22 Domingo de Tiempo Ordinario, 31 de Agosto, 2014,
Parroquia San Miguel, Tiquipaya
Toma tu cruz
Queridos Hermanos,
Hace una semana escuchamos a Jesús decirle a Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Es que Pedro había declarado a Jesús: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Seguramente con estas palabras se sentía muy feliz. Pero, a continuación sucede lo que relata el Evangelio de hoy, que habría sido un golpe fuerte. Jesús anuncia su Pasión, Pedro se opone, y Jesús responde a este amigo con las palabras más fuertes que utiliza contra cualquier persona en toda su vida: “¡Detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. Habrá otros momentos en que Jesús dejaría callado a Pedro al confrontarle con sus errores, como en la Última Cena cuando predice su triple negación, pero será a Pedro que Jesús Resucitado se dirige para que le declare su amor y recibiera nuevamente el encargo de pastorear a sus ovejas. Si Jesús no le hubiera dicho estas verdades, seguramente Pedro no habría superado sus errores y alcanzado la comprensión y convicción necesarias para cumplir su misión.
¿En qué momentos diría Jesús a cada uno de nosotros: “Feliz de ti” por comprender la revelación del Padre? En qué momentos podría decirnos: “¡Detrás de mí Satanás?”.
No se trata de una simple distinción entre el bien el mal. Jesús no le había alabado a Pedro por haber cumplido los diez mandamientos, sino por haberse captado que Jesús era el Mesías. Cuando le llamó Satanás, no era por haber cometido una maldad, sino porque pensaba como los hombres y no como Dios. Entonces, se trata de su capacidad de discernir los misterios de la fe y el plan de Dios.
San Pablo explica en su Primera Carta a los Corintios: “El hombre puramente natural no valora lo que viene del Espíritu de Dios: es una locura para él y no lo puede entender.” En la lectura hoy de la Carta a los Romanos, saca la conclusión: “No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto.”
¿Somos capaces de discernir cuál es la voluntad de Dios? ¿Conociéndola, tenemos la valentía de aceptarla y de intentar a vivirla?
La prueba está en nuestra comprensión de lo que nos dice Jesús sobre el discipulado y la cruz: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá: y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.”
La cruz representa la manera en que Dios quiere transformar el mundo. San Pablo dice que es la sabiduría y la fuerza de Dios, aunque es una locura para la gente (Ver 1 Corintios 1,18-24).
El pensamiento meramente humano, que Jesús dice corresponde también a Satanás, es que se cambia el mundo con la fuerza destruyendo al enemigo y al maleante. De allí tenemos asesinatos, linchamientos, guerras, y ciclos interminables de conflicto y violencia, dominio y marginación, injusticias y explotación.
Dios hizo algo para demostrar a la humanidad que aquello no funciona: el diluvio. Al constatar que “grande era la maldad del hombre en la tierra y cómo todos los designios que forjaba su mente tendían constantemente al mal (Génesis 6,5), se acabó con todos menos Noé y su familia. Sin embargo, poco después todo va igual. Entonces Dios pone en marcha otro plan. Elige un pueblo; hace con ello una Alianza; envía profetas para enseñar su voluntad. Pero aunque en este pueblo haya santos, Dios demuestra con esta larga historia que no basta la luz de su Palabra y don de su Sabiduría para transformar las cosas. Pues, como denuncia Jesús, Jerusalén mata a los profetas y apedrea a los enviados de Dios (Mateo 23,37; Lucas 13,34).
El plan definitivo requiere la cruz, no solamente para Jesús, sino también para sus discípulos. La cruz significa el amor incondicional de Dios y de los cristianos en un mundo que piensa y actúa como Satanás. Aunque rechazamos, torturamos y crucificamos al Hijo Único de Dios, Dios nos perdona, nos ama y nos invita de nuevo al banquete del Reino. Al decir Jesús: “Toma tu cruz y sigue me”, nos pide rechazar todas las equivocadas e inútiles peleas de la humanidad, y abrazar lo que sí nos puede salvar y lo que sí puede transformar al mundo: la reconciliación, el amor al enemigo, la cruz.
Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos, que por tu Santa Cruz, redimiste al mundo.