Hermanas y hermanos: Paz y Bien.
Aunque para la liturgia, el inicio del Año Nuevo no tiene especial relieve, para ella ya lo iniciamos el primer domingo de Adviento, como parte de esta realidad humana, dirigimos nuestras súplicas al Señor, para pedir que este año 2013, sea un año de paz y bienestar. El saludo franciscano lo expresa maravillosamente: “Paz y Bien”.
El Año civil que comenzamos el primero de enero coincide con la Jornada Mundial de la Paz. Las celebraciones de este día debieran ayudarnos a motivar el gesto de la paz. Lamentablemente, en muchos casos, se ha disminuido el sentido profundo de darse la paz en la eucaristía. Cada persona a la que saludamos diciéndole “la paz contigo”, con la fe que le anima, debiera sentir la paz de Cristo.
El gesto sencillo de darnos la paz debe ser, a la vez que don, un compromiso para trabajar por la paz. Francisco de Asís oraba así: “Haz de mí, oh Señor, un instrumento de tu paz”. Por ello, al dar la paz a unas pocas personas, queremos desearla a todos los hermanos presentes y ausentes. La oración que precede al rito de darse la paz, es una súplica al Señor por la unidad y la paz de toda la Iglesia. La iglesia la formamos todos los bautizados, aunque no estén en comunión con la Iglesia Católica. Esta oración, es una oración con profundo espíritu ecuménico.
El Papa, como todos los años, nos ha dirigido un bello y profundo Mensaje que tiene como tema: “Bienaventurados los que trabajan por la paz”. Él inicia este mensaje con una frase de esperanza: “Cada nuevo año trae consigo la esperanza de un mundo mejor”. Eso es lo que buscamos en la reflexión y la oración a la que nos invita la Jornada de la Paz.
El Papa nos dice: “Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23) son promesas”. Añade el Pontífice Benedicto XVI: “La bienaventuranza de Jesús dice que la paz es al mismo tiempo un don mesiánico y una obra humana. En efecto, la paz presupone un humanismo abierto a la trascendencia. La paz concierne a la persona humana en su integridad e implica la participación de todo el hombre. Se trata de paz con Dios viviendo según su voluntad. Paz interior con uno mismo, y paz exterior con el prójimo y con toda la creación” (Benedicto XVI, Mensaje Jornada de la Paz).
La fiesta del primero de enero está dedicada a la maternidad de María, “Santa María Madre de Dios”. Este título de la Virgen es el principal y fuente de todos los demás títulos que se pueden dar a la bienaventurada Virgen María.
Esta fiesta de la Virgen María, como las celebradas a lo largo del año, especialmente en el Adviento y la Navidad, nos ayudan a vivir el misterio de un Dios que a través de la humanidad, revela al Dios invisible. María está asociada como nadie al misterio de la redención o salvación. Es la fiesta más antigua en oriente y occidente. Esta fiesta nos invita a iniciar el Año Nuevo bajo la mirada y compañía de María.
Esta fiesta de la Maternidad de María nos debiera fortalecer en la fe, en Cristo, “creer en Jesucristo es por tanto, el camino para poder llegar, de modo definitivo a la salvación” (Porta fidei 3). Nos invita de manera especial a “celebrar la parte que tuvo María, en el misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la Madre Santa, por la que venimos a recibir al Autor de la vida” (Paulo VI, Marialis Cultus 5).
Fue el Papa Paulo VI quien al finalizar el Concilio Vaticano II quien dijo: “proclamamos a María Madre de Dios y Madre de la Iglesia”. A María se la invoca en la letanía lauretana: “Reina de la paz”. La Iglesia pone el año nuevo y la paz por la que todos oramos en esta Jornada, bajo la mirada de María, la Madre de Dios, la Madre de Jesucristo, “Príncipe de la Paz”.
Hace una semana que venimos contemplando a Cristo nacido en Belén, como Redentor y Salvador, la mirada en este primer día del año se posa sobre María. La miramos y la invocamos como Madre de Dios y nuestra. Ella ha sido el instrumento en manos del Todopoderoso para que Cristo se hiciera el hermano de todos, el Salvador. Por María vino el autor de la paz al mundo.
Dios preparó una digna morada para sí en María. ¿Qué hubiéramos hecho nosotros si se nos hubiera concedido formar a nuestra Madre? Cristo formó su propia Madre. María es la Madre de Dios, pues Jesucristo es Dios. San Estanislao decía: “La Madre de Dios es también madre mía”. Al afirmar y sentir que María es Madre de Dios y Madre nuestra, nos llenamos de una gran confianza que, la expresamos en esta oración: “Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora, y en la hora de nuestra muerte”.
Benedicto XVI, termina su carta sobre el año de la Fe con estas palabras: “Confiemos a la Madre de Dios, proclamada ‘bienaventurada porque ha creído’ (Lc 1, 45), este tiempo de gracia”. Quiero invitarles a poner el Año Nuevo en manos de María, a orar con María por la paz de nuestro mundo y a caminar también con María en este Año de la Fe, adhiriéndonos a Cristo, creyendo en Cristo y siendo con Él cooperadores de la paz. Cristo da un don a los que trabajan por la paz: “Dichosos los que trabajan por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9).
Que María nos acompañe a todos en el peregrinar de la vida y que un día la podamos contemplar en el cielo donde se encuentra intercediendo, como Madre nuestra ante su Hijo.
¡Feliz Año Nuevo!
Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
ARZOBISPO DE SUCRE