Hoy es el domingo trece del tiempo ordinario, el evangelio es de Mateo 16,37-42. Es la segunda parte del discurso sobre la misión. Tiene dos partes diferentes, con sus correspondientes consejos y consignas. En la primera, con formulaciones que a muchos les parecen exageradas. Jesús afirma la radicalidad del que le sigue; ni siquiera el afecto a los padres o a los hijos puede ser superior a la fidelidad que debemos tener para con él. El que quiera seguir a Jesús, “que tome su cruz y me siga” El que quiera ser el primero, sin componendas ni competencias, el amor a los enemigos, el perdón de las ofensas…. Todo es parte de la radicalidad.
Una joven formada cristianamente escribía a su novio: “solo te pido el segundo lugar en tu corazón, el primero resérvalo para Cristo”. Reclamar el primer lugar en el corazón del otro equivale a abandonar la fuente y las sendas del amor verdadero para perderse en los andurriales del amor propio y el egoísmo, que lleva a la posesión indebida del otro. Es que amar es desear el bien del otro, y no cabe desear mayor bien a otro que desearle que ame a Cristo a más no poder. Un sano amor, desde la simple amistad de compañeros de colegio hasta el amor conyugal o maternal, debe sentirse feliz de cooperar a que crezca en los amados el amor de Dios. Las palabras de Jesús no son un límite al amor, sin una orientación que le asegura autenticidad, permanencia y fecundidad. Son como la señal vial que indica la curva en la carretera; no quiere ser el final del camino, sino un medio para no abandonarlo indebidamente.
Algunos pensaron cuando eligieron al Papa Francisco que las enseñanzas de Jesús serían cambiadas al gusto de algunos, se han imaginado un cristianismo a la carta. El amor misericordioso e infinito de Dios, la acogida a todos no es un signo de pactar con el mal y con todo lo que va contra la voluntad de Dios. Ser discípulo de Jesús siempre ha tenido muchas exigencias. Claramente Jesús nos dice en la línea del Antiguo como en el Nuevo Testamento: “amarás al Señor con todas tus fuerzas, con toda el alma y con todo el corazón”. Los cristianos no creemos tanto en un libro –la Biblia- , unos dogmas, sino principalmente en Cristo. Es el mismo Jesús quien nos pide ciertas renuncias para ser fieles a la voluntad de Dios.
No es que tengamos que rechazar el afecto a la familia o que Jesús esté aquí aboliendo el cuarto mandamiento. Tampoco nos está invitando a descuidar la defensa de nuestra vida. Pero tenemos que subordinar todos nuestros intereses, por muy buenos que sean, al seguimiento de Cristo. Siempre los demás valores son penúltimos o secundarios. Cuando tengamos que optar entre la fidelidad a Cristo y la incomprensión o las persecuciones familiares, sociales y políticas, tendremos que optar claramente por Dios, como han hecho y siguen haciendo tantos cristianos, especialmente los mártires. No hay duda, el lenguaje del evangelio de hoy es de un corte radical y de estilo profético, incisivo, casi rudo, sin matices ni atenuantes. Es un evangelio molesto, pues nos recuerda una de sus páginas más incomodas. Debido a la dureza, cualquiera está tentado a pasarlo por alto. La demanda de amor de Cristo, expresada en la radicalidad, tiene una contrapartida plenificante, el premio de la vida eterna.
Sucre, 2 de julio de 2017
Fray Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
Arzobispo emérito de Sucre