Análisis

Mons. Sergio Gualberti: “Nos toca dar terminonio en medio de un sistema que intenta perpetuarse en el poder”

Homilía Completa de Mons. Sergio Gualberti 14/01/2018

Los cristianos somos “llamados de Dios”, esto es el mensaje de los relatos de vocación del profeta Samuel y de los dos hermanos apóstoles Andrés y Pedro que acabamos de escuchar.

La primera lectura presenta a Samuel que recibe el llamado de Dios para ser profeta, mientras, todavía niño, cumple un servicio en el templo de Silo. Esto acontece en un momento decisivo en la historia del pueblo de Israel: el pase de un régimen de coalición entre tribus, gobernadas a turno por un juez, a la unidad del pueblo bajo el gobierno de un rey.

Una noche una voz por tres veces despierta del sueño a Samuel llamándolo por nombre. Él rápido se levanta y se presenta al sacerdote Elí: “Aquí estoy, porque me has llamado”. Samuel no entiende que esa voz viene de Dios, porque “todavía la palabra del Señor no le había sido revelada”. Pero, Elí se da cuenta que esa voz viene de Dios y sugiere a Samuel que responda: “Habla, que tu servidor escucha”.

La escucha marca el inicio de su misión como profeta encargado de guiar a las autoridades y al pueblo de Israel en discernir la voluntad del Señor en esa época de grandes cambios. Samuel cumple esa tarea con gran fidelidad y entrega a la palabra de Dios, venciendo muchos obstáculos y pruebas gracias a que: “El Señor estaba con él, y no dejó que cayera por tierra ninguna de sus palabras”.

El evangelio de hoy nos presenta a Juan el Bautista que a sus seguidores les presenta de una manera singular a Jesús: ”Este es el Cordero de Dios”. Juan identifica a Jesús como el animal que según los ritos judíos se ofrecía en el templo de Jerusalén como sacrificio a Dios, a cambio del perdón de los pecados u otros favores.

Jesús es el nuevo cordero de Dios, que se entrega como víctima pura para liberarnos de una vez por todas de nuestros pecados y del mal, por eso ya no hacen falta más sacrificios de animales. Andrés, hermano de Pedro, y otro discípulo del Bautista, al escuchar su testimonio, lo dejan para seguir a Jesús, aunque no saben bien lo que buscanJesús se da vuelta, los mira y les pregunta: ”Qué quieren?” Su pregunta va a lo más profundo del corazón de los dos: que se aclaren a sí mismos porque lo quieren seguir.

También nosotros buscamos algo que de sentido a nuestra vida, somos sedientos de felicidad, verdad, amor y paz. Jesús, que es la respuesta certera a nuestras búsquedas, pone su mirada sobre nosotros, penetra con su palabra a lo más íntimo de nuestro ser y nos llama a seguirle y ser sus discípulos.

A la pregunta de Jesús los dos hombres contestan: ”Maestro, ¿dónde vives?… –Vengan y lo verán-”. A Jesús no le interesa que ellos conozcan donde vive o que tiene, de hecho él no tiene ni siquiera un lugar donde reclinar su cabeza, sino que compartan con él y descubran quién es efectivamente. Jesús pone mucho interés en las personas que van en busca de autenticidad y verdad y las anima a hacer una experiencia de amistad y comunión con él, para que crean en él y vivan como él.

“Fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él ese día”. Fueron, Vieron y se quedaron. La primera condición para ser cristianos es dejar el pasado, seguir al Señor, conocerlo y quedarse con él, gozando de la intimidad de su amistad personal. El encuentro auténtico con el Señor es el descubrimiento maravilloso que transforma totalmente nuestra vida y que nos llena de felicidad.

Hagámonos unas preguntas: ¿He encontrado a Jesús,  tengo una relación personal con Él? ¿He buscado conocer a su persona, profundizar cómo ha vivido, lo que ha hecho y lo que ha dicho, por qué ha muerto? ¿Cuál aspecto de su persona y su vida ha llegado más a mi corazón o Él sigue siendo un desconocido porque mi conocimiento se limita a lo que he aprendido en el catecismo de mí niñez?

En esas horas pasadas con Jesús, Andrés queda tan cautivado por él que lo anuncia su hermano Simón: ”Hemos encontrado al Mesías”. Él no puede guardar para sí esa experiencia extraordinaria que ha cambiado rumbo a su vida, comparte esa buena noticia con su hermano y lo acompaña donde Jesús. Andrés que ha sido llamado y ha recibido el don de la vocación, ahora se vuelve misionero e indica a Pedro el camino del Señor, al igual Juan el Bautista ha hecho con él.

Jesús recibe a Pedro con una mirada intensa diciéndole: ”Tú eres Simón… tú te llamarás Cefas, Pedro”. El cambio del nombre es signo de que le confía una misión que cambiará su destino y su persona.  Dios no llama a una masa anónima, sino a personas concretas, entabla amistad y nos confía una tarea específica a cada uno de nosotros.

Varían las circunstancias y modalidades en la vocación de cada cristiano, pero el camino pasa necesariamente por el encuentro personal con Jesús. Todos los bautizados hemos recibido la llamada personal a seguir a Jesús,quien nos ha tomado la delantera con su mirada de amor y su palabra cautivadora.

Pero, a la llamada de Dios, hace falta dar una respuesta consciente y libre, una respuesta a renovarse cada día y a alimentarla a través de la oración, la escucha de la Palabra y los sacramentos de la gracia que iluminan y sostienen nuestra vida cristiana. Solo si tenemos una vivencia y experiencia personal del Señor, podemos compartir nuestra fe con los demás y dar testimonio de Él en todo tiempo y en todos los ámbitos personales, comunitarios y sociales.

Dar testimonio en todo tiempo y lugar. A nosotros nos toca dar testimonio de nuestra fe en Jesucristo, de los principios y valores del Evangelio hoy en nuestro país donde, desoyendo el clamor del pueblo, se intenta imponer un sistema que permita perpetuarse en el poder, limite las libertades, abra paso a la persecución de la oposición y favorezca la impunidad a la corrupción de los que gobiernan. Con ese sistema lo único que solo se logrará “la paz de los cementerios”, como decía nuestro recordado y querido cardenal Julio Terrazas.

Llamados a dar testimonio de nuestra fe como ciudadanos responsables de la suerte de nuestro país,convocados a colaborar activamente para que se reavive la esperanza y la conciencia cívica y se trabaje para una sociedad donde haya condiciones de vida digna para todos, en particular para los pobres y marginados. Una sociedad con la administración independiente de la justicia, donde se respeten todas las libertades y los derechos humanos, donde se busque el bien común y donde se viva en paz y fraternidad. Las palabras del salmo nos animan a vivir nuestra vocación, a tomar la palabra y dar testimonio del Señor con alegría y convicción: “Proclamé gozosamente tu justicia, no mantuve cerrados mis labios”. Amén