Este domingo 8 de agosto desde la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti nos pide que nos “Acerquémonos a la mesa del altar para alimentarnos de Él y tener así la fuerza de seguirlo y el valor de testimoniar su amor”.
La misa dominical fue presidida por Mons. Sergio Gualberti y concelebrada por Mons. Estanislao Dowlaszewicz, Obispo Auxiliar de Santa Cruz, al cual le damos la bienvenida, este 5 de agosto por la noche llegó de su natal Polonia donde estuvo en un chequeo médico y visitando a su familia. También concelebraron, el P. Hugo Ara, Vicario de Comunicación y Rector de la Catedral y el P. Mario Ortuño, Capellán de Palmasola.
El evangelio de este domingo es la continuación del discurso sobre el pan de vida, pronunciado por Jesús después de la multiplicación de los panes. El pasaje presenta la protesta y escándalo de los judíos ante la afirmación de Jesús: “Yo soy el pan bajado del cielo?”. Ellos consideran un atrevimiento y una blasfemia, de parte de Jesús, atribuirse orígenes divinos; su semblante es semejante al de cualquier otro aldeano y además ellos conocen a su padre José, a su madre María y a sus parientes. Si Jesús fuera el Hipo de Dios, por cierto, no se presentaría como un simple mortal, sino que se luciría con el resplandor y la majestad de las señales celestiales extraordinarias, con las que Dios se presentó sobre el monte Sinaí para entregar el decálogo a Moisés.
“Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre”. Ante esta afirmación nos preguntamos; “¿Cuál es la fuerza de atracción de Dios que consigue vencer nuestras resistencias y nos mueve a seguirlo? Por cierto, Dios no nos cautiva con la fuerza, la presión o el miedo, esa sería una sumisión forzosa y no atracción.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo… Yo daré mi carne para la Vida del mundo… el pan es mi carne”.
A este testimonio, Jesús hace seguir afirmaciones que profundizan su identidad divina: “Yo soy el pan de Vida… Yo soy el pan vivo bajado del cielo… Yo daré mi carne para la Vida del mundo… el pan es mi carne”. “Yo Soy”, en la Biblia, es una aserción reservada a Dios, y Jesús, al hacerla suya, se presenta como el Hijo enviado en don por el Padre, para que el mundo tenga vida eterna.
El prelado afirma que Jesús pide a los que habían participado de la multiplicación de los panes que no se queden en el signo exterior del alimento material y que, más bien, crean que Él es el Hijo de Dios hecho hombre y el Pan de Vida que se ofrece, con todo su ser, como el alimento que sacia el hambre de felicidad y de infinito presente en el corazón humano.
Alimentémonos del Pan de vida que nos sostiene y acompaña hasta alcanzar la meta
Nuestro camino de fe en el Señor es largo y arduo, no basta solo nuestro esfuerzo, hace falta pedirla con humildad como don a Dios, confiados que, ante cualquier percance o tentación.
La 1ª lectura nos ofrece un maravilloso ejemplo de la cercanía de Dios que, como Padre amoroso y vigilante, no abandona al profeta Elías y le provee el alimento necesario para superar la tentación de abandonar su misión. Elías está huyendo de la reina Jezabel que busca matarlo por venganza, porque él, en su misión de preservar la fe del pueblo de Israel en el Dios verdadero, había eliminado a los sacerdotes de Baal.
Elías, para escapar de la muerte, emprende una larga travesía a través del desierto para llegar al Monte Horeb, después de un día entero de camino a través del desierto, el profeta agobiado, solo y desanimado, se hecha bajo una retama. Sin alimento y sin agua, no aguanta más su situación y le faltan las fuerzas para seguir adelante. De sus labios sale un grito desesperado hacia Dios:” ¡Quítame la vida! ¡Basta ya, Señor!”, y se queda dormido. Durante el sueño, un ángel del Señor lo despierta por dos veces, le ofrece un pan y un jarro de agua y le manda comer:” Porque todavía te queda mucho por caminar”.
Esos panes son la señal de la cercanía de Dios que le proporciona las fuerzas y energías para levantarse de esa situación de frustración, renovar sus esperanzas y volver a Israel para continuar la lucha en contra de la idolatría, confiado en la ayuda de Dios.
Jesús nos invita a levantarnos y alimentarnos con el Pan de Vida que nos da la fuerza y la valentía para no desfallecer
Cómo Elías, también nosotros en nuestra vida pasamos por tantas pruebas, a veces el horizonte se hace nebuloso, nos sentimos solos, abandonados por Dios, sin esperanza y tentados de dejarlo todo. Pero, precisamente en esos momentos, tenemos que recordarnos de la invitación de Jesús, levantarnos y alimentarnos con el Pan de Vida que nos da la fuerza y la valentía para cruzar, sin desfallecer, los desiertos de la vida hasta alcanzar la dicha sin fin.
Nosotros deberíamos estar muy agradecidos a Dios porque ha puesto a nuestro alcance el Pan de Vida en la Eucaristía. Sin embargo, demasiados católicos no se acercan a comulgar, privándose así de la gracia y desconociendo este gran don del amor de Dios. Evitemos que Jesús haya ofrecido en vano su cuerpo y su sangre como Pan de Vida; por el contrario, acerquémonos a la mesa del altar con frecuencia para alimentarnos de Él y tener así la fuerza de seguirlo y el valor de testimoniar su amor, entregando generosamente nuestra vida al servicio de Dios, del Evangelio y de nuestro próximo.
Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
08/08/2021
El evangelio de este domingo es la continuación del discurso sobre el pan de vida, pronunciado por Jesús después de la multiplicación de los panes. El pasaje presenta la protesta y escándalo de los judíos ante la afirmación de Jesús: “Yo soy el pan bajado del cielo?”. Ellos consideran un atrevimiento y una blasfemia, de parte de Jesús, atribuirse orígenes divinos; su semblante es semejante al de cualquier otro aldeano y además ellos conocen a su padre José, a su madre María y a sus parientes. Si Jesús fuera el Hipo de Dios, por cierto, no se presentaría como un simple mortal, sino que se luciría con el resplandor y la majestad de las señales celestiales extraordinarias, con las que Dios se presentó sobre el monte Sinaí para entregar el decálogo a Moisés.
Encerrados en su tradición religiosa, los judíos no pueden abrirse a la acción del Espíritu de Dios, la condición indispensable para descubrir la verdadera identidad de Jesús: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió. El que cree en mi tiene vida eterna”. Solamente aquellos que creen en el Padre y se dejan atraer por su luz y amor, logran reconocer que Jesús es el Hijo de Dios y que, gracias a Él, tienen la posibilidad de ser hijos adoptivos de Dios y saborear la vida sin fin ya desde esta existencia terrenal.
“Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre”. Ante esta afirmación nos preguntamos; “¿Cuál es la fuerza de atracción de Dios que consigue vencer nuestras resistencias y nos mueve a seguirlo? Por cierto, Dios no nos cautiva con la fuerza, la presión o el miedo, esa sería una sumisión forzosa y no atracción.
A este testimonio, Jesús hace seguir afirmaciones que profundizan su identidad divina: “Yo soy el pan de Vida… Yo soy el pan vivo bajado del cielo… Yo daré mi carne para la Vida del mundo… el pan es mi carne”. “Yo Soy”, en la Biblia, es una aserción reservada a Dios, y Jesús, al hacerla suya, se presenta como el Hijo enviado en don por el Padre, para que el mundo tenga vida eterna.
De esta manera, Jesús vuelve a pedir a los que habían participado de la multiplicación de los panes que no se queden en el signo exterior del alimento material y que, más bien, crean que Él es el Hijo de Dios hecho hombre y el Pan de Vida que se ofrece, con todo su ser, como el alimento que sacia el hambre de felicidad y de infinito presente en el corazón humano.
Nuestro camino de fe en el Señor es largo y arduo, no basta solo nuestro esfuerzo, hace falta pedirla con humildad como don a Dios, confiados que, ante cualquier percance o tentación, podemos alimentarnos del Pan de vida que nos sostiene y acompaña hasta alcanzar la meta.
La 1ª lectura nos ofrece un maravilloso ejemplo de la cercanía de Dios que, como Padre amoroso y vigilante, no abandona al profeta Elías y le provee el alimento necesario para superar la tentación de abandonar su misión. Elías está huyendo de la reina Jezabel que busca matarlo por venganza, porque él, en su misión de preservar la fe del pueblo de Israel en el Dios verdadero, había eliminado a los sacerdotes de Baal, el ídolo de los cananeos, cuyo culto la reina había impuesto con la fuerza a todo Israel. En ese clima de terror, muy pocos israelitas quedaron fieles al Dios verdadero y a los mandamientos.
Elías, para escapar de la muerte, emprende una larga travesía a través del desierto para llegar al Monte Horeb, el lugar sagrado de los orígenes de la fe en Dios. Allí el Señor se había revelado a Moisés, le había entregado las tablas del Decálogo y había estrechado la alianza con el pueblo de Israel. Después de un día entero de camino a través del desierto, el profeta agobiado, solo y desanimado, se hecha bajo una retama. Sin alimento y sin agua, no aguanta más su situación y le faltan las fuerzas para seguir adelante. De sus labios sale un grito desesperado hacia Dios:” ¡Quítame la vida! ¡Basta ya, Señor!”, y se queda dormido. Durante el sueño, un ángel del Señor lo despierta por dos veces, le ofrece un pan y un jarro de agua y le manda comer:” Porque todavía te queda mucho por caminar”.
Esos panes son la señal de la cercanía de Dios que le proporciona las fuerzas y energías para levantarse de esa situación de frustración, renovar sus esperanzas y volver a Israel para continuar la lucha en contra de la idolatría, confiado en la ayuda de Dios. Elías obedece y, después de haber comido, se pone en marcha con una nueva energía durante “cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios”. El desierto y los cuarenta días, son signos de las grandes pruebas por las que Elías tuvo que pasar en toda su misión de profeta y de las tinieblas de un futuro sin esperanza que tiene que disipar.
Cómo Elías, también nosotros en nuestra vida pasamos por tantas pruebas, a veces el horizonte se hace nebuloso, nos sentimos solos, abandonados por Dios, sin esperanza y tentados de dejarlo todo. Pero, precisamente en esos momentos, tenemos que recordarnos de la invitación de Jesús, levantarnos y alimentarnos con el Pan de Vida que nos da la fuerza y la valentía para cruzar, sin desfallecer, los desiertos de la vida hasta alcanzar la dicha sin fin.
Nosotros deberíamos estar muy agradecidos a Dios porque ha puesto a nuestro alcance el Pan de Vida en la Eucaristía. Sin embargo, demasiados católicos no se acercan a comulgar, privándose así de la gracia y desconociendo este gran don del amor de Dios. Evitemos que Jesús haya ofrecido en vano su cuerpo y su sangre como Pan de Vida; por el contrario, acerquémonos a la mesa del altar con frecuencia para alimentarnos de Él y tener así la fuerza de seguirlo y el valor de testimoniar su amor, entregando generosamente nuestra vida al servicio de Dios, del Evangelio y de nuestro próximo. Amén
Fuente: Campanas – Iglesia Santa Cruz