perdido pero conservado en algunos fragmentos, San Jerónimo, narra cómo la noticia del bautismo predicado por Juan llegó al pueblito de Nazaret. “La madre del Señor y los (primos) hermanos le decían a Jesús: Juan el Bautista bautiza en remisión de los pecados; vayamos (también nosotros) y seamos bautizados por Él. Pero Jesús les dijo: “¿Qué pecados he cometido yo para que tenga que ir y ser bautizado?”.
A pesar de esta respuesta negativa Jesús obedeció a María, comprendiendo que ella le transmitía el mensaje de Dios Padre. Fue al río Jordán, poniéndose en la cola como un pecador más para recibir el baño de conversión, pero al mismo tiempo dispuesto a cargar los pecados de su pueblo. Juan, iluminado por Dios, le reconoció y se negó a bautizarle. Pero Jesús le insistió “Déjame que cumplamos con toda justicia” (Mt 3, 15). Ante esa orden Juan le sumergió en las aguas purificadoras.
El Evangelio a los Hebreos describe ese momento: “Y sucedió que, cuando hubo subido el Señor del agua, descendió toda la fuente de la Rúaj Santa, descansó sobre Él, y le dijo: “Hijo mío, a través de todos los profetas te estaba esperando para que vinieras y pudiera descansar en ti. Pues tú eres mi descanso, mi Hijo primogénito, que reinas por siempre”.
En el Evangelio de Juan se relata la visión de Juan Bautista: “He visto a la Rúaj (Espíritu) que bajaba del cielo como una paloma y se quedaba sobre Él”. Antes Juan había recibido una revelación de quien le envió a bautizar: “Aquél sobre quien veas que baja la Rúaj y se queda sobre él, ese es el que bautiza en Rúaj Santa. Yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios” (Jn 1, 33-34). “Éste es mi hijo, el Amado, en el que me complazco” (Mc 1, 11, par.).
Por eso el bautismo de Jesús fue una verdadera epifanía que manifestó la filiación divina de Jesús, quien no era simplemente el hijo de la Virgen María, sino también el Hijo de Dios, generado por el Padre a través de la Rúaj Santa desde toda la eternidad. Con ello también se muestra la identidad maternal de la Rúaj divina. Pocos días después Jesús del bautismo Jesús trató de explicar este misterio al magistrado judío Nicodemo: “El que no nazca de agua y de Rúaj no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3, 5). Ante la incapacidad de Nicodemo de comprenderle, Jesús optó por un silencio pedagógico que mantuvo durante su predicación pública.
El prólogo del Evangelio de Juan afirma que a quienes recibieron a Jesús y creen en su nombre, se les ha dado el poder de ser hijos de Dios, “que no son engendrados ni de sangre, ni de deseos de carne, ni de hombre, sino que nacieron de Dios (Jn 1, 12-13). Por eso los cristianos recibimos el Bautismo que juntamente con la Confirmación constituyen el sacramento de la iniciación cristiana. A través de la unción de la Rúaj Santa renacemos con Jesús y entramos a formar parte de su Iglesia y de la Familia Divina Trinitaria.
Al mismo tiempo estamos destinados también a sembrar la fraternidad universal no sólo con los creyentes en Jesús sino también con toda la familia humana como fundamento y camino de la verdadera paz, tal como el Papa Francisco viene proponiendo en sus mensajes para la Jornada Mundial para la Paz.