A pesar de los fuertes vientos y la baja temperatura, el atrio de la Catedral se llenó de fieles para iniciar la Semana Santa con la celebración del Domingo de Ramos que fue presidida por Monseñor Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz.
En el inicio de la Semana Santa el Arzobispo de Santa Cruz exhortó a la población a “salir de nuestro egoísmo -y- solidarizarnos con los crucificados de este mundo”:
“Caminar a la manera de Jesús, con espíritu de servicio y humildad y con entrega generosa, saliendo de nuestro egoísmo, dispuestos a solidarizarnos con los crucificados de este mundo”, con tantos hermanos víctimas inocentes de las estructuras injustas de la sociedad, de tantos hermanos sumidos en la pobreza, de tantos hermanos que viven en el abandono, en el dolor y en la enfermedad”.
El prelado explicó que en el domingo de ramos “Jesús efectivamente se presenta como Rey, pero un rey sin ejército, un rey humilde y sencillo, el rey de los pobres y de la paz. Jesús no recurre al poderío de las armas ni de las riquezas para instaurar el reinado de Dios, ni se pone a la cabeza de insurgentes” indicó.
Destacó el sentido revolucionario del reinado de Jesús que con su entrada “Pone en jaque a las estructuras de poder, al orden injusto y corrupto, porque el viene para acabar con la opresión, para liberarnos de toda clase de cadenas, personales y sociales” sin embargo, aclaró que la revolución de Jesús es diferente –ya que- su poder radica en el amor, en la entrega y el servicio”.
Invitó a que en esta Semana Santa que comienza “Contemplemos este supremo misterio del amor clavado en la cruz, que nos ha iluminado con la esperanza y hecho partícipes de su vida”.
Finalmente, se hizo eco de la exhortación realizada por el Papa Francisco este mismo domingo de ramos (Jornada Mundial de la Juventud) a los jóvenes de todo el mundo a quienes pidió “tener el valor de ser felices”, Monseñor añadió que “El seguir a Jesús es lo único que da sentido a nuestra vida, que nos lleva a la verdadera felicidad” y agregó:
“Jóvenes y todos nosotros acojamos la invitación de Jesús, seamos bienaventurados y felices recorriendo junto a Él el camino del amor, el camino que pasa por la cruz, el único que lleva a la vida eterna. Amén”
HOMILÍA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI, ARZOBISPO DE SANTA CRUZ.
DOMINGO DE RAMOS O DE PASIÓN
Hemos iniciado la Semana Santa en este Domingo de Ramos que es también el Domingo de Pasión, porque ya en este día se perfila la cruz, como indicado en la liturgia de la Palabra. El Evangelio proclamado antes de la procesión con las palmas, nos ha presentado la entrada festiva de Jesús en Jerusalén, mientras que, hace un instante, hemos escuchado la proclamación de la Pasión y muerte en la cruz.
Jesús llega al monte de los Olivos, al frente de la ciudad de Jerusalén, después de una larga subida, acompañado por sus discípulos y muchos peregrinos que iban a la ciudad santa por las fiestas de la Pascua judía. Había mucho entusiasmo y expectativas en ellos acerca de su persona, cautivados por su predicación y sus prodigios: “¿Será Jesús el nuevo David, el que va reinstaurar su reino?”
Jesús prepara detenidamente su entrada, manda a sus discípulos por delante de él con las instrucciones de procurar prestado un pollino, una cría de asna, que nadie todavía ha montado. Los discípulos ponen sus mantos sobre el animal y la gente extiende las túnicas sobre el camino alabando a Dios: “¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor!” Toda esta escena para nosotros hoy parece sin mucha importancia, pero los judíos reconocen en estos detalles los signos característicos del Mesías que esperaban, como anunciado por el profeta Zacarías: “Mira a tu rey, que viene a ti humilde, montando en un pollino”.
Jesús efectivamente se presenta como Rey, pero un rey sin ejército, un rey humilde y sencillo, el rey de los pobres y de la paz. Jesús no recurre al poderío de las armas ni de las riquezas para instaurar el reinado de Dios, ni se pone a la cabeza de insurgentes. Su poder es diferente, radica en el amor, en la entrega y el servicio.
La actitud de Jesús, es muy del poder del mundo. Este poderío con frecuencia se organiza en sistemas, ideológicos o políticos que, concentrados en pocas manos, buscan su interés exclusivo, oprimen a los más débiles, someten a la justicia, tergiversan la verdad y recurren al engaño, y constituyen redes de complicidad y corrupción. Un poder que además pretende perpetuarse recurriendo al uso de la fuerza e incluso a la violencia.
La actuación de Jesús es una contestación radical a este poder del mundo, como nos dice San Pablo en la carta a los cristianos de Filipos: “Jesucristo que era de condición divina… se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor… se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte de cruz.” Con esta actitud humilde, Jesús deja bien claro que su poder es cumplir la voluntad del Padre, y que en toda su vida, sólo se ha dedicado a hacer presente el plan de Dios en nuestra historia, un plan que nos quiere cautivar con su amor, el único poder que salva.
Por amor se hace siervo del Señor, como anunciado por el profeta Isaías (1° lectura). Él es el discípulo fiel que cada mañana abre su oído para escuchar a la palabra de Dios, es el siervo que ofrece libremente su espalda a los que lo golpean y su rostro a los que le escupen. Esta actitud es fruto de su fidelidad a la voluntad del Padre y al mismo tiempo signo de la profunda solidaridad con nuestra suerte de pecadores: “para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento”.
No todos los que asisten a la entrada de Jesús en la ciudad comparten la alegría de los discípulos y peregrinos, tampoco aclaman al Señor. Son las autoridades civiles y religiosas, los grupos de poder que murmuran y le recriminan:” Maestro, reprende a tus discípulos”. También la ciudad entera “se conmovió”, mejor dicho se convulsiona, tiembla ante Jesús. Su entrada pone en jaque a sus estructuras de poder, al orden injusto y corrupto, porque el viene para acabar con la opresión, para liberarnos de toda clase de cadenas, personales y sociales.
Esas reacciones son el signo premonitor de que la subida de Jesús a Jerusalén, no ha terminado. La subida que culmina y encuentra su grado más alto en la cruz, cuando, a los cinco días, esos mismos grupos de poder hostigarán a la turba enardecida a gritar: ”¡Crucifícalo, Crucifícalo!”
Jesús, desde el inicio de su viaje a la ciudad santa, está bien consciente de lo que las autoridades están tramando en contra suya, y en tres oportunidades avisa a sus discípulos del final trágico que le espera. Sin embargo, no se echa atrás, porque la subida definitiva al Padre, el camino de la salvación y de la vida, tiene que pasar por los sufrimientos de la pasión y la soledad de la cruz.
Contemplemos este supremo misterio del amor clavado en la cruz, que nos ha iluminado con la esperanza y hecho partícipes de su vida. Los brazos abiertos de Jesús en la cruz son signo de que el está siempre presto a acogernos, pero al mismo son un llamado a seguir sus pasos para participar del triunfo de la vida sobre la muerte.
En este camino hacia la vida, tenemos que caminar a la manera de Jesús, con espíritu de servicio y humildad y con entrega generosa, saliendo de nuestro egoísmo, dispuestos a solidarizarnos con los crucificados de este mundo, con tantos hermanos víctimas inocentes de las estructuras injustas de la sociedad, de tantos hermanos sumidos en la pobreza, de tantos hermanos que viven en el abandono, en el dolor y en la enfermedad. El seguir a Jesús es lo único que da sentido a nuestra vida, que nos lleva a la verdadera felicidad.
En este contexto, el Papa Francisco invita a los jóvenes hoy, Jornada mundial de la Juventud, a tener “el valor de ser felices”, invitación que vale para todos. Valor de ser felices, porque no es fácil el camino de la auténtica felicidad, hay que saber discernir entre los muchos ofrecimientos, y tener la valentía de “desenmascarar y rechazar tantas ofertas “a bajo precio” que encontramos a nuestro alrededor.
Es tener la valentía de vivir la bienaventuranza propuesta como lema de esta Jornada: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». Es la bienaventuranza que personifica Jesús, que siendo rico se ha hecho pobre, bienaventuranza que tiene en sí una fuerza revolucionaria, la fuerza del amor que suscita el cambio profundo de la vida de las personas y de la sociedad. Jóvenes y todos nosotros acojamos la invitación de Jesús, seamos bienaventurados y felices recorriendo junto a Él el camino del amor, el camino que pasa por la cruz, el único que lleva a la vida eterna. Amén.
Santa Cruz 13 de abril de 2014.
Oficina de prensa del Arzobispado de Santa Cruz.