Análisis Santa Cruz

Mons. Roberto Flock: “El vino mejor”

Queridos hermanos.

Con la figura del matrimonio, nuestra primera lectura proclama la gozosa relación que Dios espera compartir con su pueblo: “Como un joven se casa con una virgen, así te desposará el que te reconstruye; y como la esposa es la alegría de su esposo, así serás tú la alegría de tu Dios.” Esta figura de intimidad y alegría entre esposos es la culminación de una serie de promesas para reconstruir al pueblo de Israel que había sufrido la destrucción de Jerusalén y el exilio de la gente. De esta terrible humillación pasará a ser: “una espléndida corona en la mano del Señor, una diadema real en las palmas de tu Dios”. Dios quiere desposar a su pueblo y dedicarse a su felicidad.

Supongo que, cuando el Isaías compartió esta profecía, que la gente podría entender fácilmente la alegría de que hablaba, y que no era algo raro que los novios fueran todavía vírgenes. Pero no sé si podemos comprender este mensaje hoy, ya que nuestra cultura actual se caracteriza por la exagerada preocupación por el sexo placentero, muchas veces sin el compromiso del matrimonio y sin una correspondiente intimidad espiritual entre hombre y mujer. Creo que el índice de violencia sexual en Bolivia es mayor que el índice de matrimonio, y al mismo tiempo, la sexualidad matrimonial se caracteriza por la violencia en muchas parejas, lo que no es ni siquiera placentero, tanto para varones como para mujeres.

Se da educación sexual en los colegios, pero se limita a biología y anticonceptivos, mesclado con la confusión de género, pero no se sabe promover una relación interpersonal que merece la bendición de Dios, quien más que nadie, desea la felicidad de la pareja y sus hijos. La intimidad sexual, pues, requiere el mayor grado de respeto mutuo y compromiso, porque está en juego la dignidad del hombre y de la mujer como tal. Y la clave del gozo, como también del placer, está en el respeto y el compromiso de un amor auténtico. Por eso, cuando Jesús respondió a la pregunta sobre el divorcio, refiriéndose a Adán y Eva, que no estaban casados ni por lo civil ni por la Iglesia, pero sí, bendecidos por el Creador, dijo: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. No es una condena perpetua de aguante hasta la muerte, sino una defensa del valor de las personas, porque no somos objeto de consumo, mucho menos desechables.

Jesús fue invitado a las Bodas de Caná, junto con sus discípulos y con su madre. Irónicamente, el Evangelio no ofrece ningún detalle sobre los novios y la ceremonia; nos cuenta el milagro del vino mejor, símbolo de la diferencia que Jesús puede hacer en nuestras vidas y de manera especial en la unión matrimonial. Con este signo “manifestó su gloria, y los discípulos creyeron en él”.

Que lindo sería si Jesús pudiera manifestar su gloria en cada hogar, en cada familia, en cada pareja. Que lindo si la experiencia de intimidad sexual de los casados fuese siempre una instancia del vino mejor. En realidad, es el sueño de Dios, desde que creó el hombre y la mujer a su imagen y semejanza, bendiciéndolos. Por cierto, es lo que desea la Santísima Virgen María, quien llamó la atención a su hijo Jesús, al ver que faltaba el vino para la fiesta.

Lamentablemente, en vez del vino mejor, muchas parejas sufren por las borracheras, los vicios y las peleas. Porque nunca aprendieron lo qué es amarase mutuamente como Cristo nos amó, preocupándose por la alegría de su pareja, en vez de dedicarse a satisfacer sus propios deseos y aliviar sus propias inseguridades.

El amor no es automático. Requiere decisión, esfuerzo y aprendizaje. Y considerando que aprendemos sobre todo de los errores, el amor requiere humildad y perdón. Es lo que encontramos en Cristo Jesús. No sé casó con una mujer, sino a nombre de Dios se casó con toda la humanidad, amando al extremo de la Cruz, y comunicando un amor que es más fuerte que la muerte. Porque deshace los pecados de este mundo violador, con un amor que perdona la peor violación: el Hijo de Dios desnudado, crucificado, burlado y traspasado en la Cruz.

Jesús ofrece a toda la familia humana y a todas las familias el vino mejor. Lo bebemos al creer en Él y al recibir los sacramentos: el Bautismo, la Confirmación, la Eucaristía, también el Santo Matrimonio… Todos los sacramentos son una forma de beber el vino mejor que preparó Jesús, con su muerte y su resurrección, Así participamos de este pueblo desposado con nuestro Señor, “hasta que irrumpa su justicia como una luz radiante y su salvación, como una antorcha encendida”, como profetizó Isaías.

Al entrar en esta dinámica sacramental, sucede una sutil transformación de lo que prometió Isaías. En vez de decir: “Como un joven se casa con una virgen, así te desposará El que te reconstruye; y como la esposa es la alegría de su esposo, así serás tú la alegría de tu Dios”, resulta al revés: Por ser nosotros la alegría de nuestro Dios, la esposa vuelve a ser la alegría de su esposo, y el marido se convierte en la alegría de su mujer. Por ser reconstruidos por Dios, el joven se casará con una virgen, y serán alegres y gozosos, una manifestación de la gloria de Cristo, compartiendo toda su vida el vino mejor.

Semejante vida de matrimonio, semejante experiencia de amor, semejante participación en el misterio de la salvación es lo que exhorta nuestro salmo responsorial: “Canten al Señor un canto nuevo”.

Ojalá, la vida de cada familia sea un canto nuevo al Señor, un brindis de alegría al compartir el vino mejor, que manifieste la gloria de Jesús y la salvación de nuestro Dios.