Hermanas y hermanos en el Señor Jesús, hemos recorrido ya diez días del camino cuaresmal hacia la Pascua, siguiendo los pasos de Jesús, nuestro guía. Hoy el evangelio nos presenta el momento decisivo de la Transfiguración del Señor en el monte Tabor, cuando Jesús está por iniciar su camino a Jerusalén, el camino hacia su muerte y resurrección, hecho que Jesús había preanunciado a sus apóstoles 8 días antes.
Jesús sube a la montaña, su lugar preferido para hacer oración, dialogar, tener un encuentro íntimo con el Padre y compenetrarse de su voluntad acerca del paso decisivo que está por cumplir. Jesús lleva consigo a Pedro, Juan y Santiago, los apóstoles testigos de los momentos más importantes de la vida pública de Jesús: ellos serán también llamados a acompañarlo más de cerca en la oración del Getsemaní la noche de su pasión.
“Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes”. La luz, el rostro luminoso y las vestiduras blancas son la contraseña del mundo divino y los signos de victoria y de gozo.
A lado de Jesús se aparecen Moisés y Elías dialogando con él, símbolos respectivamente de la ley y de los profetas de la antigua alianza, el A.T.Moisés, es aquel que ha llevado a buen fin la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto y le ha entregado el decálogo de Dios. Elías, defendió con valentía la fe en el Dios verdadero e inició el renacimiento espiritual del pueblo. Con él comienza inicia una larga cadena de profetas, portavoces de Dios, para que nunca faltara su palabra en la vida de la comunidad.
La presencia de estos dos grandes testigos significa que Jesús es ahora el nuevo Moisés y Elías, la plenitud del don de Dios que instaurará la nueva Alianza y encabezará el nuevo y definitivo éxodo, la liberación del pecado y la muerte, con la entrega de su vida en la cruz.
Ante esta escena maravillosa Pedro, como en un intento de anticipar y atrapar a la gloria de Jesús, le hace un pedido: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. A pesar de que Pedro tiene el privilegio de la visión anticipada de Jesús resucitado, sin embargo no lo comprende: “Pedro no sabía que decir”. La reacción de Pedro es ciertamente fruto del asombro ante la manifestación divina, pero también de su incapacidad de entender el misterio de Dios. A pesar de haber pasado mucho tiempo con Jesús, su mirada se había quedado sólo en las apariencias humanas del maestro, y todavía no había logrado abrirse a su dimensión divina.
Esta dificultad de Pedro, nos hace comprender que para descubrir el sentido de la presencia y de tantas manifestaciones de Dios en nuestra vida, hace falta purificar nuestra mirada interior, hace falta mirar con los ojos de la fe.
De pronto una nube los envuelve a todos, signo de la presencia misteriosa e íntima de Dios, el artífice de todo lo que está pasando. Desde la nube sale una voz: “Este es mi hijo muy querido, escúchenlo”. La palabra del cielo “este es mi hijo” es el mensaje central de la transfiguración. Dios mismo da testimonio de que Jesús es su hijo, el testimonio decisivo que es mucho más convincente que la misma experiencia de los discípulos.
Estas palabras de Dios Padre confirman también que el camino de Jesús hacia la pasión dolorosa y muerte, no es una sumisión pasiva a los azares de la historia, tampoco es el fracaso de un proyecto, sino la revelación de su verdadera identidad. Jesús es el Hijo muy amado, el Hijo fiel que tiene una relación única con el Padre y que testimonia su amor y su plena libertad.
En estepreciso momento de la gran revelación del Padre, desaparecen los dos testigos del A.T. y queda Jesús “solo” con los tres discípulos, porque Él es el cumplimiento de la promesa, ya no hacen falta los testigos del A.T. Jesús está solo también a indicar que a él solo le toca cumplir la misión encomendada por el Padre, ir a Jerusalén al encuentro de su pasión, muerte y resurrección, es su hora.
La misma voz ahora indica a los tres discípulos cual es su tarea: ”Escúchenlo”. Dios no les pide hacer tres tiendas, tampoco que se queden mirando, sino que tienen que dar su adhesión total y comprometida a Jesús. Ahora, que han vivido la experiencia adelantada de la glorificación de Jesús y escuchado la voz del Padre, están en condición de conocer la verdadera identidad de Jesús y la necesidad de que él pase por la cruz: “Les enseñaba que el hijo del hombre debía sufrir mucho…ser condenado a muerte y resucitar el tercer día”.
Escúchenlo: escuchar es más que oír, es abrir nuestra mente y corazón a Jesús, es conformar nuestra vida a su vida, es prestar la obediencia de la fe a Jesús, y sólo a él, no a otras voces, ni a otros dioses. Escucharlo es estar dispuestos a seguir sus pasos, a recorrer el único camino que lleva a la gloria: el camino de la cruz. “Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”.
La transfiguración nos enseña también que no son los milagros ni las experiencias espectaculares y misteriosas que nos sostienen en el itinerario de nuestra vivencia cristiana, sino nuestra fe en Jesucristo y en su Evangelio. No podemos pensar como Pedro de quedarnos contemplando la experiencia maravillosa en el Tabor, hay que bajar del monte, meternos en la vida cotidiana y continuar con Jesús en el camino hacia Jerusalén para consumar la misión.
La cuaresma es el tiempo oportuno para dar ese paso, para vivir la experiencia de la transfiguración y tener una mirada de fe hacia todo lo que pasa en nuestra vida. Al respecto, la primera lectura nos presenta a Abrahán como un claro ejemplo de fe plena, como el hombre justo que no se niega de donar a Dios su bien más querido, su único hijo, su esperanza y razón de vida. Dios, que no quiere sacrificios humanos, ante la fe y la generosidad de Abrahán, lo colma de sus bendiciones y lo constituye padre del pueblo de Israel.
Creer es confiar plenamente en el acto supremo de amor de Dios que no escatimó en “entregar a su hijo por todos nosotros”. Creer es confiar que Él nos ayuda y sostiene en las dificultades del camino de la cruz y tener la viva esperanza de compartir la gloria de la resurrección. Es lo que expresa San Pablo al animar a los cristianos de Roma para que pongan toda su confianza Dios: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? No nos concederá con su Hijo toda clase de favores?”.
Antes de terminar, quiero invitar a todos a solidarizarnos con las víctimas de las inundaciones que azotan diversas regiones en particular Pando y Beni, sumiendo tantos hermanos en el dolor y la miseria. Aportemos con generosidad para aliviar su situación y abrir horizontes de esperanza para esos hermanos. Qué las autoridades pongan en acto todas las medidas necesarias para intervenir en esta coyuntura, pero sobre todo, que implementen soluciones definitivas a fin de que no se repitan esas desgracias.
La palabra de Dios de este 2do domingo de cuaresma nos ha animado a seguir a Jesús en el camino a la Pascua con entusiasmo y confianza. Expresemos nuestra adhesión sincera a esta invitación haciendo nuestro el estribillo del Salmo: “Caminaré en presencia del Señor”. Amén